Dije, y lo mantengo, que el 15-M fue uno de los escasos momentos esperanzadores que ha dado la política española desde la victoria electoral del PSOE en 1982. El descontento ciudadano provocado por la crisis, la corrupción y el descrédito de la clase política motivó que gentes de distintas ideologías se uniesen para expresar su indignación y reclamar una justicia social que brillaba por su ausencia. Fue bonito mientras duró. Ocho años después de aquella explosión, el desencanto es absoluto. La ilusión generada por la irrupción en la arena política de nuevos partidos (en especial, Podemos y sus tentáculos regionales) se ha diluido por completo, por el sectarismo que se ha adueñado de una propuesta que nació con vocación mayoritaria, y la incapacidad y el exceso de ego de unos líderes que han demostrado estar mucho peor preparados para la gestión que para el activismo, y ser mucho mejores en la proclama que en la resolución de problemas. Estos y otros factores han generado el despegue, eco del que se ha producido en buena parte del mundo occidental, de un populismo de derechas que comparte con el periférico el apego a la bandera, la cosificación del adversario político y un discurso basado en la fe y, en consecuencia, negador de la razón y el diálogo constructivo, muy distinto del que pregonan quienes sólo buscan espectadores mudos para que escuchen sus aberrantes monólogos. Objetivamente, pues, estamos peor como sociedad que hace ocho años, aunque a muchos de los que entraron en política a lomos del 15-M les haya ido muy bien la vida a título individual. Creo que ninguna época de la historia es igual a otra, pero que todas se parecen un poco, y veo demasiadas similitudes, no sólo en España, entre la situación política actual y la vivida en los años 30 del siglo pasado. Peor aún: no pocas de esas coincidencias han sido y son buscadas por grupos que, incapaces de encontrar luz en un futuro incierto, bucean en el pasado para encontrar unas respuestas que casi siempre son demasiado simples (ergo, atractivas para la gran mayoría de una especie poco inclinada a la reflexión crítica) y no suelen ir más allá de la media verdad. No me pregunten cuál será el final del cuento, pero intuyo que no será feliz.