GREMLINS. 1984. 105´. Color.
Dirección: Joe Dante; Guión: Chris Columbus; Dirección de fotografía: John Hora; Montaje: Tina Hirsch; Música: Jerry Goldsmith; Diseño de producción: James H. Spencer; Producción: Michael Finnell, para Amblin Entertainment-Warner Bros. (EE.UU).
Intérpretes: Hoyt Axton (Randall Peltzer); Zach Galligan (Billy Peltzer); Phoebe Cates (Kate); Polly Holliday (Mrs. Deagle); Frances Lee McCain (Lynn Peltzer); Corey Feldman (Pete); Edward Andrews (Mr. Corben); Judge Reinhold (Gerald); Dick Miller (Mr. Futterman); Keye Luke (Mr. Wing); Scott Brady, Harry Carey Jr., Donald Elson, Belinda Balaski, Chuck Jones, Jackie Joseph.
Sinopsis: Un inventor fracasado le compra a su hijo adolescente un peculiar regalo navideño: una simpática criatura, de origen desconocido, que exige el cumplimiento de tres condiciones para no causar problemas: no estar expuesta a la luz del día, no dejarla en contacto con el agua y no alimentarla después de medianoche.
Director siempre asociado al cine fantástico y de terror, Joe Dante consiguió el mayor éxito de su carrera bajo el patrocinio de la factoría Spielberg, que en los años 80 se convirtió en una mina de oro produciendo películas de entretenimiento para toda la familia, pero buscando sobre todo atraer al público adolescente. Gremlins fue uno de esos taquillazos, y se convirtió en un icono de los 80 y en parte de la cultura popular, hasta el punto de que incluso quienes no la han visto saben bastantes cosas de ella.
El gran acierto de Gremlins fue mezclar de manera convincente dos de los géneros cinematográficos más en boga a principios de los 80: la comedia adolescente, aquí en versión edulcorada, y el terror con monstruos, que se enfoca de un modo más saludablemente gamberro. Se trata de un film de estudio (en todos los sentidos, porque se rodó íntegramente en platós) que encierra un mensaje conservador: si te dictan unas normas y no las sigues, la vas a liar parda. Hablamos de un film de clara vocación comercial y estrenado el mismo año en que Ronald Reagan ganó las elecciones presidenciales venciendo en todos los estados menos en uno, así que tampoco hay que pedirle peras al olmo.
El inicio de la historia es atractivo: un inventor de artefactos inútiles con maneras de detective, Chinatown, un sótano lleno de objetos exóticos, un sabio llegado de Oriente y una extraña criatura de aspecto angelical que sale al mundo y no creará problemas si se respetan tres condiciones… que, de forma voluntaria o involuntaria, acaban incumpliéndose en poco tiempo, lo que origina el caos en un pueblo hasta entonces tranquilo, aunque venido a menos y dominado por una vieja codiciosa.
Es curioso que la descendencia de Gizmo, que es como un osito de peluche, salga tan perversa, tan ácrata y tan canalla, pero lo cierto es que los gremlins sólo eliminan físicamente al personaje más indeseable de la función, mientras que ellos son, literalmente, volados por los aires por los presuntos héroes de la historia, quienes, dicho sea de paso, son todos bastante sosos, si exceptuamos al inventor fracasado. Es esta lectura subversiva la que salva una parte narrativa demasiado deudora de los vicios de su época, y demasiado ansiosa por resultar atractiva para la mayor cantidad de público posible. Las mayores virtudes de Gremlins las encontramos en su ritmo endiablado, que sólo decae en las pocas escenas en las que los adolescentes toman el protagonismo frente a los monstruitos (a los que les gusta fumar, beber, destrozar todo lo que encuentran a su paso… y las películas de Disney), en sus muy convincentes efectos especiales y en el aluvión de citas cinéfilas que encierra su ajustado metraje. Dante no es Spielberg, ni Robert Zemeckis, pero muestra destreza en cuanto a construir una trama ágil, mover la cámara con buen estilo y entretener al respetable. Uno tiene la impresión de que Jerry Goldsmith se tomó su trabajo de una forma más bien alimenticia, pero su partitura viste bien la trama.
En esta película, el capítulo interpretativo no es ni demasiado relevante, ni demasiado distinguido. Los actores son, por decirlo claro, de segunda fila, y apenas Hoyt Axton y Polly Holliday demuestran buenas maneras. Tanto Zach Galligan como Phoebe Cates me resultan muy insípidos, Judge Reinhold nunca fue otra cosa y el joven Corey Feldman puso aquí los cimientos de un estrellato poco comprensible dadas sus cualidades interpretativas, pero que a la postre fue bastante efímero. Cabe destacar, eso sí, a Dick Miller, que interpreta a un personaje que, varias décadas antes del luctuoso suceso, simboliza a la América que hizo presidente a Donald Trump.
Podrá decirse, no sin razón, que Gremlins es un entretenimiento sin mucha sustancia, pero comparada con los productos actuales de similar calibre, es filosofía pura. Y lo de entretener, lo hace a conciencia.