FORREST GUMP. 1994. 138´. Color.
Dirección: Robert Zemeckis; Guión: Eric Roth, basado en la novela de Winston Groom; Dirección de fotografía: Don Burgess; Montaje: Arthur Schmidt; Música: Alan Silvestri; Diseño de producción: Rick Carter; Dirección artística: Leslie McDonald y Jim Teegarden; Producción: Wendy Finerman, Sreve Starkey y Steve Tisch, para Paramount Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Tom Hanks (Forrest Gump); Robin Wright (Jenny); Gary Sinise (Teniente Dan Taylor); Mykelti Williamson (Bubba); Sally Field (Madre de Forrest); Michael Conner Humphreys (Joven Forrest); Sam Anderson, Peter Dobson, Siobhan J. Fallon, Hanna Hall, Sonny Shroyer, Daniel C- Striepeke, Afemo Omilami, Aaron Izbicki, Bonnie Ann Burgess, Richard D´Alessandro, Kevin Davis, Geoffrey Blake, Nora Dunfee, Haley Joel Osment.
Sinopsis: Un hombre, sentado en un banco, explica su vida, que le ha llevado a formar parte de los acontecimientos más importantes de la historia norteamericana reciente, mientras espera el autobús.
Siguiendo la estela de su maestro Steven Spielberg, Robert Zemeckis buscó, después de haber arrasado en taquilla con la trilogía de Regreso al futuro y de haber dirigido la no demasiado bien entendida La muerte os sienta tan bien, ser considerado un director de prestigio dentro de la industria de Hollywood. Lo logró a la primera: Forrest Gump fue un rotundo éxito, hasta el punto de que, en los Estados Unidos, no son pocos quienes opinan que es la gran película americana de la década de los 90. Yo no diría tanto, pero está claro que Zemeckis obtuvo un triunfo económico y artístico que es difícil cuestionar.
Unos pìensan que la película es un canto a la diferencia, otros afirman que es una loa a la estupidez, y yo opino que es un elogio de la bondad. Sea como fuere, Forrest Gump es uno de esos films que han pasado a formar parte de la mitología popular. La premisa, tomada de una novela que no he leído y que ha llegado a trascender por su adaptación cinematográfica, es ambiciosa: narrar la historia de los Estados Unidos en las convulsas décadas que van desde el final de la guerra de Corea hasta el apogeo de la era Reagan a través de la cándida mirada de un disminuido psíquico que espera el autobús en una ciudad para él desconocida. El guión de Eric Roth combina con acierto lo personal con lo histórico, subrayando la capital importancia de dos mujeres en la vida de Forrest: su madre, enérgica, práctica y protectora, y Jenny, el amor del protagonista desde la infancia, con la que vivirá una historia romántica marcada por los sucesivos abandonos y reencuentros. En su adolescencia, Forrest pasa de ser un muchacho con problemas de movilidad a convertirse en un veloz corredor que llega a licenciarse en la universidad gracias a su condición de deportista de élite. Después llegará el ejército, lugar en el que el protagonista encuentra a quienes serán sus mejores amigos, un soldado negro y un oficial con un extenso historial familiar de fallecidos en combate. Junto a ellos, Forrest vivirá la experiencia más traumática de su vida, aunque su descomunal capacidad atlética, sus grandes dotes para el tenis de mesa y una oportuna herida en el trasero le libren de vivir in situ el poco heroico final de la guerra de Vietnam.
Forrest Gump es un tipo que no piensa, actúa: su nobleza de espíritu le lleva a ayudar a quienes lo necesitan, y el azar le sitúa como espectador de primera fila de algunos de los hechos más trascendentes del pasado siglo. Hay momentos de autocomplacencia patriotera, salvados por la ironía de que hace gala la película en buena parte de sus escenas (empezando por la descripción que hace Forrest de su ancestro más ilustre, uno de los fundadores del Ku Klux Klan), y un afán a ratos desmedido por conmover al público, pero al margen de eso, y del bajón que, a mi parecer, se produce en el film cuando se describe la epopeya corredora de Gump a través del país (que, eso sí, nos sirve para comprobar la cantidad de gente desorientada que hay por el mundo), lo cierto es que estamos ante una película que funciona como un reloj, además de ser un prodigio técnico: sus efectos especiales son una maravilla, la labor de Zemeckis tras la cámara es un ejercicio de pericia y buen gusto, y aunque la partitura de Alan Silvestri no pasa, a mi juicio, de correcta, la acertadísima utilización de algunas de las canciones clave del rock norteamericano en su época más brillante (la que va desde Elvis a Lynyrd Skynyrd) convierte a la música en uno de los personajes más importantes de la película. Sólo hay que ver la escena en la que suena Free bird para comprobarlo.
Forrest Gump le dio a Tom Hanks su segundo Oscar consecutivo al mejor actor, además de encumbrarle al Olimpo de Hollywood de manera definitiva. Su trabajo es impecable, quizá el mejor de su carrera en varios sentidos. Nunca he sabido encontrarle a Hanks el carisma que muchos otros ven en él, pero lo cierto es que talento no le falta, y además es un actor que supo evolucionar. Tratándose de una película con muy pocos personajes de verdadera relevancia, y en la que uno de ellos es siempre el centro de atención, era importante escoger bien al resto de intérpretes principales para que la película no se convirtiera en el show de Tom Hanks. Este riesgo se elimina al colocarle al lado a una fantástica actriz como Robin Wright (espléndida al mostrar a un personaje vulnerable, marcado por los abusos sufridos en su infancia) y a un secundario talentoso como Gary Sinise. Mykelti Williamson, sin desentonar, no está al nivel de los intérpretes nombrados con anterioridad, y Sally Field, una actriz que siempre me ha parecido sobrevalorada, hace una buena labor como la enérgica madre de Forrest. Como curiosidad, decir que el hijo de éste en la ficción está interpretado por Haley Joel Osment, luego famoso por su aparición estelar en El sexto sentido.
Muy buena, sin llegar a obra maestra, Forrest Gump es modélica en lo técnico y notable en lo narrativo. Ahí le falta rebeldía, pues, ante las diversas opciones que se plantean en la trama, siempre se elige la que es más del agrado del espectador estadounidense medio. Por eso, la película es como una caja de bombones: muy apetitosa, pero con tendencia a empalagar.