Uno hubiese preferido los de Zamora, pero la verdad es que los resultados de las elecciones municipales en la que todavía es mi ciudad, Barcelona, prometen diversión durante un tiempo, o más bien durante toda la legislatura. Mi opinión al respecto es que el candidato más votado, Ernest Maragall, un socialista de toda la vida, que lleva la palabra establishment grabada en la frente y que se ha metido a indepe a una edad en la que uno está mejor mirando obras, no debería ser alcalde. Primero, porque alguien de su edad lo que debería hacer es dejar las altas responsabilidades en manos de los más jóvenes en lugar de quererlas para él, y también porque su objetivo es supeditar las políticas de ciudad a un independentismo que, la aritmética no miente, suma 15 de los 41 concejales del consistorio. Pero pasemos a los hechos.
El pacto ERC-Barcelona en Comú estaba más que cocinadito antes de las elecciones, pero después de ellas han sucedido algunas cosas importantes que alteran el mapa: para empezar, que la suma de ambas fuerzas no otorga la mayoría absoluta; pero la circunstancia que considero más relevante es que Ada Colau tiene la perentoria necesidad de seguir siendo alcaldesa de Barcelona, visto el derrumbe electoral de su marca política, que en toda Cataluña ha perdido más de un centenar de regidores (aproximadamente, un tercio de los que tenía) y ha sufrido una derrota incontestable a manos socialistas en toda el área metropolitana. Retener la alcaldía de la capital se perfila como el imprescindible dique para evitar una desbandada que, en otro caso, puede ser de grandes proporciones. Colau propone un tripartito progresista a todas luces inviable, pues sus dos posibles socios se excluyen entre sí. ERC, por su parte, propone un pacto con los comunes que incluya a lo que queda de Convergència, formación política en caída libre que ya dejó su habitual rastro de corrupción e ineptitud en su etapa al frente del Ayuntamiento. Por prudencia elemental, los comunes no quieren oír hablar de esa entente. Lo lógico, si se trata de formar un gobierno efectivo, sería descartar los tripartitos, y ahí Colau tiene las de ganar, pues un pacto con el PSC le garantiza unos 18 votos (aunque para ser proclamada alcaldesa tendría que contar con los que ha ofrecido, teóricamente sin condiciones, Manuel Valls, aunque su apoyo sea difícil de asumir por su destinataria) que Ernest Maragall no podría alcanzar, salvo pactando con los comunes y excluyendo del gobierno municipal a la otra fuerza independentista que ha conseguido representación. Veremos en qué queda el espectáculo, pero el aburrimiento está excluido de la ecuación.