ROMAN J. ISRAEL, ESQ. 2017. 120´. Color.
Dirección: Dan Gilroy; Guión: Dan Gilroy; Director de fotografía: Robert Elswit; Montaje: John Gilroy; Música: James Newton Howard; Dirección artística: Robert W. Joseph; Diseño de producción: Kevin Kavanaugh; Producción: Todd Black, Jennifer Fox y Denzel Washington, para Escape Artists-Macro Media-BRON-Columbia Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Denzel Washington (Roman J. Israel); Colin Farrell (George Pierce); Carmen Ejogo (Maya); Lynda Gravatt (Vernita); Amanda Warren (Lynn Jackson); Hugo Armstrong (Fritz Molinar); Sam Gilroy (Conor Novick); Tony Plana (Jessie Salinas); DeRon Horton (Derrell); Amari Cheatom (Carter Johnson); Vice Cefalu, Tarina Pouncy, Niles Fitch, Nazneen Contractor, Sedale Threatt, Jr., Robert Prescott, Shelley Hennig, Esperanza Spalding, Ludwig Manukian.
Sinopsis: Un abogado introvertido e idealista ve cómo su vida da un giro drástico cuando su socio y mentor sufre un infarto y el bufete debe cerrar. Un poderoso despacho, cuyo jefe es un antiguo alumno del fallecido, opta por contratarle.
Nightcrawler, el debut en la dirección del experto guionista Dan Gilroy, fue una de las óperas primas más alabadas por la crítica en esta década. Semejante entusiasmo no se repitió, ni de lejos, tras el estreno del siguiente trabajo de Gilroy como realizador, Roman J. Israel, Esq. Hubo un generalizado consenso en cuanto a que el nivel de calidad de Nightcrawler estaba lejos de igualarse. Sin discutir de manera abierta esta cuestión, me permito afirmar que este drama judicial es una película notable.
El film cuenta la historia de un hombre de características muy peculiares en el momento decisivo de su existencia. Roman J. Israel es un ya maduro abogado especialista en cuestiones relacionadas con los derechos civiles que lleva décadas instalado en la misma rutina: es una verdadera rata de laboratorio que se dedica a preparar las causas que su socio y mentor defenderá después ante los tribunales, y también un ser asocial, que vive solo, utiliza la música como refugio espiritual y carece de aptitud para las relaciones sociales. Su obsesión por el Derecho llega al punto de dedicar buena parte de su tiempo libre en preparar un trabajo que, de tener éxito, podría suponer un antes y un después en el sistema penal de California. El problema para Roman viene cuando el hombre para el que trabaja sufre un repentino infarto y queda en estado vegetativo. Los herederos del titular del despacho optan por cerrar el bufete, poco rentable en lo económico, y el protagonista se ve obligado a empezar de cero a una edad en la que la gran mayoría de las personas lo tiene ya casi todo escrito en la vida. Por un lado, Roman se plantea trabajar en una asociación dedicada a la defensa de los derechos civiles, que es su tema, pero allí sólo le aceptan como voluntario, y para ganarse la vida Roman recurre a la figura de George Pierce, un jurista de éxito que regenta un poderoso despacho penalista.
Aunque el guión es en ocasiones confuso y tendente a lo discursivo, e incluso al monólogo, opino que el conjunto se sostiene muy bien gracias al muy logrado perfil psicológico del protagonista, un ser que vive muy a gusto en la rutina y de golpe se encuentra ante una sucesión de cambios que le desconciertan y le obligan a tomar una serie de decisiones que por momentos le convierten en el tipo de persona contra el que siempre luchó. En este sentido, el film entronca con la frase más recordada de Ortega y Gasset, por cuanto deja bien claro cómo las circunstancias modelan nuestra personalidad y pueden llegar a cambiar nuestra forma de ver el mundo. Un mundo que, en muchos aspectos, ya es ajeno a Roman: ni su espíritu congenia con el de los jóvenes defensores de los derechos civiles (impagable la escena en la que dos activistas le abochornan de sexismo), ni tampoco es capaz de renunciar del todo a su naturaleza, pese a saber que el idealismo no tiene cabida en esta época y que, en el gran mundo, él siempre será un pez fuera del agua. En este punto, la estética explica tanto como la narración: Roman, al que se nos presenta como un tipo asexuado, puede comprarse trajes caros o alisarse el pelo, pero sus andares arrastrados y su escasa elegancia natural le delatan: el glamour es para otros. No el carisma, pues Roman sí posee la capacidad para influir decisivamente en la vida de otros. En estos aspectos es donde reside la calidad de un guionista, y más allá de su tendencia a divagar, es evidente que Dan Gilroy la tiene.
Otro aspecto muy a destacar de la película es la excelente fotografía de Robert Elswit, que ya había trabajado en la ópera prima de Dan Gilroy y que por algo ha sido el operador de cabecera de Paul Thomas Anderson. Soy incapaz de imaginar cómo se podrían iluminar mejor el pequeño y caótico apartamento de Roman o el frío y moderno edificio en el que George Pierce hace valer su criterio. La música de James Newton Howard se queda casi en el anonimato, porque si algo hay que resaltar en este capítulo es la calidad de los temas musicales escogidos y su buen ensamblaje con la narrativa del film.
Al ver la película, uno entiende por qué Denzel Washington quiso producirla, porque el papel de Roman J. Israel es un vehículo ideal para que el protagonista de Training day luzca sus cualidades interpretativas, que son muchas. Washington transmite al espectador la callada firmeza de su personaje, su carácter esquivo y sus vaivenes interiores de un modo admirable, siendo su trabajo el único aspecto de la película que ha gozado del aplauso general. El problema es que el resto de actores no están a su altura: Colin Farrell cumple, pero a su interpretación le falta garra, y Carmen Ejogo me parece una buena actriz, pero aquí se pasa de intensa en algunas escenas, como por ejemplo en la que transcurre en el restaurante al que la invita el protagonista. Los secundarios tienen poco peso, y ninguno de ellos alcanza a sobresalir, más allá de alguna intervención puntual del veterano Tony Plana.
Roman J. Israel, Esq. es una película que merece ser vista con mucha atención, por saber mostrar la problemática de ser idealista en tiempos tan cínicos, y por mostrar a uno de los personajes más psicológicamente ricos que he visto en tiempos. Dos horas de proyección que enseñan y entretienen, algo que nunca podrán decir las películas de Marvel.