SICARIO. 2015. 121´. Color.
Dirección: Denis Villeneuve; Guión: Taylor Sheridan; Director de fotografía: Roger Deakins; Montaje: Joe Walker; Música: Johann Johansson; Diseño de producción: Patrice Vermette; Dirección artística: Paul D. Kelly (Supervisión); Producción: Molly Smith, Basil Iwanyk, Thad Luckinbill, Trent Luckinbill y Edward L. O´Donnell, para Lionsgate-Black Label Media-Thunder Road-Redrum-Emperor Motion Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Emily Blunt (Kate Macer); Benicio Del Toro (Alejandro); Josh Brolin (Matt Graver); Victor Garber (Dave Jennings); Daniel Kaluuya (Reggie Wayne); Jon Bernthal (Ted); Maximiliano Hernández (Silvio); Jeffrey Donovan (Steve Forsing); Raoul Trujillo (Rafael); Julio César Cedillo (Fausto Alarcón); Hank Rogerson (Phil Coopers); Bernardo Saracino, Kevin Wiggins, Edgar Arreola, Kim Larrichio, Jesús Nevárez-Castillo, Dylan Kenin, John Trejo, Marty Lindsey, Jesse Ramírez.
Sinopsis: Una joven agente del FBI es reclutada para tomar parte en una gran operación antidroga a ambos lados de la frontera con México.
Después de la magnífica Prisioneros, el canadiense Denis Villeneuve continuó transitando el camino que le ha llevado a convertirse en uno de los cineastas de referencia de este siglo con Sicario, un film que se centra en la lucha contra los cárteles de la droga y que en ciertos aspectos toma el relevo de Traffic, la película de Steven Soderbergh que permanece como obra clave del subgénero narco. Sicario obtuvo buenas críticas y funcionó de manera satisfactoria en las taquillas, si bien quedó al margen del circuito de los grandes premios en el que, sin duda, merecía estar.
Con un puñado de películas excelentes, Villeneuve se ha revelado como un narrador cinematográfico de alta escuela. Aquí, no es sólo que con el breve rótulo inicial ya nos esté explicando la película, sino que la introducción es una de las más intensas e hipnóticas que uno ha visto desde que dejó de ser joven. La entrada de los agentes federales en esa auténtica casa de los horrores que es el recóndito refugio de los narcos en Nuevo México, con traca final incluida, está resuelta de un modo inmejorable en cuanto a la planificación y la ejecución, y logra que el espectador ni pestañee ante la visión de un macabro espectáculo que forma parte del mundo en que vivimos. La destreza de la joven agente Kate Macer en esos duros trabajos hace que sea reclutada para las grandes ligas, es decir, para una operación de la máxima envergadura contra uno de los cárteles más poderosos de México. Ahí, Kate entra en un mundo nuevo, en el que la línea entre ambos lados de la ley se difumina y todo se convierte en una guerra en la que no existen reglas. Por ello, Sicario es también un film de iniciación, en el que la protagonista, y con ella también el público, comprende que para combatir a un enemigo que no conoce los límites morales las únicas alternativas son ponerse a su altura o fracasar.
La ambigüedad moral y las excursiones por las tinieblas son terrenos en los que Denis Villeneuve se mueve con envidiable soltura. En consecuencia, el apabullante debut de Taylor Sheridan como guionista le fue de gran utilidad para elaborar el que considero el film definitivo sobre la lucha contra el crimen organizado en esta época convulsa. Las palabras de Sheridan, y las imágenes, muchas veces virtuosas, del director canadiense nos explican los entresijos de la guerra contra el narcotráfico y la necesidad de hacer esa guerra, pero también por qué no se está ganando. En medio, emerge un personaje que tiene mucho de antihéroe de cómic y también de justiciero a la antigua usanza, que posee una presencia magnética y que, poco a poco, se adueña de la película hasta devorarla como si de una enchilada se tratase. Ese personaje es Alejandro, el verdadero protagonista, un hombre que lo ha perdido todo y vive sólo para vengarse. No es que el libreto de Sheridan sea demasiado original en este aspecto, pero la forma de plantear y desarrollar el conflicto lo sitúan muy por encima de la media. Hay quienes dicen que el desenlace es poco verosímil, a lo que me permito replicar que, en ese caso, ojalá fuera la realidad la que imitara al cine. En mi opinión, todo encaja de un modo perfecto, pues en ningún momento decae el interés suscitado en la introducción y el final es, a la vez, amargo y revelador, palabras que describen muy bien lo que es en conjunto la película. Villeneuve, que hace un uso discreto y muy efectivo de la tecnología (véase la escena nocturna que discurre a través del túnel que los narcos utilizan para comunicar ambos lados de la frontera), demuestra que para filmar escenas de acción de un modo convincente no es necesario marear al respetable con zooms desmadrados ni con una sucesión de planos efectistas montados por alguien que parece presa de un ataque epiléptico. Se ha comparado el modo de filmar estas escenas con el desplegado por Kathryn Bigelow en La noche más oscura, y creo que el símil es bastante afortunado. En lo de crear tensión y lograr una atmósfera cautivadora, Villeneuve ya es un maestro. Quien lo dude, que vea atentamente cómo se maneja la escena en la que el ligue de bar de Kate resulta ser una cosa bien distinta.
Sicario no sería la obra mayor que es si no contara con la impagable participación de auténticos primeros espadas en su disciplina como, por ejemplo, Roger Deakins, que brilla aquí con la misma intensidad que en sus mejores trabajos, algo importante tratándose de alguien que, en 1984, ya hizo saber a la cinefilia que es un maestro en lo suyo. Escenografía y montaje están a la altura, y la música de Johann Johansson es todo lo malsana y opresiva que la película requiere, muestra de que el entendimiento entre este compositor y Villeneuve es notable.
Debo decir que no soy muy conocedor de la trayectoria de Emily Blunt, pues esta actriz no parece demasiado dada a participar en películas que me interesen. No obstante, creo que su interpretación en Sicario merece una muy buena nota, pues resulta creíble a la hora de dar vida a una mujer a la vez fuerte y vulnerable, que trata de no perder su integridad dentro de un microcosmos en el que esa virtud es más bien un problema. Dicho esto, me quito mi figurado sombrero para elogiar el trabajo de Benicio Del Toro, sobresaliente actor que en los últimos años ha desplegado su talento en films para el gran público y que aquí encontró a uno de esos caracteres que los actores de raza se pelean por interpretar. Alejandro es un personaje oscuro y mesiánico, que sabe que el mundo en el que se desenvuelve hay pocas preguntas, y una sola respuesta para todas ellas. Que Del Toro no fuera ni nominado al Oscar sólo hace que ratificarme en mi creencia de que la relación entre la Academia de Hollywood y el cine es meramente tangencial. Cerrado el capítulo de loas a Benicio, he de decir que Josh Brolin, que da vida al peculiar responsable de la operación antidroga, tampoco se queda corto en lo que a despliegue interpretativo se refiere. La labor de Daniel Kaluuya, un agente federal escrupuloso en el cumplimiento de la ley que aún conserva un punto de idealismo, así como las de otros actores como Victor Garber o Raoul Trujillo, también son dignas de mención, pero palidecen frente a la brillante aparición de Jon Bernthal.
Para finalizar, seré muy breve: Sicario es una película magistral que todo el mundo debería ver con los ojos muy abiertos.