THE IRISHMAN. 2019. 210´. Color.
Dirección: Martin Scorsese; Guión: Steven Zaillian, basado en la novela de Charles Brandt I heard you paint houses; Director de fotografía: Rodrigo Prieto; Montaje: Thelma Schoonmaker; Música: Robbie Robertson; Diseño de producción: Bob Shaw; Dirección artística: Laura Ballinger (Supervisión); Producción: Gastón Pavlovich, Troy Allen, Martin Scorsese, Randall Emmett, Robert De Niro, Irwin Winkler, Gerald Chamales, Jane Rosenthal y Emma Tillinger Koskoff, para Tribeca Productions-Sikelia Productions-Winkler Films-Netflix (EE.UU.).
Intérpretes: Robert De Niro (Frank Sheeran); Al Pacino (Jimmy Hoffa); Joe Pesci (Russell Bufalino); Harvey Keitel (Angelo Bruno); Ray Romano (Bill Bufalino); Bobby Cannavale (Navaja flaca); Anna Paquin (Peggy Sheeran); Stephen Graham (Tony Pro); Stephanie Kurtzuba (Irene Sheeran); Jack Huston (Robert Kennedy); Kathrine Narducci (Carrie Bufalino); Jesse Plemons (Chucky O´Brien); Domenick Lombardozzi (Tony Salerno); Paul Herman (Whispers Di Tullio); Gary Basaraba (Frank Fitzsimmons); Marin Ireland (Dolores Sheeran); Lucy Gallina (Joven Peggy Sheeran); Welker White (Jo Hoffa); Louis Cancelmi (Sally Bugs); Jonathan Morris, Dascha Polanco, Bo Dietl, Sebastian Maniscalco, Aleksa Palladino, Steven Van Zandt, Jim Norton, Daniel Jenkins, Billy Smith, Kevin O´Rourke, Patrick Gallo, Jake Hoffman, Barry Primus, Craig Vincent, Robert Funaro, Al Linea.
Sinopsis: Frank Sheeran es un transportista, veterano de la Segunda Guerra Mundial, que empieza a subir enteros en el sindicato del gremio gracias a sus amistades en la Mafia y a su cercanía con el líder del sindicato, Jimmy Hoffa.
La adaptación cinematográfica de la novela de Charles Brandt I heard you paint houses era un viejo deseo de Martin Scorsese que ha estado cerca de no convertirse en realidad. Varias décadas después de su génesis, el proyecto vio la luz gracias al respaldo de Netflix, por otra parte una de las compañías que más ha contribuido a vaciar las salas de cine en los últimos años. La larga postergación del proyecto ha acabado por generar una obra crepuscular, por no decir testamentaria, que quizá no deba figurar entre las obras maestras de Scorsese, pero sí merece la etiqueta de gran cine.
La película se podría haber titulado The last Gangster movie, porque en muchos aspectos supone el punto final a un modo de entender el género que bebe de los monumentos al cine que dirigieron Coppola, Leone, De Palma y el propio Scorsese, y que está destinado a desaparecer con ellos. De hecho, la vejez y la muerte son dos de los grandes temas del film, y lo que éste viene a decirnos es que la esperanza de vida de los mafiosos es menor que la de las personas corrientes, pero que, si consiguen llegar a viejos, los gángsters degeneran y mueren igual que los demás.
El eje argumental es la todavía hoy no aclarada desaparición de quien en tiempos fue el líder sindical más poderoso de la historia de los Estados Unidos, Jimmy Hoffa, y lo que hacen la novela de Brandt, el guión de Steven Zaillian y la mano maestra de Scorsese es ofrecernos una teoría bastante plausible sobre ese hecho, narrada en primera persona por alguien que tuvo mucho que ver en lo ocurrido: Frank Sheeran, un camionero irlandés que aprendió a matar en la guerra y que prosperó gracias a que sus trabajos para la Mafia le permitieron seguir haciéndolo mientras escalaba peldaños en la pirámide social. La suma de estas circunstancias hizo que Sheeran fuera testigo directo de algunos de los episodios más relevantes acaecidos en la etapa más convulsa de la Norteamérica de posguerra, a caballo entre la Cosa Nostra, cuyos tentáculos llegaban prácticamente a todas partes, y el poderoso sindicato de transportistas liderado por Hoffa. La ligazón entre ambas organizaciones era notoria, pero eso no significa que fueran lo mismo: lo comprobará Sheeran cuando, ya caído Nixon, deba escoger entre la lealtad a Russ Bufalino, el hombre que le hizo prosperar y le protegió después de dar algún significativo paso en falso, y la fidelidad a Hoffa, que con los años convirtió a Sheeran en su mano derecha. El antiguo soldado y camionero, de cuyo pasado no sabemos absolutamente nada, cuenta su historia con la libertad de quien ve acercarse la hora de la muerte, pero también con el temor propio de alguien que afronta su final dejando atrás una existencia nada ejemplar.
La mirada de Scorsese sobre el crimen organizado se distingue por ser más realista y menos glamourosa que las de Coppola o Leone, y esa antigua inclinación es más fuerte que nunca en El irlandés, una obra que muestra algunas facetas de los mafiosos que, de tan mundanas, han sido casi siempre obviadas en el cine. Por citar otro gran referente del género gangsteril contemporáneo, la película está, por su dimensión desmitificadora, más cerca de Los Soprano que de, por ejemplo, Érase una vez en América, film con el que coincide en subrayar que la presencia de la Mafia en la historia de los Estados Unidos no es precisamente anecdótica. De hecho, creo que uniendo ambas películas se obtiene un fresco bastante preciso de lo que ha significado el crimen organizado en la América del siglo XX. Dicho lo cual, hay un par de similitudes más entre El irlandés y la obra maestra de Leone: la avanzada edad de su protagonista (en el film de Scorsese, también narrador) y la importancia que se le otorga a un tema, el de la amistad traicionada, que es el eje central de la filmografía de otro cineasta fundamental como Sam Peckinpah.
A la hora de filmar la historia, Scorsese opta por el clasicismo y deja bastante de lado su faceta más virtuosa, aunque algunos movimientos de cámara, como el que muestra el recorrido hasta el fondo del río de un arma con la que se ha cometido un crimen, o la forma de filmar el gélido rostro de Russ Bufalino mientras en la televisión anuncian el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, dejan el inequívoco rastro de un verdadero artista. La fotografía opta por los tonos grises, acordes con la naturaleza de una historia, como ya se ha dicho, eminentemente crepuscular, y el montaje de Thelma Schoonmaker es, una vez más, modélico, dando forma a una película que dura tres horas y media y no se hace larga. Al margen del típico ejercicio de erudición musical del que el director neoyorquino vuelve a hacer gala, hay que señalar que la banda sonora de Robbie Robertson opta por lo funcional y se aleja de las piezas que Rota y Morricone han fijado en la memoria de los cinéfilos. En este aspecto, creo que el film yerra la apuesta. Con todo, el aspecto más debatido de El irlandés en la vertiente técnica es el rejuvenecimiento digital de sus principales protagonistas, todos ellos de avanzada edad. Sobre esto, he de decir que la cuestión facial está muy bien resuelta, pero no sucede lo mismo con los movimientos de los actores, carentes del necesario nervio cuando la historia retrocede en el tiempo, ni en sus miradas, que no poseen el brillo propio de la mediana edad cuando los protagonistas se supone que están en ella.
El tema de la expiación y la culpa, tan presente en la obra de Scorsese, ocupa también un lugar importante en esta historia, en la que la culpa tiene un rostro, el de Peggy, la hija mayor de Frank Sheeran. El perdón divino puede servir de alivio, pero si algo queda claro es que, más tarde o más temprano, de una manera o de otra, a todo el mundo le llega el momento de pasar cuentas. Peggy sabe la verdad: que los mafiosos imponen un sistema basado en el miedo para servirse, fundamentalmente, a sí mismos, y que las personas como Jimmy Hoffa, aunque no sean trigo limpio porque nada hay menos humano que la santidad, al menos sí fueron útiles para que los trabajadores mejoraran sus condiciones de vida. Hoffa es, en cierto modo, un poderoso atípico, porque la fuerza dominante en él no es el cinismo.
De Niro. Pacino. Pesci. Poco más se puede decir, salvo que es un placer verles juntos en la pantalla. El protagonista de Taxi Driver opta por un registro más contenido, mientras que Pacino da vida a un Jimmy Hoffa mucho más histriónico. Ambos están mejor cuanta más edad tienen sus personajes, y pocas veces han brillado tanto en las dos últimas décadas. La gran suerte de Scorsese, no obstante, fue convencer a Joe Pesci de que abandonara por unos meses su retiro y aceptara interpretar a Russ Bufalino, porque su actuación es inmejorable, quizá por ser una de las más contenidas de su carrera. La intervención de otro de los actores de cabecera de Scorsese, Harvey Keitel, es más episódica, pero también acertada. Del resto del reparto, el rostro más conocido es el de Anna Paquin, eficaz en su doble papel de hija adulta y materialización del sentimiento de culpabilidad. Los secundarios cuyas apariciones ocupan mayor metraje son Ray Romano, Bobby Cannavale y Stephen Graham, y la verdad es que todos ellos consiguen destacar, en especial los dos últimos. Entre Pacino y Graham existe la chispa necesaria para que las escenas que comparten sean de alto voltaje. Por último, el plantel de secundarios italoamericanos cumple con nota.
El irlandés deja el regusto triste de ser el final de una forma de entender el cine que a muchos nos hizo enamorarnos de este arte. No alcanza el grado de perfección de Uno de los nuestros, pero tampoco por mucho. En todo caso, supera por un amplio margen al 95% de las películas que se estrenan anualmente, y creo que está destinada a perdurar. Sería un digno epílogo a la trayectoria de un gran maestro del cine, pero espero que Martin Scorsese llegue a dirigir más largometrajes.