GRAIN DE POUSSIÈRE. 2017. 19´. Color.
Dirección: Léopold Kraus; Guión: Léopold Kraus; Director de fotografía: Malik Brahimi; Montaje: Audrey Bauduin y Maxime Mathis; Música: Sacha Rudy, Ariski Lucas y Basile Peter; Diseño de producción: Mika Zimmermann; Producción: Alicia Poirier N´Diaye, Noël Fuzellier y Phillippe Wendling, para Les Films Norfolk (Francia).
Intérpretes: Théo Fernandez (Lucien); David Marsais (Friedrich Nietzsche); Marilyn Lima (Louise); Laurence Côte (Simone de Beauvoir); Julie-Anne Roth (La profesora); Sylvie Guichenuy, Satya Dusaugey, Noël Fuzellier .
Sinopsis: Un adolescente apático y despistado sufre una metamorfosis cuando se inicia en la lectura de la obra de Nietzsche.
Mota de polvo supone el primer trabajo como director de Léopold Kraus, al que apenas se le conocen dos apariciones como actor en el mundo del cine. Se trata de un cortometraje que habla de filosofía en clave de comedia, y que ha conseguido una difusión internacional más que merecida.
Si hay una etapa en la vida en la que es necesario tener buenos referentes, esa es la adolescencia. Este bloguero observa Mota de polvo con un alto grado de simpatía, porque Friedrich Nietzsche fue uno de los suyos. Le descubrí, a través de una corta selección de aforismos, en el último curso del bachillerato. El impacto que me produjo esa lectura fue tan brutal como inmediato, y aún hoy, cuando ya han pasado treinta años de aquello, he de decir que mis periódicas visitas a las obras de Nietzsche nunca han dejado de ser gozosas, lo que prueba que mi relación con ellas está entre lo más cercano al amor verdadero que un servidor haya experimentado jamás. Al margen de la conexión producida por el hecho de que sea precisamente Nietzsche el consejero espiritual del desorientado adolescente protagonista, considero que Mota de polvo es aguda, ligera e ingeniosa. Si su objetivo es, como creo, fomentar el acercamiento de los jóvenes a la filosofía, me parece que la película sirve muy bien a tan loable fin.
Lucien, el joven protagonista de Mota de polvo, es, por decirlo en una palabra, un pasmado. Pasa de puntillas por su propia vida, poseído por la abulia y esclavo de formas de entretenimiento espiritualmente vacías. Por suerte para él, un día cae en sus manos (de manera casi literal) un ejemplar de La gaya ciencia, y Lucien encuentra en ese libro una verdadera fuente de inspiración, hasta el punto de que el propio autor se le aparece físicamente y le ejerce de guía en ese oscuro laberinto que es la vida. Resulta irónico que Nietzsche, cuyas relaciones con el otro sexo fueron bastante desastrosas, ayude a Lucien a conquistar a su amor platónico, una compañera de instituto que mantiene con Simone de Beauvoir una relación casi idéntica a la de Lucien con el autor de Más allá del bien y del mal, pero esa aparente sinsentido, visto en pantalla, resulta divertido… incluso si uno piensa en el evidente final infeliz que tendrá una relación entre dos adolescentes aconsejados por dos pensadores tan antagónicos. Y sí, hay que leer filosofía porque, entre otras cosas, es útil. No para obtener unas respuestas que nos afanamos en buscar y que, simplemente, no existen, sino para que uno consiga hacerse las preguntas correctas y sea capaz de analizar con cierta lucidez algo tan complejo (sólo los cretinos creen que la vida es sencilla) como es la existencia de cada cual como ser humano.
Al margen de alguna breve incursión en el efectismo moderno, Kraus presenta su historia a través de una puesta en escena sencilla, que no simple. Es de agradecer que la jovialidad del planteamiento se extienda también a lo estilístico porque, ahí también, el exceso de solemnidad sería tan nocivo para el éxito de la propuesta como una excesiva banalización que se sabe esquivar con acierto (sin olvidar que las vidas humanas no banales escasean, y que la de Lucien no es una de esas gloriosas excepciones). La música acompaña a la historia, no la suplanta, y la fotografía posee estilo sin dejar de ser funcional. Un aspecto final a elogiar en el enfoque de Kraus: que Nietzsche y Beauvoir ejerzan de guías, no de gurús, esa gran lacra de la humanidad. Si para algo ha de servir la filosofía, es para librepensar. De ahí su creciente postergación académica.
El trabajo de los actores es correcto, aunque a la pareja de adolescentes, formada por Théo Fernandez y Louise Lima, la encuentro, sobre todo en el caso del joven, algo inexpresiva. A ella le veo más madera en esto de la interpretación, la verdad. David Marsais, actor al que no conocía de nada, da vida a un Nietzsche jovial, incisivo, misógino y profundo, y Laurence Côte compone a una Simone de Beauvoir de lo más ortodoxa.
Un gran cortometraje, muy francés, en el mejor sentido del término, que ensalza el valor de la filosofía sin que por ello su visionado deje de ser ameno en ningún momento.