BRONSON. 2008. 89´. Color.
Dirección: Nicolas Winding Refn; Guión: Brock Norman Brock y Nicolas Winding Refn; Director de fotografía: Larry Smith; Montaje: Matthew Newman; Música: Johnny Jewel; Dirección artística: Janey Levick; Diseño de producción: Adrian Smith; Producción: Rupert Preston y Danny Hansford, para Vertigo Films, Aramid Entertainment, Str8jacket Creations, 4DH Films, EM Media, Perfume Films (Reino Unido).
Intérpretes: Tom Hardy (Michael Peterson/Charles Bronson); Kelly Adams (Irene); Matt King (Paul Daniels); James Lance (Phil); Hugh Ross (Tío Jack); Juliet Oldfield (Allison); Jonny Phillips (Alcaide); Mark Powley (Andy Love); Amanda Burton (Madre de Michael); Katy Barker (Julie); Luing Andrews, Gordon Brown, Andrew Forbes.
Sinopsis: Historia del delincuente que ha pasado más tiempo en prisión en la Inglaterra contemporánea.
El director danés Nicolas Winding Refn ya era conocido entre el sector más contundente de la cinefilia gracias a la trilogía de Pusher, pero fue su primer largometraje británico, Bronson, afianzó su fama. No en España, donde el film no llegó a estrenarse en los cines, pero sí en buena parte de Europa y en los Estados Unidos.
La película narra las andanzas de Michael Peterson, alias Charles Bronson, uno de los presos más peligrosos del Reino Unido. Hombre violento por naturaleza, y aficionado a meterse en peleas, Peterson no ha cometido ningún homicidio, pero ha estado recluido durante décadas en docenas de prisiones, y alguna que otra institución mental, porque, en su intento de hacerse famoso (o tristemente célebre, que eso va a gustos), esta quintaesencia del gañán británico se ha hecho acreedor del récord Guinness de agresiones a uniformados, no siendo éstos sus víctimas exclusivas.
Comparada con frecuencia con La naranja mecánica, Bronson carece de la genialidad y la profundidad de discurso de la obra maestra de Stanley Kubrick, pero sí acierta en poner el acento en dos cuestiones muy importantes en nuestra época: los mecanismos de acceso a la fama, y la respuesta de la sociedad ante los delincuentes violentos. Empezando por esto último, Peterson/Bronson es un individuo que rompe con todos los esquemas establecidos: ni proviene de una familia desestructurada, ni tuvo una infancia traumática: sólo fue otro de los muchos hijos de la depauperada clase obrera británica de los 70, que quiso salir del anonimato por medio de la violencia… porque le gustaba. Al contrario que no pocos de sus semejantes, Peterson no entró a tocar en un grupo punk, sino que se hizo conocido en todo el país gracias a su querencia por sacudir hostias como panes a tirios y troyanos. En la película, el biografiado cuenta su historia como si de un monologuista se tratara, frente a un público que le ríe las gracias (porque no las padece, obviamente) pero que en el fondo le desprecia. Su hecho diferencial, no obstante, es que sus ímpetus violentos son irreductibles: cuando sus arranques son castigados mediante golpes, la próxima pelea, la próxima celda de aislamiento y la próxima toma de rehenes es cuestión de poco tiempo; pero cuando el remedio consiste en terapias de reinserción, o en el fomento de las pretendidas aptitudes artísticas del reo, el resultado es exactamente el mismo. Ni siquiera el atontarlo a golpe de pastillas es un remedio que funcione con él a medio plazo. Tal fue el cortocircuito que el inexplicable comportamiento de Peterson provocó en quienes creen tener todas las respuestas, que este preso nada modélico acabó siendo puesto en libertad. Lo que recibió lejos del presidio (desengaños amorosos, explotación en peleas ilegales, la vuelta al anonimato) no hizo más que tender puentes a su regreso. Esta sociedad, cada vez más vacua, sólo concede a Peterson dos opciones: la irrelevancia o servir como atracción de feria (o de tabloide, por ser más precisos).
La puesta en escena escogida por el director es de las que no dejan a nadie indiferente. La estilización de la violencia y el uso de composiciones célebres de la música clásica remiten de nuevo al clásico de Kubrick ya mencionado, pero en general todo tiene el formato de un largo videoclip, a ratos muy inspirado (el baile en el frenopático al ritmo del It´a sin, de los Pet Shop Boys) y muy cargante otras veces. Una de las grandes virtudes de la película es su vena satírica, el humor negro con el que todo está contado. A Winding Refn se le agradece su vocación de estilo, pero sus pretensiones de autoría no siempre coinciden con lo que la narración, por otra parte muy ágil, necesita. Colores muy brillantes, montaje siempre llamativo (ya sea por lo acelerado, o por el frecuente uso de la cámara lenta en las escenas de peleas) y la mezcla entre clásica y techno conforman la particular forma de entender el cien de Nicolas Winding Refn, y aquí su sello es omnipresente.
En el terreno interpretativo, Bronson es un espectáculo de un solo hombre: Tom Hardy, que borda su primer gran papel. Este excelente actor lidia muy bien con lo excesivo de su personaje, se adueña de la pantalla en todo momento y sabe encontrar el tono burlesco imprescindible. Los secundarios están más que correctos, siendo de destacar la labor de Hugh Ross como Jack, el peculiar tío del protagonista (en las escenas en las que él aparece, el film recuerda más a David Lynch), así como la de James Lance en el papel de Phil, el profesor de arte de Peterson.
Contundente film de acción, con una puesta en escena muy moderna (en los dos sentidos del término), mucha mala baba y un mensaje incorrecto (en el sentido de que, como sociedad, deberíamos pensar mejor la respuesta que ofrecemos frente a lo irracional, y ser mucho más cuidadosos respecto a la concesión de la fama), Bronson es una prueba de un talento, a ratos excesivo y confuso: el de Nicolas Winding Refn.