DUMBO. 1941. 64´. Color.
Dirección: Ben Sharpsteen (Supervisión). Secuencias dirigidas por Sam Armstrong, Norman Ferguson, Wilfred Jackson, Jack Kinney y Bill Roberts; Guión: Joe Grant y Dick Huemer, basado en un libro de Helen Aberson y Harold Pearl; Música: Frank Churchill y Oliver Wallace; Dirección artística: Don Da Gradi, Dick Kelsey, Ermest Nodli, Ken O´Connor, Charles Payzant, Herb Ryman, Terrell Stapp y Al Zinnen; Producción: Walt Disney, para Walt Disney Productions-RKO Radio Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Verna Felton (Voz de Mrs. Jumbo); Edward Brophy (Voz del ratón); Sterling Holloway (Voz de Mr. Stork); Cliff Edwards (Voz del cuervo Dandy); Noreen Gammill, Dorothy Scott, Sarah Selby (Voces de las elefantas); Margaret Wright (Voz de Casey, Jr.); Billy Bletcher, Jack Mercer, Billy Sheets, Eddie Holden (Voces de los payasos); Herman Bing, Hall Johnson Choir, Malcolm Hutton, John McLeish.
Sinopsis: Una elefanta está llena de felicidad por la llegada de su nuevo hijo, pero la criatura tiene unas orejas enormes y eso le convierte en motivo de burla por parte de quienes le rodean.
El título con el que Walt Disney empezó a recuperar terreno después del fracaso de una de sus obras maestras, Fantasía, fue Dumbo, que sin duda figura entre sus más célebres largometrajes. Con independencia de la mayor o menor aceptación popular, lo cierto es que la más importante factoría de la animación mundial vivió un momento de esplendor creativo a principios de los años 40, que se tradujo en tres obras mayores estrenadas en poco más de dos años. Dumbo fue, cronológicamente , la segunda de ellas, y sigue siendo en mi opinión una de las mejores películas producidas por Walt Disney.
No perderé mucho tiempo en explicar una historia que todos, incluso quienes jamás han visto la película, conocen a la perfección. Sí diré que Dumbo es la historia de quienes, en su infancia, reciben las burlas ajenas a causa de su apariencia física. Este gracioso bebé elefante de orejas desproporcionadamente grandes simboliza a todos aquellos que, por su aspecto, no encajan en los cánones y reciben el desprecio de los demás sólo por no ajustarse a los estereotipos estéticos de la tribu. Ojo: no se hace un elogio de la fealdad, porque los creadores de la película ya se cuidan de que su protagonista sea bello (al modo elefante, quiero decir), sino de la diferencia, de aquello que le convierte a uno en especial. La tribu, de la que antes hablaba, es un conjunto de seres mediocres cuya crueldad total es siempre mayor que la que suman individualmente los individuos que la forman. En la película tenemos tres grupos que se ajustan a esta definición: las elefantas, cotillas y despreciables, son las que provocan que la madre de Dumbo, en su afán por defender a su hijo, pierda los nervios y sea recluida; los payasos, a la vez explotados y explotadores, y la bandada de cuervos, único ente colectivo que cruza la línea que separa la burla de la empatía. No obstante, hay que hacer notar otra circunstancia: el prisma desde el que la película mira a todos los personajes humanos (niños, payasos, amo y empleados del circo) es muy poco favorecedor, salvo en el caso de los alegres obreros , que aparecen en una escena que puede utilizarse como ejemplo gráfico del tufillo ideológico derechista marca de la casa.
Alejado a la fuerza de su madre, objeto de rechazo por quienes pertenecen a su misma especie y explotado en el circo, Dumbo sólo encuentra la amistad de un pequeño ratón, que es además el personaje que aporta los frecuentes golpes de humor que salpican la película. Se trata de dos marginados que, unidos, lograrán imponerse a la tribu. En torno a ellos, se construye un film divertido, sensible, conmovedor (ahí queda la escena en la que el pequeño elefante recibe las caricias de su madre desde detrás de los barrotes de su celda) y preciso como un reloj suizo en su desarrollo, porque contar todo lo que se cuenta en poco más de una hora de metraje tiene un mérito increíble.
Ahora toca aludir a la forma en que se cuente la historia, porque resulta asombroso (menos si uno ha visto Fantasía, pero creo que se me entiende) que se consiguiera un resultado visual tan impactante con los medios de los que se disponía en 1941. Toda la película está repleta de logros visuales imponentes, pero hay una escena que está a la altura de los mejores momentos del film antes aludido, que es como decir en la cumbre de la historia de la animación en la gran pantalla: me refiero a la escena de los elefantes rosas, producto de la involuntaria borrachera de Dumbo y el ratón. En ella, entre multitud de elementos surrealistas, puede verse hasta un preludio de la psicodelia… un cuarto de siglo antes de que ese término se pusiera de moda. Uno puede llevar varias décadas viviendo en este valle de lágrimas y estar bastante de vuelta de todo, pero si es incapaz de ver esa escena sin esbozar una mueca de asombro es que, para su desgracia, ha dejado para siempre de ser niño. Después llega eso que se da en llamar el gran truco final, que tampoco decepciona (y ayuda a endulzar un conjunto que, en el fondo, rezuma misantropía), pero esa escena es arte mayor. Un prodigio, en su época y en la actualidad.
Siempre se ha dicho, y con razón, que en la factoría Disney se le daba más importancia al dibujo que a las voces, pero eso no significa que éstas estén descuidadas. Al margen de que los diversos números musicales son de calidad, he de decir que el trabajo de intérpretes como Verna Felton (en el primero de sus varios trabajos para Walt Disney), Edward Brophy o de todo un secundario clásico como Sterling Holloway, me parecen de alto nivel, aunque aquí, por encima de todos, me quedo con Cliff Edwards, que pone voz a un distinguido cuervo con maneras de estiloso gángster.
Una de mis películas favoritas de alguien cuyos largometrajes ya se me atragantaban con frecuencia incluso en la infancia. Eso es Dumbo. Inferior a Fantasía, que es para mí el mejor Disney de la historia, pero por poco.