CIMITERO SENZA CROCI. 1969. 88´. Color.
Dirección: Robert Hossein; Guión: Robert Hossein, Claude Desailly y Dario Argento; Dirección de fotografía: Henri Persin; Montaje: Marie-Sophie Dubus; Música: André Hossein; Decorados: Jean Mandaroux; Vestuario: Rosine Delamare; Producción: Jean-Pierre Labatut y Jean-Charles Raffini, para Les Films Copernic-Loisirs du Monde-Fono Roma (Francia-Italia).
Intérpretes: Michèle Mercier (Maria Caine); Robert Hossein (Manuel); Guido Lollobrigida (Thomas Caine); Daniele Vargas (Will Rogers); Serge Marquand (Larry Rogers); Anne-Marie Balin (Diana Rogers); Benito Stefanelli (Ben Caine); Pierre Hatet (Frank Rogers); Phillippe Baronnet (Bud Rogers); Michel Lemoine (Eli Caine); Pierre Collet, Ivano Staccioli, Béatrice Altariba, José Canalejas, Cris Huerta.
Sinopsis: Un hombre es ahorcado por los esbirros de una poderosa familia. Su viuda jura venganza, y para ello recurre a un antiguo pistolero con el que tuvo una relación años atrás.
Al margen de su extensa carrera como actor, Robert Hossein dirigió más de una veintena de películas de diferentes géneros, la mayoría de ellas desconocidas en España. Una de las que sí llegó a verse en nuestro país, aunque con el título de Una cuerda, un Colt… fue Cementerio sin cruces, un peculiar spaghetti western rodado en Almería que pasó un tanto desapercibido entre las docenas de producciones similares rodadas en la segunda mitad de la década de los 60, pero que con los años ha ido ganándose una posición privilegiada dentro de un subgénero que no suele gozar de demasiada consideración por parte de la crítica.
Hossein dedicó la película a su amigo Sergio Leone, y es muy probable que el director romano, que según se comenta llegó a dirigir una de las escenas de Cementerio sin cruces, quedara complacido con este film cuyo tema principal es el más repetido en el spaghetti western: la venganza. La diferencia de esta película respecto a tantas otras es que aquí el tono es más reflexivo de lo habitual y la revancha no produce el común efecto saciador: no es el agua que quita la sed sino, tal y como dice el protagonista masculino, un árbol que da frutos amargos. Todos los personajes principales están envueltos en un halo trágico que acerca la atmósfera de la película al existencialismo. Al principio, vemos lo que ya hemos visto muchas veces: a tres hombres perseguidos por un grupo de jinetes. Uno de ellos, extenuado, consigue alcanzar sus tierras sólo para ser ahorcado en presencia de su esposa. Los autores del linchamiento son los Rogers, un clan familiar cegado por la codicia que impone su ley sin cortapisas en el condado. La viuda jura vengarse de ellos, y para lograr su objetivo, sabedora que no contará con la ayuda de los dos hermanos de su esposo, que lograron huir de los Rogers y planean emigrar, recluta a Manuel, un antiguo amante y, en tiempos, experto pistolero.
El fatalismo impregna toda la película, a excepción de la escena del ágape en la casa de los Rogers, que según parece fue la que dirigió Leone. Todos los personajes protagónicos tienen, en un momento u otro, la posibilidad de evitar la confrontación y escapar a su destino, pero no lo hacen, pues en ellos mandan la codicia, el deseo de venganza o, en el caso de Manuel, la lealtad a un antiguo amor y el recuerdo de un pasado próspero que no ha de regresar. Hay vuelta atrás, y el destino no es inexorable: son los personajes quienes se labran su propia desgracia. Al primer crimen le suceden otros, que Manuel utiliza para granjearse la confianza de los Rogers, y el secuestro de la hija del patriarca de esta familia es el que acaba desencadenando la tragedia, una tragedia que Hossein filma respetando los cánones del género, aunque casi sin recurrir a los primerísimos planos típicos de Leone. Sí hay bonitas estampas de los jinetes cabalgando por las tierras de Almería, y un pueblo desolado que refleja el estado interior de Manuel y el porvenir que le espera. Otro de los rasgos típicos del spaghetti western que pueden apreciarse en Cementerio sin cruces, cuyo eficaz guión no incluye al parecer demasiadas de las aportaciones hechas por el maestro del giallo Dario Argento, es la escasez de diálogos: todos los personajes son parcos en palabras y en ellos domina el laconismo, factor que ayuda a que Hossein demuestre su capacidad como cineasta, de explicar la historia sólo con las imágenes. Hay un caso extremo: uno de los personajes más relevantes en la trama no dice una sola palabra en toda la película; únicamente se le escucha un grito, que se produce además cuando ese personaje está fuera de cámara.
Ese espíritu nihilista del film no es obstáculo para que éste sea a la vez entretenido. La música, compuesta por el padre del realizador, añade a las obvias influencias de Ennio Morricone algunas bellas melodías inspiradas en el flamenco que le dan a la película una calidad especial e iluminan las escenas más intimistas.
Al frente del reparto, mayoritariamente francés al igual que el equipo técnico del film, tenemos a una destacada Michèle Mercier en el rol de una viuda corroída por el dolor y el deseo de venganza. Sus miradas consiguen decir mucho, con lo que se evita el destrozo que podría haberle hecho a la película una protagonista con menos recursos. También Robert Hossein consigue ser expresivo sin necesidad de texto: en sus ojos vemos que, más allá de su pericia con el revólver, su personaje es un ser vacío, roto. De entre la corrección con la que se desenvuelve en general el plantel de secundarios sobresale Anne-Marie Balin, que interpreta a ese personaje, al que aludí anteriormente, que no dice una palabra en toda la película. No las necesita esta actriz para lograr transmitir los tres estados emocionales por los que la única mujer del clan Rogers atraviesa durante el metraje.
Nos encontramos, sin duda, ante un film que, por su estilo y calidad, es muy reivindicable, en el que Robert Hossein demuestra poseer buen nivel también detrás de las cámaras. Un film muy francés, de enormes influencias italianas y rodado en tierras españolas, que merece figurar entre los mejores del euro-western.