La edición de este año de la Copa del Rey de baloncesto ha sido de todo, menos aburrida. De la ya cansina polémica acaecida en la final, sólo decir que el Real Madrid debería buscarse una excusa mejor para dejar la ACB, objetivo que barruntan sus dirigentes desde hace años. Es cierto que se produjeron tremendos errores arbitrales, que además se vienen sucediendo sin tregua en las últimas temporadas (no olvidemos el grosero campo atrás de Llull en 2017, cuya omisión fue clave para que los blancos obtuvieran su más reciente título copero), pero el principal motivo de la derrota madridista tiene que ver con dejar escapar una sustancial ventaja (quince puntos, ya iniciado el último cuarto) en tiempo récord y haciendo gala de una lectura de partido absolutamente desastrosa. Los árbitros de la final merecen ser castigados, por compensar de una forma tan grosera el catedralicio error de no señalar la clamorosa falta antideportiva de Randolph a Singleton en la jugada previa a un dos más uno de Carroll que devolvió al Madrid sus opciones de triunfo y que jamás debió producirse, pero dejémonos de excusas baratas, que tanto lloro agota. En Madrid, y en Cataluña.