THE LAST COMMAND. 1955. 106´. Color.
Dirección: Frank Lloyd; Guión: Warren Duff, basado en un argumento de Sy Bartlett; Dirección de fotografía: Jack Marta; Montaje: Tony Martinelli; Música: Max Steiner; Dirección artística: Frank Arrigo; Decorados: John McCarthy, Jr. y George Milo; Vestuario: Adele Palmer; Producción: Herbert J. Yates, para Republic Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Sterling Hayden (Jim Bowie); Anna Maria Alberghetti (Consuelo De Quesada); Richard Carlson (Coronel Travis); Arthur Hunnicutt (Davy Crockett); Ernest Borgnine (Mike Radin); J. Carrol Naish (General Santa Anna); Ben Cooper (Jeb Lacey); John Russell (Teniente Dickinson); Otto Kruger (Stephen F. Austin); Eduard Franz (Lorenzo De Quesada); Virginia Grey, Slim Pickens, Roy Roberts.
Sinopsis: Jim Bowie, un aventurero texano, asiste primero como espectador y después como elemento principal del movimiento secesionista de Texas, que en primera instancia desembocará en la batalla de El Álamo.
Frank Lloyd fue un cineasta de origen escocés que inició su carrera como director en la época de los pioneros, rodando cortometrajes mientras Europa se convertía en un inmenso campo de batalla. Realizador hoy bastante olvidado, quizá debido a su carencia de pretensiones, Lloyd se ganó una sólida reputación de artesano eficiente y dirigió más de un centenar de películas, algunas de ellas magníficas, como su versión de Rebelión a bordo, sin duda la mejor de las rodadas hasta la fecha. La última orden es, casualidades de la vida, su último film, un western clásico que narra los hechos acaecidos en El Álamo varios años antes de que John Wayne dirigiera su propia versión de unos sucesos que forman parte de la épica estadounidense.
El protagonismo absoluto se le da a Jim Bowie, un aventurero que comandó a los voluntarios que decidieron resistir el ataque del ejército mexicano al fortín de El Álamo. Se dice que el papel de Bowie le fue ofrecido a John Wayne, que lo rechazó porque la productora de la película, Republic Pictures, no estaba en condiciones de levantar el film de gran presupuesto que Wayne esperaba. Lo que sí hizo la Republic fue contratar a un director muy competente, y se nota. Más allá de la muy edulcorada visión que se nos ofrece acerca de quién fue Jim Bowie, la verdad es que la película es notable, y mejora la versión que más tarde rodaría Wayne en dos aspectos que están lejos de ser insustanciales: es más concisa en la narración, y menos patriotera en el discurso, por mucho que se nos presente como una lucha entre la libertad y la tiranía lo que en realidad fue un conflicto por el control de una enorme extensión de tierras, las que hoy forman el estado norteamericano de Texas. Bowie nos es descrito como un hombre respetado y admirado, experto en el manejo del cuchillo y muy directo en su proceder que en principio mantiene una relación de mutua desconfianza con los líderes del movimiento secesionista que empieza a surgir en Texas, pues no en vano Bowie es amigo personal del presidente mexicano, el general Antonio López de Santa Anna. La inclinación al despotismo del militar es el motivo de la separación entre ambos, y de la adhesión de Bowie a la causa separatista. En realidad, sus motivos fueron más prosaicos, pero no hablamos de un libro de Historia, sino de un interesante film de género en el que su director, en apenas hora y tres cuartos de metraje, tiene tiempo de presentar de forma convincente a los personajes principales y los cambios en las relaciones que se establecen entre ellos, de mostrar cómo el enconamiento de los dos bandos en la defensa de sus intereses acaba llevando a la guerra, y de enseñar ésta a través de brillantes escenas de acción en las que Lloyd deja claro que la experiencia es un grado, y que las limitaciones presupuestarias no tienen por qué suponer un escollo insalvable si lo que se pretende es ofrecer al público un buen espectáculo. Vemos el asedio a la fortaleza, compartimos la angustia de unos personajes que, ante la escasez de refuerzos, comprenden que su destino es no salir vivos de El Álamo, y finalmente observamos cómo esos personajes asumen tamaño sacrificio en pro de su causa. La mitologia norteamericana ha logrado convertir en leyenda lo que no fue más que una derrota sin paliativos, pero la historia la escriben los vencedores y los estadounidenses, al final, lo fueron. Como suele suceder, sobra el romance que vive el protagonista y el maniqueísmo de la historia es evidente, pero la cámara siempre da la impresión de estar donde debe, el trabajo en la sala de montaje es de calidad y la banda sonora compuesta por Max Steiner, en la que ya escuchamos a las tropas mexicanas tocar a degüello antes del asalto final, roza por momentos la excelencia.
No está John Wayne, pero sí un carismático Sterling Hayden, actor de gran presencia capaz de resultar duro y a la vez de ofrecer un amplio abanico de recursos interpretativos que utiliza para mostrar la fidelidad a sí mismo de su personaje, un hombre que acepta su destino con singular estoicismo. La joven Anna Maria Alberghetti, actriz de breve y discreta carrera, asume un papel de lo más tópico y se limita a cumplir. Mucho más que eso hace el mejor actor de todo el reparto, Ernest Borgnine, que una vez más despliega su tremendo poderío en pantalla. Arthur Hunnicutt, un especialista en el western, interpreta con maestría a un socarrón Davy Crockett, y a Richard Carlson lo encuentro algo envarado en el papel del coronel Travis. En mi opinión, el más flojo de los intérpretes es el joven Ben Cooper, que queda diluido por completo entre secundarios de lujo en el cine del Oeste como J. Carrol Naish, muy correcto en el papel del presidente mexicano, o Slim Pickens.
La última orden es un notable western realizado a la manera clásica (es decir, una serie B que por calidad no lo parece), muy entretenido e injustamente relegado a un segundo plano por el film que dirigió John Wayne sobre el mismo episodio histórico.