EVA. 2011. 94´. Color.
Dirección: Kike Maíllo; Guión: Sergi Belbel, Cristina Clemente, María Roca y Aintza Serra; Dirección de fotografía: Arnau Valls Colomer; Montaje: Elena Ruiz; Música: Evgueni Galperine y Sacha Galperine; Dirección artística: Laia Colet y Gemma Fauria; Producción: Tim Belda, Sergi Casamitjana, Lita Roig, Aintza Serra y Eric Tavitian, para Escándalo Films (España)
Intérpretes: Daniel Brühl (Alex Garel); Marta Etura (Lana Levy); Alberto Ammann (David Garel); Claudia Vega (Eva); Anne Canovas (Julia); Lluís Homar (Max); Sara Rosa Losilla, Manel Dueso, Ona Casamiquela, Peter Vives.
Sinopsis: Un joven científico regresa a su hogar, tras diez años de ausencia, para encargarse de un importante proyecto de robótica.
Eva supuso el debut en el largometraje del barcelonés Kike Maíllo, quien hasta entonces había dirigido algunos cortos y trabajos para la televisión. Maíllo fue alumno de la ESCAC, una de las escuelas de cine más prestigiosas de España, y para su ópera prima se atrevió con un género poco explorado en nuestro país: la ciencia-ficción, con resultados que recibieron numerosos elogios por parte de la crítica.
Maíllo sitúa su película en un futuro cercano, y en un enclave geográfico permanentemente nevado que marca el tono melancólico de la propuesta. Todo comienza con el regreso a casa de Alex, un científico que se marchó diez años atrás dejando a medias un ambicioso proyecto y, de paso, renunciando a una hipotética vida en común junto a Lana, una investigadora que terminó casándose con David, el hermano de Alex. Éste vuelve con la intención de terminar con su proyecto, que consiste en la creación de un niño-robot de última generación, dotado de todas las emociones que pueda poseer un ser humano y, a la vez, de muchas más capacidades. En busca de un modelo para su creación, Alex repara en una niña que posee un encanto especial, Eva, que resulta ser la hija de David y Lana.
Para empezar, hay que reconocerle a Maíllo su arrojo por meterse en un berenjenal tan importante siendo un director novel. El reto era doble: por un lado, hacer una película convincente en lo técnico, que no ahuyentara al espectador en un aspecto en el que tantas veces fallan las producciones españolas: los efectos especiales. Por el otro, evitar que, como tantas veces sucede en el cine contemporáneo, el atractivo del film se circunscribiera a lo visual y naufragara en lo narrativo. Opino que Maíllo salió triunfante del doble desafío, porque los efectos especiales están entre los aspectos más destacables de la película y porque ésta, sin resultar especialmente original en cuanto al guión, sí posee alma. Veo muchas huellas de Inteligencia artificial , esa obra que inició Kubrick y empeoró Spielberg, pero, ojo, el clímax de la película trajo a mi memoria la escena más recordada de Blade Runner. Y esas son palabras mayores. Me interesa la idea, que por supuesto es una de las fundamentales de esa obra clave que es 2001, que apunta a una circunstancia que jamás deberíamos olvidar: un robot es más peligroso cuanto más humano.
Creo que donde la película se queda más corta es en sus pretensiones de thriller, porque tanto el modo de resolver el suceso planteado en la escena inicial como la revelación de la verdadera identidad de Eva no constituyen ninguna sorpresa para un espectador mínimamente atento. Tampoco el triángulo amoroso se aleja de los cánones, aunque esta subtrama está resuelta con mayor habilidad y coherencia, pues se tiene en cuenta que somos humanos en lugar de robots y, cuando aparecen (o reaparecen) en escena ciertos sentimientos, la inteligencia salta por la ventana. Maíllo se muestra muy académico en cuanto a la puesta en escena, marcada como dije por el gélido ambiente, y aprovecha unos efectos especiales brillantes, que cobran un merecido protagonismo cuando aparece en pantalla Max, el robot-mayordomo de Alex, y sobre todo cuando éste explica a Eva todo lo que encierra el cerebro humano. La niña posee un encanto especial, pero es también un ser caprichoso y perverso, lo que acaba por desencadenar un drama que ya se nos anuncia desde la primera escena. No sorprende, dije, pero más importante me parece el cómo se llega hasta allí y, en eso, Maíllo y su equipo de guionistas lucen buen pulso. En el fondo, Eva es una película triste, cuyo tema es la pérdida, pues al final todos y cada uno de los personajes principales quedan sumidos en el vacío. Y la última escena que comparten Alex y Eva me parece magnífica. En ella, la música cumple muy bien su función, aunque en otros momentos de la película (la tragedia en las nevadas montañas) la banda sonora me resulta demasiado enfática.
En el reparto, división de opiniones. Daniel Brühl me parece, además de un buen actor, un tipo que suele elegir bien sus proyectos, y aquí está a la altura exigible. A Marta Etura la considero una buena actriz, aunque aquí repite un papel de mujer sufriente en el que la veo bastante encasillada. En cambio, Alberto Ammán está muy lejos de resultar creíble, cosa que por otra parte es lo más habitual en este actor del montón. El encanto de la niña Claudia Vega está más en su aspecto y diálogos que en su habilidad para recitarlos, y Anne Canovas no merece más que un aprobado. Por suerte, Maíllo cuenta con un soberbio actor llamado Lluís Homar para darle un toque de distinción a un apartado interpretativo que presenta algunas carencias.
Conste que no elogio ni recomiendo Eva desde el buenismo ni desde el orgullo patrio: alegra que una obra de ciencia-ficción hecha en estas latitudes sea mucho más reivindicable que risible, pero estamos ante una película que nunca deja de ser buena, y que por momentos es notable. Gran debut de un director que hasta ahora no ha logrado confirmar lo que apuntaba en su ópera prima, pero del que cabe esperar buenas cosas, ya sea en España o desde el otro lado del Atlántico.