FREE FIRE. 2016. 91´. Color.
Dirección: Ben Wheatley; Guión: Amy Jump y Ben Wheatley; Dirección de fotografía: Laurie Rose; Montaje: Amy Jump y Ben Wheatley; Música: Geoff Barrow y Ben Salisbury; Diseño de producción: Paky Smith; Dirección artística: Nigel Pollock (Supervisión); Producción: Andy Starke, para Film4-BFI-Rook Films-Protagonist Pictures (Reino Unido).
Intérpretes: Enzo Cilenti (Bernie); Sam Riley (Stevo); Michael Smiley (Frank); Brie Larson (Justine); Cillian Murphy (Chris); Armie Hammer (Ord); Sharlto Copley (Vernon); Babou Ceesay (Martin); Noah Taylor (Gordon); Jack Reynor (Harry); Mark Monero (Jimmy); Patrick Bergin (Howie); Tom Davis (Leary).
Sinopsis: Una venta de armas entre traficantes norteamericanos y terroristas irlandeses degenera en un tiroteo sin cuartel.
El británico Ben Wheatley consiguió llamar la atención de la crítica internacional con films como Kill list, que le hicieron ganarse un prestigio como director de películas de acción en clave moderna. Free fire supone una nueva incursión de Wheatley en dicho género, menos conseguida que la anterior a juzgar por la reacción de público y especialistas.
Pongan a un puñado de individuos con muchas más armas que cerebro en una nave industrial abandonada y sumérjanlos en un sálvese quien pueda a balazo limpio. Esto es, a grosso modo, Free fire, una película que puede verse como un homenaje al cine de acción setentero aunque, yéndonos más cerca en el tiempo, es el Reservoir dogs de Ben Wheatley. En la ópera prima de Tarantino eran un atraco y varios tipos trajeados y sanguinarios; aquí, una venta de armas entre traficantes de Boston y terroristas irlandeses. El tono de comedia negra y el progresivo todos contra todos en que se convierte la película marcan las muchas similitudes existentes entre ambas obras. Pero Tarantino sólo hay uno, y Wheatley, más allá de algunos diálogos ingeniosos y de un buen estilo rodando tiroteos, se queda a medio camino. En Free fire sobran disparos y falta sustancia.
Entendida como un alegato contra las armas de fuego (tengo mis dudas de que lo sea), Free fire tiene bastante gracia, pues muestra con toda crudeza las consecuencias de que un puñado de idiotas tenga a su alcance un verdadero arsenal. La gracia se acaba en cuanto uno repara en que, en la vida real, esa clase de sujetos siempre tendrá armas, y lo que tenemos todos los demás es un gran problema. No obstante, creo que si algo quiere demostrar Ben Wheatley es la condición de verdad absoluta que posee la frase más célebre de Thomas Hobbes. Todos los personajes, ya sean los descerebrados de serie, los que tienen el seso sorbido por el abuso de estupefacientes o los que conservan un ápice de cordura, acaban reducidos a la condición de bestias, salvajes y codiciosas, en una espiral de violencia en la que las lealtades se pierden a medida que crece el número de disparos. La película, que al principio dosifica bien la tensión y retrata de forma precisa a los distintos protagonistas, acaba por desaparecer entre disparos y sangre. Creo, además, que la idea de situar la acción en horario nocturno es desafortunada: una nave industrial ya es de por sí un lugar oscuro, y al final cuesta incluso reconocer a los cada vez más perjudicados personajes en mitad de la tiniebla. A la hora de mostrar la violencia, Wheatley oscila entre el realismo descarnado y la estilización, y uno piensa que se le da mejor lo primero.
Mejor el montaje, que adquiere una importancia añadida en una película que se desarrolla en un solo escenario, que la fotografía. De la música, pocas noticias, porque lo más destacable es la chocante presencia de algunas de las canciones más recordadas de John Denver.
Llegamos al reparto, cuya labor me parece, en general, bastante correcta. Destaco a Cillian Murphy, actor talentoso que vuelve a brillar, a Sam Ripley en el papel del más estúpido de los terroristas irlandeses, a Armie Hammer como estiloso pistolero y a Sharlto Copley como peculiar traficante de armas de acento exótico. Brie Larson pone la (en estos tiempos) imprescindible presencia femenina, que aquí me parece metida con calzador, y su labor no desmonta mi opinión de que es una actriz normalita, en cuya filmografía hay más cantidad que calidad. De hecho, el personaje de Larson es el que, al final, amenaza con cargarse del todo la película, pero hay un volantazo en forma de giro argumental que salva los muebles. Resaltar, por último, la breve aparición del veterano Patrick Bergin.
Entretiene, pero se queda a medio camino del Peckinpah/Hill/Tarantino que quiere ser. Ben Wheatley es un director capaz, pero en Free fire flaquea en la cuestión narrativa.