BEONING. 2018. 146´. Color.
Dirección: Lee Chang-Dong; Guión: Oh Jungmi y Lee Chang-Dong, basado en el relato Quemar graneros, de Haruki Murakami; Director de fotografía: Hong Kyung-Pyo; Montaje: Kim Da-Won y Kim Hyun; Música: Mowg; Diseño de producción: Shin Jum-Hee; Vestuario: Lee Choong-Yeon; Producción: Ok Gwang-Hee y Lee Chang-Dong, para Pine House Film- NHK- Now Films (Corea del Sur).
Intérpretes: Yoo Ah-In (Lee Jong-Su); Steven Yeun (Ben); Jun Jong-Seo (Haemi); Kim Soo-Kyung (Yeon-Ju); Choi Seung-Ho (Lee Yong-Seok); Mun Seong-Kun (Abogado); Min Bok-Gi (Juez); Lee Soo-Jeong, Ban Hye-Ra, Cha Mi-Kyung, Lee Bong-Ryeon.
Sinopsis: Un repartidor que aspira a convertirse en novelista se reencuentra en Seúl con una chica criada en su mismo entorno rural. Ambos comienzan una relación, que se altera cuando aparece Ben, un joven adinerado.
Ocho años después de Poesía, film que agradó a la sección más inquieta de la cinefilia internacional, el surcoreano Lee Chang-Dong dio un significativo paso adelante en cuanto a reconocimiento de su trabajo a escala planetaria con Burning, adaptación de un relato de Haruki Murakami que obtuvo, entre otros, el premio FIPRESCI en Cannes. Galardones aparte, lo cierto es que esta película es otra de las buenas noticias que el cine llegado desde Corea del Sur ha traído a los amantes del séptimo arte en lo que llevamos de siglo.
No es Haruki Murakami un escritor cuya obra sea especialmente fácil de adaptar para la gran pantalla. De hecho, casi todas las adaptaciones realizadas con anterioridad a la que aquí se reseña decepcionaron a los seguidores de un novelista que ha calado como pocos entre la generación del cambio de milenio. Por ello, el desafío de Lee Chang-Dong era complicado, y lo que vemos en la pantalla supone un triunfo para un cineasta que hace gala de talento y sensibilidad. La película es a la vez un drama que se va transformando en thriller y la historia de un triángulo amoroso clásico con barniz de posmoderno. Su protagonistas son tres jóvenes que navegan, cada uno a su manera, a la deriva en una sociedad que ha perdido sus valores y en la que reinan la soledad y la incomunicación. Todos ellos tienen en común la ruptura de sus lazos familiares: la madre de Jongsu desapareció sin dejar rastro en plena infancia del muchacho; su padre, un hombre de carácter iracundo, se enfrenta a un juicio por enfrentarse a un funcionario y no intercambia una frase con su hijo, que debe regresar a cuidar de la vaquería familiar por la situación procesal de su progenitor, en toda la película. Haemi, la chica del pueblo con la que Jongsu se reencuentra mientras ella ejerce de azafata en un sorteo de un centro comercial, ha sido repudiada por su familia, y de los ancestros de Ben, el tercer vértice del triángulo, no poseemos ningún tipo de información. De él se sabe que es inmensamente rico, pero no cómo ha conseguido o mantiene su elevado tren de vida: «Hay muchos Gatsbys en Corea», dice el aspirante a escritor en una de las muchas escenas de la película en las que se alude a la desigualdad entre clases sociales.
El tema central del film, no obstante, es cómo la ausencia de referentes nos hace ser especialmente proclives a dar pasos acelerados hacia la perdición, ya sea por ser corderos en un mundo de lobos (Haomi), por ser lobos que ni siquiera se esfuerzan por reprimir sus peores instintos (Ben), o por ser pastores incapaces de defender de los lobos a quienes se han entregado a nosotros (Jongsu). Sin prisa pero sin pausa, el director va tejiendo una tela de araña cada vez más opresiva sobre este trío de personajes que son, a la vez, símbolos. Ben es el Poder (que, en esta época, se sustenta en el Dinero) que todo lo corrompe, un psicópata de manual incapaz de empatizar y que utiliza a los demás, especialmente a aquellos que, por su bajo origen social, quedan deslumbrados por su opulento mundo, como marionetas a las que usar y tirar sin complejos. Haomi es la Mujer, doblemente víctima: por su propia condición de hembra (así lo expone un personaje cuya única función en la película es precisamente esa) y de joven pobre, y Jongsu es el Pueblo que vive con los ojos vendados y toma conciencia cuando es demasiado tarde. La forma de exponer todo esto está, sin embargo, repleta de sutileza: sólo cuando el film deriva hacia el thriller puro y el desenlace se precipita se hace todo más obvio y previsible. Hasta entonces, todo lo impregna una atmósfera delicada y llena de detalles a tener en cuenta; por ejemplo, en el eterno debate sobre los desnudos femeninos en la ficción audiovisual, he de decir que pocas veces la exhibición de unos pechos en pantalla ha estado más justificada: las dos escenas en las que eso ocurre explican, sin palabras, cómo la pureza ha sido corrompìda, cómo el insecto ha caído en la trampa de la araña. Quien quiera saber por qué el cine es mucho más que las palabras que en él se dicen debería repasar bien estas dos escenas, en especial la segunda, que además posee una gran belleza estética y está ilustrada con una de esas piezas que han convertido a Miles Davis en un mito de la música.
Burning es, qué duda cabe, una película larga, pero a quienes consigan penetrar en su atmósfera y sentirse implicados en las peripecias del triángulo protagonista no va a parecérselo en absoluto, porque el guión está muy bien escrito y sabe dosificar con maestría los elementos de interés que sin duda posee la historia. Ayuda no poco a encandilar al espectador el hecho de que el film esté muy logrado a nivel estético, con un gran trabajo de Hong Kyung-Pyo, cuyas habilidades ya conocíamos vistos algunos de los films más conocidos de Bong Joon-Ho, y una no menos destacable escenografía, a cargo de Shin Jum-Hee. Es cierto que la película se inicia siguiendo el periplo como repartidor de Jongsu con cámara en mano, técnica de la que uno no es en general demasiado partidario, pero a partir de ahí todo se hace más sobrio y los movimientos de cámara son gráciles y elegantes. La belleza de muchos planos, en especial de los exteriores rodados en el área rural a la que se muda Jongsu, hace el resto.
Es evidente que el rostro más conocido por el público extranjero de cuantos intervienen en la película es el de Steven Yeun, que aquí aparece con su nombre en coreano y es célebre en todo el mundo por su papel en The walking dead. Yeun da vida a un personaje muy distinto al de la serie zombi, pues aquí es un malvado con todas las letras, y sale bien parado del reto. Mi nota más alta en el aspecto interpretativo se la lleva, no obstante, Jun Jong-Seo, una actriz que debutaba en el cine y que demuestra muy buenas maneras en la piel de un personaje instalado en el desamparo y víctima de sus malas decisiones. El principal protagonista, Yoo Ah-In, se ha labrado una sólida carrera en su país natal, pero en ocasiones encuentro su interpretación demasiado esquemática. Poco hay que decir del resto del reparto, por cuanto los personajes secundarios carecen prácticamente de relevancia.
Burning es una muy agradable sorpresa llegada de unas latitudes en las que las buenas películas cada vez nos sorprenden menos. Lee Chang-Dong puede presumir de haber realizado una gran adaptación de Haruki Murakami, lo que no es moco de pavo, y desde luego ha conseguido que uno le preste atención a sus futuros trabajos, que ojalá posean ese perfecto equilibrio entre forma y contenido que demuestra en esta gran película.