DOGMAN. 2018. 102´. Color.
Dirección: Matteo Garrone; Guión: Ugo Chiti, Matteo Garrone y Massimo Gaudioso; Director de fotografía: Nicolaj Brüel; Montaje: Marco Spoletini; Música: Michele Braga; Diseño de producción: Dimitri Capuani; Dirección artística: Massimo Pauletto; Producción: Paolo Del Brocco, Matteo Garrone, Jeremy Thomas y Jean Labadie, para Archimede-Le Pacte-RAI Cinema (Italia-Francia).
Intérpretes: Marcello Fonte (Marcello); Edoardo Pesce (Simone); Adamo Dionisi (Franco); Alida Baldari Calabria (Alida); Mirko Frezza (Traficante); Nunzia Schiano (Madre de Simone); Aniello Arone (Inspector de policía); Francesco Acquaroli, Gianluca Gobbi, Laura Pizzirani, Giancarlo Porcacchia, Mario Perfetti, Miriam Platano.
Sinopsis: En el extrarradio romano, un peluquero y cuidador de perros que trapichea con cocaína sufre las consecuencias de su amistad con el matón del barrio.
Al margen de un gran éxito en Italia, Dogman supuso el relanzamiento de la carrera internacional de Matteo Garrone, cuyo reconocimiento fuera de las fronteras transalpinas se limitaba casi exclusivamente al obtenido con su adaptación del best-seller de Roberto Saviano Gomorra. Garrone regresa a los bajos fondos, marco idóneo para su estilo como cineasta, y aborda un drama duro sobre la venganza, el modo en el que nos relacionamos con los demás y las consecuencias morales de nuestras acciones.
Aunque la película está basada en hechos reales, Garrone no ha cesado de repetir que, junto a su equipo de guionistas, modificó para la gran pantalla aspectos fundamentales del suceso, como por ejemplo su localización geográfica. El meollo del asunto, lo realmente relevante cuando hablamos de ficción, no es tanto lo veraz como lo verosímil, y el film de Garrone lo es en grado sumo. Sin haber pisado Italia en su vida, uno reconoce ese extrarradio, que es el de otras muchas ciudades del Sur de Europa, ha intercambiado algunas frases con personajes como el amable, apocado y sumiso Marcello, y se ha relacionado alguna vez con individuos como ese matón de barrio con su escasa sesera corroída por las drogas y capaz de mandarte al hospital de una paliza si le contradices o, simplemente, si el sujeto está de malas y la desgracia te ha hecho cruzarse en su camino. Aquí, no obstante, la relación entre Marcello, el amante de los perros, y Simone, el violento hooligan, va mucho más allá de lo superficial, porque el primero tiene otro negocio, al margen de su peluquería canina, y ese negocio no es otro que el pequeño narcotráfico. Simone es uno de sus mejores clientes, y el terror que éste inspira en quienes le rodean hace el resto.
Las maneras con las que Marcello trata con sus adorados perros marcan el devenir de la película, pues nos permiten familiarizarnos con la forma de ser del protagonista, al tiempo que nos anticipan cosas que veremos más adelante. El modo con el que el hombre consigue someter al agresivo cánido al que debe asear en la primera escena dice mucho en sí mismo, y dice más cuando vemos el clímax de la película, que se desarrolla en ese mismo lugar. ¿Nos está diciendo Garrone que los peores perros siempre son mejores que los peores hombres? Es muy posible. En todo caso, pronto vemos cómo la vida social de Marcello es, en realidad, muy triste. Adora a su hija, que siente por él idéntico cariño, pero más allá de eso, no hay nada, salvo una irrelevante pertenencia al grupo de pequeños comerciantes del barrio, para quienes el cuidador de perros no es en el fondo más que un hombrecillo insignificante, y una falsa amistad con Simone que no es otra cosa que humillación. Marcello es un tipo amable, pero todos le consideran un don nadie. Quienes le rodean, simplemente le toleran, más que aceptarle, y Simone se aprovecha directamente de él, pues esa clase de individuos desconoce por completo el sentido de la amistad. Ocurre, sin embargo, que el matón abusa tanto de su víctima que ésta termina por despertar. En este punto, la película tiene un referente claro, que no es otro que Perros de paja, y he de decir que la comparación no es odiosa.
Garrone se mueve bien en la sordidez, y su estilo seco y directo casa bien con la historia. El modo de filmar, por ejemplo, la entrada en escena de Simone, a quien se retrata de una forma que hace que, literalmente, no quepa en la pantalla, refleja a las claras el poder de intimidación del personaje. Se nota que Garrone ha pulido su técnica, porque he de decir que la puesta en escena de Gomorra me resultó decepcionante, pues encontré poco arte detrás de su hiperrealismo, y en Dogman se percibe una mayor capacidad de expresión a través de las imágenes. El guión es rocoso, y logra que el espectador se sumerja en el paulatino caos en que se convierte la existencia de un personaje obligado a dar un golpe de timón para reencauzar su vida y no perder lo único que le importa: su negocio y el amor de su hija. No es baladí subrayar que Marcello es el único personaje humano y adulto de la historia que, más allá de cuál sea su segundo oficio, posee valores morales. De otra forma, la fuerza narrativa de la película sería mucho menor. También hay que destacar que lo único que se nos muestra de la etapa carcelaria del protagonista es su ingreso en el centro penitenciario: Garrone renuncia a esa película dentro de la película para no dilatar lo que de verdad importa, que es lo que sucederá después.
Dogman es un film suburbial y, por lo tanto, gris, en el que brilla la fotografía de Nicolaj Brüel, cuyo trabajo era desconocido para mí hasta el momento, en especial en esos planos generales del final de la película que enseñan lo que es el desamparo. Antes de eso, dirección y montaje se encargan de mostrar la violencia de un modo árido, alejado del glamour o la estilización que acompaña a multitud de films sobre los bajos fondos. En conjunto, una puesta en escena cuidada y llena de aciertos, en la que uno echa en falta un mayor peso dramático de la música, quizá lo más flojo del conjunto.
La película tiene uno de sus puntos fuertes en la interpretación de Marcello Fonte, todo un descubrimiento. Su apariencia de hombre insignificante le convierte en un actor ideal para su papel, pero en su composición hay un gran trabajo más soterrado, que es el que nos hace ver que, en su personaje, bondad no es sinónimo de idiotez y hace creíble su metamorfosis final. Los premios obtenidos por Fonte no pueden ser más merecidos. Edoardo Pesce queda algo oscurecido por el desempeño de su compañero, también porque su personaje es mucho menos complejo, pero quienes hemos conocido a algún Simone sabemos que su trabajo es meritorio. El resto de actores se limita a cumplir, porque, o funcionan como grupo, como es el caso de los pequeños comerciantes del barrio, o sus apariciones son meramente esporádicas.
Dogman es una gran película, que quedará como una de las mejores del cine italiano de nuestra época. Esta vez, Garrone acertó en la diana y, además de realismo, hay profundidad moral y una más que correcta técnica a la hora de plasmarla en imágenes.