KAGUYA-HIME NO MONOGATARI. 2013. 132´. Color.
Dirección: Isao Takahata; Guión: Isao Takahata y Riko Sakaguchi, basado en una historia de Isao Takahata; Dirección de fotografía: Keisuke Nakamura; Montaje: Toshihiko Kojima; Música: Joe Hisaishi; Dirección artística: Kazuo Oga; Producción: Yoshiaki Nishimura y Seiichiro Ujiie, para Studio Ghibli-Dentsu-Toho-NTV-Hakuhodo NV Media Partners-Mitsubishi-KDDI Corporation (Japón).
Intérpretes: Aki Asakura (Voz de la princesa Kaguya); Takeo Chii (Voz del cortador de bambú); Nobuko Miyamoto (Voz de la esposa del cortador de bambú); Kengo Kora (Voz de Sutemaru); Atsuko Takahata (Voz de Lady Sagami); Shinosuke Tatekawa (Voz de Akita); Tamaki Kojo (Voz de Isonokami); Ryudo Uzaki (Voz de Otomo); Takaya Kamikawa (Voz del príncipe Ishitsukuri); Isao Hashizume (Voz del príncipe Kuramochi); Hikaru Ijuin (Voz del ministro Abe); Tomoko Tabata (Voz de Warawa); Shichinosuke Nakamura (Voz del emperador); Tatsuya Nakadai.
Sinopsis: Un anciano cortador encuentra en el bosque lo que parece ser una ninfa. La criatura crece rápidamente y se convierte en una niña cuyo destino es convertirse en princesa.
El cuento de la princesa Kaguya es el testamento cinematográfico de uno de los grandes nombres del cine de animación japonés, Isao Takahata. Inspirada en uno de los relatos tradicionales nipones más antiguos que se conservan, la película tuvo una excelente acogida internacional, que contrasta con el escaso tirón popular que tuvo en su país de origen. Hoy, pocos niegan que la filmografía de Takahata finalizó de la mejor manera posible.
La película es, a grandes rasgos, un drama sobre el valor de las cosas pequeñas y las consecuencias del paso del tiempo. Su estética, sencilla e impresionista, puede resultar chocante para aquellos acostumbrados a la exuberancia técnica que exhiben los más distinguidos filmes de animación hechos por ordenador, pero cualquiera que no esté ciego puede comprobar que El cuento de la princesa Kaguya es, visualmente, una obra de gran belleza que se inicia en el Japón más rural, en cuyos bosques un anciano se dedica a hacer lo que ha hecho toda la vida: cortar bambú. Algo extraordinario sucede: de una de las plantas, de la que emana un brillo cegador, surge una criatura diminuta, de forma y aspecto humanos, que parece una preciosa muñeca. El anciano le lleva a su esposa ese hallazgo fuera de lo común, y bien pronto la pareja percibe que lo que le ha llovido del cielo es la hija que nunca tuvieron, una criatura que crece a una velocidad inaudita y posee todas las cualidades imaginables. Cuando, en sus sucesivas visitas al bosque, el anciano descubre un árbol del que brota una gran cantidad de oro, así como una enorme colección de los más valiosos tejidos, comprende que su deber es llevar a la capital a esa criatura que le ha sido regalada para convertirla en la princesa que obviamente es. No obstante, ella, ya convertida en una niña, es muy feliz en el campo, junto a las flores y los animales, e incluso ha experimentado sentimientos amorosos hacia Sutemaru, un joven del pueblo. El traslado se realiza, la niña feliz del bosque se convierte en la princesa Kaguya, deseada por lo más selecto de la nobleza imperial… y ella sigue echando de menos el paisaje de su infancia y ansía dejar atrás su jaula de oro.
Resulta evidente que Isao Takahata quiere destacar el valor de la infancia como la etapa más bella, por ser la más libre, en la vida de todo ser humano. Lo hace mientras la narra, pues en esta primera y muy luminosa parte de la película no hay ninguna mancha que ensombrezca la felicidad de los protagonistas, y lo hace también una vez producido el éxodo hacia la capital, pues aquel pasado es descrito como el paraíso perdido que sólo el anciano cortador de bambú, obcecado en su idea de darle a su hija la instrucción y los lujos que la conviertan en una verdadera princesa, parece satisfecho de haber dejado atrás. Muy ilustrativa de ello es la escena en la que Kaguya, que asiste como mero objeto decorativo a una fiesta organizada en su honor, sueña que se fuga de regreso a sus orígenes. Aquí, la estética se hace expresionista, y el ritmo de la narración, muy plácido hasta entonces, se acelera de forma significativa. El tono se hace más liviano cuando aparecen los nobles pretendientes de la princesa, ansiosos por desposarla pese a que, siguiendo las normas de la aristocracia, ni tan siquiera la conocen. Sin embargo, la constatación por parte de la joven de que lo que ella se había tomado como un juego infantil más había sido tomado tan en serio por sus aspirantes a marido que algunos de ellos habían llegado a perder la vida en su intento por complacerla, la hace ver que no hay marcha atrás… o sí. Cuando el propio emperador cae víctima del hechizo de la princesa, ésta, a quien toda la pompa y el poder le resultan ajenos, revela su verdadera naturaleza, dando paso a unas escenas finales realmente sublimes.
Detrás del pretendido intento de regresar a la sencillez del manga se oculta una estética compleja, que complementa y amplifica los hechos narrados. Las mencionadas escenas finales, en las que Takahata se lanza a reflexionar sobre la vida y la muerte con especial sensibilidad, son una explosión de belleza en la que también participa, y no de manera menor, la música de Joe Hisaishi. Siete años se invirtieron en dibujar los miles de fotogramas que forman la película, y todo ese esfuerzo se traduce en una obra fascinante, en la que lo narrado es mucho más que un cuento: es la reflexión de un hombre al borde de la muerte sobre la belleza de la vida y sobre cómo la echamos a perder, hasta que en la última hora comprendemos (y eso, los más lúcidos) qué es lo verdaderamente trascendente de la existencia.
De los actores que dan su voz a los personajes, me gustaría destacar a Nobuko Miyamoto, que interpreta a la abnegada, dulce y comprensiva esposa del cortador de bambú, y hace las veces de narradora. Su voz es como la película: tierna y sensible, en el mejor sentido de ambos términos. La joven Aki Asakura, que da voz a la princesa, consigue comunicar la inocencia, la alegría y la desazón de su personaje, por lo que cumple con buena nota. Takeo Chii lidia de forma más que correcta con un personaje más adusto que los de las protagonistas femeninas, y la voz de Takaya Kamikawa, que interpreta al más aguerrido de los pretendientes de la princesa, denota presencia, lo mismo que la de Shichinosuke Nakamura, que interpreta al emperador. Destacar la intervención, en un pequeño papel, de Tatsuya Nakadai, el inolvidable rey Lear de Kurosawa.
Magnífica en todos los sentidos, la última película de Isao Takahata se sitúa no sólo entre lo mejor que haya rodado su director, siempre oscurecido por la sombra del genio Hayao Miyazaki, sino como una de las obras imprescindibles de Ghibli, un estudio que es sinónimo de calidad y buen hacer. Sin exagerar, creo que el final de El cuento de la princesa Kaguya es de lo más impactante que he visto en años, por lo que me cuesta entender las razones de su fracaso en Japón, salvo por el hecho de haber modificado aspectos sustanciales de la milenaria narración en la que se inspira. Sea como sea, obra mayor.