KUMO NO MUKOU YAKUSOKU NO BASHO. 2004. 88´. Color.
Dirección: Makoto Shinkai; Guión: Makoto Shinkai ; Dirección de fotografía:
Makoto Shinkai ; Montaje: Makoto Shinkai ; Música: Tenmon; Dirección artística: Takumi Tanji; Producción: Makoto Shinkai, para CoMix Wave (Japón).
Intérpretes: Hidetaka Yoshioka (Voz de Hiroki Fujisawa); Masato Hagiwara (Voz de Takuya Shirakawa); Yuka Nanri (Voz de Sayuri Sawatari); Unsho Ishizuka (Voz de Okabe); Kazuhiko Inoue (Voz de Tomizawa); Risa Mizuno (Voz de Maki Kasahara); Hidenobu Kiuchi (Voz de Arisaka); Masami Iwasaki, Eiji Takamoto, Takahiro Hirano, Takeshi Maeda.
Sinopsis: En un Japón dividido en dos partes, una controlada por los Estados Unidos y la otra por la Unión Soviética, dos jóvenes ingenieros comparten la amistad con Sayuri, una muchacha de su escuela, y el deseo de construir un avión que llegue a alcanzar una gigantesca torre construida en la otra mitad del país.
El lugar que nos prometimos es el primer largometraje de Makoto Shinkai , considerado por muchos como el gran estandarte del anime japonés en el siglo XXI. En este debut, que consiguió que el nombre de su creador empezara a ser tomado en consideración por los entendidos en la materia, Shinkai mezcla el tránsito hacia la vida adulta con el romance y la política-ficción, con resultados que muestran un talento considerable, pero todavía por pulir.
Aunque lo más exacto es decir que una película es siempre un trabajo colectivo, es obvio que la ópera prima de Makoto Shinkai, que lidera la práctica totalidad de los apartados fundamentales del film, es un proyecto personal, preciosista y valioso, que no obstante presenta uno de los defectos más usuales de todo director primerizo, como es el de querer abarcar demasiado. La primera parte de la película, que retrata de manera sensible a unos adolescentes ejemplo de pureza y llenos de sueños, puestos en mitad de una situación política de lo más convulsa, es la mejor desarrollada a nivel narrativo. Después, cuando Hiroki, Takuya y Sayuri se separan, el relato se vuelve más confuso, alternándose los diversos escenarios de la acción con un engarce dudoso y haciendo un uso de la elipsis que hace que la historia, explicada desde el punto de vista de Hiroki, avance a saltos, o más bien a golpe de revelación. Sabemos que, cuando Sayuri desaparece de forma repentina, los dos muchachos cesan en su empeño de continuar con la construcción de la aeronave que les permitirá alcanzar la misteriosa y gigantesca torre que les observa desde el otro lado de su país, pero no entendemos el motivo de ese desinterés, por cuanto la obra estaba ya bastante desarrollada cuando la muchacha apareció en escena por primera vez. Sabemos también que, como sucede en tantísimas ocasiones, el paso del tiempo hace que Hiroki y Takuya tomen senderos distintos y acaben distanciándose, aunque la explicación de esta circunstancia, que ofrece Hiroki a Maki, su compañera investigadora, no es del todo satisfactoria. Por último, la manera de cuadrar el círculo, de ligar la resolución del grave conflicto político con la necesidad de que el trío protagonista cumpla su gran sueño adolescente y llegue a realizar su vieja promesa, me parece forzada.
Todo lo anterior no es obstáculo para que la película sea notable, en especial porque la espectacularidad y belleza de sus imágenes revela al espectador un talento que no puede pasar desapercibido. Makoto Shinkai posee un sentido de la estética digno de todo elogio, que en esta película alcanza sus cotas más altas en los innumerables planos de ese cielo siempre luminoso, que no es gris ni siquiera cuando lo sobrevuelan los aviones de combate. Diría que sólo contemplar las imágenes de la torre, y del entorno que la rodea, ya justifica de lleno el visionado de la película, y por supuesto la aprobación del espectador, que percibe que detrás de esas imágenes se esconde un cineasta a seguir. Aquí hay verdadera magia visual, que no se iguala en las escenas que transcurren en Tokio y se echa algo de menos en los espacios cerrados de esa ciudad. Con ese enfoque, el director nos muestra, sin necesidad de explicaciones teóricas, la pureza de la adolescencia y la necesidad de perseguir los sueños inherentes a esa edad. La adolescencia es luminosa y la madurez, mucho más sombría, qué duda cabe. Los escasos personajes adultos que aparecen en la historia (Okabe y Tomizawa, principalmente) son seres ya dotados de ese escepticismo ante la vida tan propio de los mayores que, con el tiempo, también alcanza a Takuya, personaje al que redime su deseo de recuperar su época más feliz. La banda sonora también participa de la belleza visual de la película, llegando a amplificarla en los pasajes más intimistas. Que lo necesitan, porque el romance entre Hiroki y Sayuri no se ilustra de un modo convincente en el guión.
Existen dos elementos más que me resultan llamativos en este debut cinematográfico de Makoto Shinkai: el hecho de que en el film ni se aluda a las familias de los tres jóvenes protagonistas, y la visión política del director, que imagina un mundo paralelo distópìco para su país, condenado a un destino como el que sufrió durante décadas Alemania y que, todavía hoy, soporta Corea. Esta circunstancia, la de situar a Japón como epicentro de la Guerra Fría resulta, cuanto menos, peculiar.
Buena nota en general para los actores que prestan sus voces a los personajes de la historia. Quien más interviene es Hidetaka Yoshioka, pues no en vano entre sus funciones se encuentra la de ser el narrador de la película, y lo cierto que este intérprete, siempre contenido, sale bien parado del reto. En la voz de Yuka Nanri vemos toda la pureza, rayana en la ingenuidad, de esa Sayuri que en muchos momentos es el motor de la película. A Masato Hagiwara quizá le falten matices, porque su personaje cambia más en la narración que en la voz, pero tampoco desentona, y Unsho Ishizuka acierta con el tono viril y descreído de Okabe, un personaje siempre acompañado de un cigarrillo.
El lugar que nos prometimos es una película muy interesante por lo que es en sí misma, y también por ser una muestra primeriza de ese gran talento que Makoto Shinkai ha ido desarrollando con precisión en sus obras posteriores. Por decirlo de la manera más tópica, un diamante en bruto que es mejor no perderse.