SAYA ZAMURAI. 2010. 101´. Color.
Dirección: Hitoshi Matsumoto; Guión: Mitsuyoshi Takasu, Tomoji Hasegawa, Koji Ema, Mitsuru Kuramoto, Hitoshi Matsumoto e Itsuji Itao; Dirección de fotografía: Ryuto Kondo; Montaje: Yoshitaka Honda; Música: Yashuaki Shimizu; Diseño de producción: Etsuko Aiko; Producción: Akihiko Okamoto, para Kyorako Sangyo-Phantom Film- Shochiku- Yoshimoto Kogyo Company (Japón).
Intérpretes: Takaaki Nomi (Kanjuro Nomi); Sea Kumada (Tae); Itsuji Itao (Guardián adulto); Tokio Emoto (Guardián joven); Jun Kunimura (Señor); Masato Ibu (Lugarteniente del señor); Ryo (Asesina del shamisen); Rolly (Asesino joven); Zennosuke Fukkin (Asesino quiropráctico); Kazuro Takehara (Monje); Yasutomo Ihara, Satoru Yitsunashi, Takumi Matsumoto, Hiroshi Noguchi, Ippei Osako.
Sinopsis: Un viejo samurai que ha perdido su espada es perseguido por desertor y, finalmente, capturado, Su único modo de evitar la muerte será hacer reír al joven príncipe antes de treinta días.
Hitoshi Matsumoto se ha ganado en Occidente una reputación de director de culto que, en España, viene garantizada por el ya habitual estreno de sus películas en el festival de Sitges. Su, por ahora, penúltimo film, Scabbard Samurai, supuso un giro en su trayectoria, hasta entonces centrada en un humor absurdo que le hizo ganarse tantos partidarios como detractores. En la obra que nos ocupa, Matsumoto no renuncia a su marca de fábrica, pero añade una serie de elementos dramáticos que, en mi opinión, acaban de dar forma a una película bastante perfecta en su imperfección.
Sabido es que el chambara es el género más exportado por el cine japonés. Atrás quedan las obras maestras de Kurosawa o Kobayashi, pero el interés por el cine de samuráis no ha menguado con el tiempo. Ahí queda como ejemplo el éxito de la versión de Zatoichi filmada por Takeshi Kitano, director al que unen muchas similitudes con Matsumoto: ambos proceden del teatro, consiguieron una gran popularidad gracias a su aparición en célebres programas de humor televisivos y han sido capaces de labrarse un prestigio como cineastas con una obra que une el tradicionalismo con la heterodoxia. Poco convencional es el inicio de Scabbard Samurai, en el que, sin palabras, Matsumoto nos presenta a los dos principales protagonistas: un hombre, mal vestido y de aspecto avejentado, huye a la carrera de unos enemigos que, como pronto sabremos, buscan la recompensa que ofrecen por él, mientras una niña le persigue por los caminos. Esa criatura es la hija del samurai, que lo único que retiene de tal condición es el nombre, pues vaga por el mundo sin espada y huyendo de quienes le buscan por desertor. En esta introducción, que en muchos aspectos remite al chambara setentero al que homenajeó Quentin Tarantino en Kill Bill, ya se atisba que nos encontramos con una versión bastante bizarra del clásico film de samuráis, con un estilo, que también se extiende al trabajo de los actores, que oscila entre lo parco y lo excesivo sin apenas escalas intermedias.
Por fin, el viejo samurai sin espada es capturado por los siervos de un señorío que vive apesadumbrado porque el joven príncipe ha perdido la alegría y es incapaz de sonreír. Para salvar su vida, el reo dispone de treinta días para hacer reír al príncipe. De lo contrario (y otros ha sucumbido ya en la tarea) deberá cometer seppuku. Aquí empieza otra película, en la que Matsumoto da rienda suelta a su estrambótica comicidad al tiempo que lanza un mensaje sobre el duro oficio del humorista. El prisionero, con más patetismo que traza, intenta inútilmente arrancarle una sonrisa al joven príncipe, mientras su hija no oculta que preferiría verle muerto que haciendo el ridículo en una empresa destinada al fracaso. No obstante, el samurai se agarra a su única opción para seguir con vida con tal empeño que acaba por conseguir la colaboración de su hija y de sus propios guardianes, quienes emplean su ingenio en ayudar al preso a conseguir su propósito. Sobre esta parte de la película he de decir que algunas de las estrategias empleadas por el samurai para provocar la risa, que resultarán familiares a quienes hayan visto Humor Amarillo, me llevaron a la carcajada, algo no muy sencillo en este momento y lugar. Ver al estoico samurai someterse a pruebas cada vez más disparatadas y humillantes, y escuchar acto seguido el grito del lugarteniente del señor anunciando que la condena seguía vigente y que quedaba un día menos para cumplirla me llevó al descojone, simple que es uno. Sin embargo, que el protagonista haga el idiota no quiere decir que el director lo sea, y el film adquiere otro tono cuando el pueblo, e incluso el señor de la comarca, anhelan que el príncipe sonría, conmovidos por el esfuerzo del viejo samurai; pero esa sonrisa no llega y el cumplimiento de la sentencia se acerca.
En lo formal la película está muy cuidada, destacando por su cromatismo colorista, en el que predominan los tonos primarios y muy vivos. En general, la manera de filmar es sobria, aunque en ocasiones Matsumoto se descuelga con detalles como ilustrar los ataques de los asesinos al protagonista situando a éste ante una pantalla en negro, o recreándose con la cámara lenta en algunos de sus intentos cómicos más ridículos. En este punto, he de decir que poner en off, con el mismo plano exterior del castillo, la voz condenatoria del lugarteniente es un acierto porque acentúa el efecto cómico una vez la escena se ha repetido varias veces. Hay que alabar, además, la calidad de la partitura musical de Yashuaki Shinizu, que brilla más en la parte final, que es precisamente en la que el film muestra mayor sensibilidad y se centra en la relación paterno-filial.
No me cabe duda de que Matsumoto conoce bien la obra de Buster Keaton, y por ello sabe que la imperturbabilidad del protagonista frente a lo absurdo o lo disparatado es un fantástico recurso humorístico del que se beneficia Takaaki Nomi, un actor sin experiencia cinematográfica previa que hace un notable trabajo. Más experiencia tenía ante las cámaras la niña que interpreta a su hija en la ficción, Sea Kumada, y la verdad es que su actuación transmite energía y no resulta ni por asomo tan repelente como la práctica totalidad de los niños actores de Hollywood. Aunque, para veteranos, el siempre notable Jun Kunimura, un estajanovista de la interpretación que aborda su sexta década en el oficio y aporta su sello de calidad, y un intérprete que aún supera en experiencia a Kunimura y le iguala en el saber hacer, Masato Ibu. De los guardianes, mejor Itsuji Itao, otro rostro recurrente del audiovisual japonés, y entre los asesinos me quedo con una graciosa Ryo frente a un sobreactuado Zennosuke Fukkin y a un Rolly que no me acaba de dar el peso.
Scabbard Samurai es una agradable sorpresa para el cinéfilo sin complejos, pues es una obra graciosa y sensible que aporta un plus a la carrera como director de Hitoshi Matsumoto, un cineasta que ofrece una propuesta arriesgada que huye de clichés y sale airoso del desafío.