HOUSE OF FRANKENSTEIN. 1944. 71´. B/N.
Dirección: Erle C. Kenton; Guión: Edward T. Lowe, basado en una historia de Curt Siodmak; Director de fotografía: George Robinson; Montaje: Philip Cahn; Música: Hans J. Salter; Dirección artística: John B. Goodman y Martin Obzina; Producción: Paul Malvern, para Universal Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Boris Karloff (Dr. Niemann); Lon Chaney, Jr. (Larry Talbot); J. Carrol Naish (Daniel); John Carradine (Barón Latos); Anne Gwynne (Rita Hussman); Peter Coe (Carl Hussman); Lionel Atwill (Inspector Arnz); George Zucco (Profesor Lampini); Elena Verdugo (Ilonka); Sig Rumann (Sr. Hussman); William Edmunds, Charles Miller, Philip Van Zandt, Julius Tannen, Frank Reicher, Glenn Strange.
Sinopsis: Un científico, Niemann, seguidor del doctor Frankenstein, y su ayudante, escapan de la cárcel y emprenden el camino de regreso hacia la ciudad natal de Niemann haciéndose pasar por los responsables de un espectáculo ambulante.
Muchas de las obras míticas del cine de terror fueron producidas, como es sabido, por los estudios Universal en los años 30, verdadera época dorada del género. Después llegó la decadencia, con la compañía intentando alargar esplendores pasados con productos de cada vez menor enjundia, muchos de los cuales no provocaron otra cosa que una creciente decepción en los aficionados. En este clima se enmarca La zíngara y los monstruos, peculiar título español para House of Frankenstein, película modesta, en intenciones y resultados, dirigida por un experto artesano como Erle C. Kenton.
Esta vez, se trata de reconquistar al público por acumulación, porque en la cinta aparecen Drácula, Frankenstein, el hombre-lobo, un jorobado y un mad doctor, que es quien protagoniza este cóctel de criaturas venidas a menos. Aunque el film se basa en una historia surgida del ingenioso, y muchas veces brillante, cerebro de Curt Siodmak, lo cierto es que todo se queda en un atropellado batiburrillo que intenta abarcar mucho más de lo que puede. De hecho, House of Frankenstein son dos películas, unidas por la presencia del doctor Niemann, un científico deseoso por continuar los experimentos del hombre que quiso ser Dios, y su jorobado ayudante. Al principio, ambos están en prisión por robo de cadáveres, pero un oportuno derrumbe en la penitenciaría les facilita la huida, que finaliza con éxito gracias a una atracción ambulante que, casualidades de la vida, transporta en un ataúd al mismísimo conde Drácula. El doctor Niemann ansía dos cosas: conseguir los papeles en los que Frankenstein plasmó sus experimentos, y vengarse de quienes le enviaron a prisión. Para ello, no duda en resucitar a Drácula, pero el aristócrata transilvano termina por sucumbir a su sed de sangre y a su afición por los cuellos de las jovencitas de buen ver. Hasta aquí, la primera parte, que por lo menos es narrativamente ágil y se ve lastrada por unos efectos especiales bastante ridículos, además de por mostrar la venganza del doctor de un modo más bien atropellado.
En su trayecto hacia los papeles de Frankenstein, y hacia su antigua mansión, en la que busca desarrollar los experimentos de éste, Niemann y su ayudante se encuentran con una familia gitana que lleva su espectáculo musical por los pueblos. En ella destaca Olinka, una joven bailarina que enamora al deforme ayudante del científico, quien decide auxiliarla frente a su maltratador y, con ello, se gana la gratitud de la muchacha, que decide unirse a ellos en un recorrido que les lleva a resucitar a Frankenstein y al hombre-lobo, un ser torturado que se gana el corazón de Olinka. Con semejante tropa, Niemann llega a su mansión, donde sus andanzas no tardan en ser descubiertas por los lugareños.
Querer meter todos los elementos descritos en el párrafo anterior en poco más de cuarenta minutos de metraje obedece, sin duda, a un optimismo desmedido que la realidad deja en intento parcialmente logrado. Kenton le pone oficio, pero no es James Whale o Tod Browning, la antigua magia se ha perdido y lo que queda es un confuso embrollo del que se sale con dignidad, pero sin encanto. Se nota la escasez de medios, algunos personajes apenas tienen entidad (el monstruo de Frankenstein, sin ir más lejos), y falta pausa, tomarse algún tiempo para explicar mejor las cosas. Efectos especiales al margen, la película es buena en lo técnico, pero en lo narrativo llega a empachar al espectador, por mucha simpatía que éste pueda sentir hacia unos personajes que requerían un mejor desarrollo, ya que estaban ahí.
Resulta peculiar que no sea Boris Karloff quien interprete a la criatura de Frankenstein, pero la intervención de ésta es poco más que testimonial, así que a la estrella se le reserva, como no podía ser de otra manera, el papel principal, un mad doctor que el actor interpreta dando muestras de su indudable carisma. J. Carrol Naish retoma el papel de jorobado que hizo célebre al padre de uno de sus compañeros de reparto, Lon Chaney, Jr., y lo hace a buen nivel, al igual que Chaney como el torturado licántropo. John Carradine por momentos parece Salvador Dalí interpretando a un vampiro. Elena Verdugo, la joven zíngara, posee gracia, y buenos secundarios como Lionel Atwill o Sig Rumann aportan su calidad, que no es poca. En cambio, los actores que interpretan al matrimonio Hussman son tan sosos como los personajes que interpretan.
House of Frankenstein posee el valor de lo nostálgico, de recordarnos momentos de gran cine, pero deja un aire de ilusión insatisfecha, de película antigua ya cuando se realizó. Simboliza en cierto modo la decadencia del gran cine de terror clásico, cuya magia recuperó algo más de una década después una productora británica, la Hammer.