LOVING VINCENT. 2017. 93´. B/N-Color.
Dirección: Dorota Kubiela y Hugh Welchmann; Guión: Dorota Kubiela, Hugh Welchmann y Jacek Dehnel; Dirección de fotografía: Tristan Oliver y Lukasz Zal; Montaje: Dorota Kubiela y Justyna Wierszynska; Música: Clint Mansell; Diseño de producción: Matthew Button, Piotr Dominiak, Maria Duffek y Andrzej Rafal Waltenberger; Dirección artística: Luke Gledsdale; Producción: Ivan Mactaggart, Hugh Welchmann y Sean Bobbitt, para Odra Films-Breakthru Productions-Trademark Films-Centrum Technologii Audiowizualnych-RBF Productions-Sevenex Capital Partners (Polonia-Reino Unido).
Intérpretes: Douglas Booth (Voz de Armand Roulin); Chris O´Dowd (Voz de Joseph Roulin); John Sessions (Voz de Pere Tanguy); Eleanor Tomlinson (Voz de Adeline Ravoux); Jerome Flynn (Voz del doctor Gachet); Saoirse Ronan (Voz de Marguerite Gachet); Robert Gulaczyk (Voz de Vincent Van Gogh); Aidan Turner (Voz del barquero); Helen McCrory (Voz de Louise Chevalier); Josh Burdett, Holly Earl, Robin Hodges, Martin Herdman, Bill Thomas, Cezary Lukascewicz.
Sinopsis: El hijo de un cartero que fue amigo de Vincent Van Gogh recibe el encargo de entregarle a su hermano Theo la última carta que el pintor le escribió.
El nombre de Vincent Van Gogh consigue que incluso una película de animación experimental y de origen europeo pueda ser vista por un amplio sector del público. Figura más mitificada que comprendida, la del pintor holandés ha dado sentido a decenas de piezas cinematográficas de distinta naturaleza y calidad, pero ninguna de ellas llega a los extremos de Loving Vincent, pues este film, que supuso el salto a la dirección del productor Hugh Welchmann, en una tarea compartida con la joven cineasta polaca Dorota Kubiela, es la primera obra cinematográfica elaborada íntegramente con pinturas al óleo, realizadas por más de un centenar de artistas siguiendo el estilo del genio de Zundert. La crítica compartió el placer, al que me uno, de celebrar que en esta época nuestra todavía puedan hacerse películas de este tipo, aunque las opiniones sobre los resultados ya fueron más dispares aunque, en general, laudatorias.
Van Gogh, un individuo sensible y extremadamente apasionado, era un compulsivo escritor de cartas, la mayoría dirigidas a su hermano Theo. Ahí se sustenta el argumento de la película, pues todo parte del deseo de Joseph Roulin, un empleado de Correos que llegó a entablar amistad con Van Gogh a fuerza de tramitar el envío de su voluminosa correspondencia, de hacerle llegar a Theo la última carta que su hermano le escribió antes de quitarse la vida. El encargado de hacer llegar esa misiva, que había permanecido dos años en el limbo, a su destinatario es Armand, el hijo de Joseph, un joven pendenciero y sin vocación para quien el difunto pintor era poco más que un artista loco. Lo primero que descubre Armand en su intento por localizar a Theo es que éste falleció apenas un semestre después que su hermano. Dadas las circunstancias, el joven decide partir hacia Auvers sur l´Oise, último lugar en el que residió Vincent Van Gogh, para entregarle la carta al doctor Gachet, médico y persona de confianza del pelirrojo holandés. La travesía de Armand se transforma en una quizá algo forzada reconstrucción del último período de la vida de Van Gogh y en una búsqueda de los motivos que llevaron al pintor al suicidio. En cierto modo, Kubiela y Welchmann llevan su película al terreno del thriller, apuesta arriesgada en tanto que la peripecia vital de Van Gogh es muy conocida por los especialistas en su obra y por el público en general. Por lo que a mí respecta, agradezco esa voluntad de que la película posea otros atractivos al margen de su incuestionable belleza estética, de que el esfuerzo de todos esos pintores por reproducir el arte de Van Gogh no justifique por sí solo el visionado y suponga el valor exclusivo del film. Kubiela y Welchmann saben que la fascinación visual de su audiencia ante el maravilloso espectáculo visual que se le ofrece puede diluirse mucho antes de que finalice el metraje, y buscan comprender, y hacer comprender, las razones por las que Van Gogh decidió poner fin a su existencia sin llegar a ver el impacto que generaron sus obras ya desde principios del siglo XX. Los directores retratan el ambiente cainita de la bohemia parisina, la mezquindad de muchas personas ante un artista de vocación tan tardía como arrebatadora, los antagonismos entre quienes le conocieron de cerca e, incluso, las teorías conspirativas acerca de la muerte del pintor, acaecida en circunstancias confusas. Las contradictorias figuras del doctor Gachet y de su hija Marguerite, ambos protagonistas de obras inmortales de Van Gogh, se imponen sobre el resto de personajes e iluminan la mente de un Armand que, en su odisea, ha pasado de la indiferencia al afán de conocimiento. Ahí se trasluce un también loable intento por parte de los directores de comunicar su pasión a las audiencias más jóvenes, no de un modo reaccionario (el trágico destino de Van Gogh ha sido empleado por burgueses de todo el mundo como elemento disuasorio de cara a sus jóvenes vástagos con inclinaciones artísticas), sino divulgativo.
Aunque la obra de Van Gogh es universal, y sus cuadros han sido copiados con profusión, el trabajo de los artistas que han reproducido sus obras para la gran pantalla merece ser alabado con generosidad. Más allá de eso, hay que destacar la apuesta de los directores por el blanco y negro y la estética realista en las escenas que recrean, mediante flashbacks, aspectos fundamentales de la vida del pintor, como una infancia marcada por la huella invisible del hermano mayor muerto poco después de nacer o el conocido episodio de la pelea con Gauguin y esa autoamputación posterior que incluso dio nombre a una de las formaciones musicales más infames jamás aparecidas en España, que ya es decir. El resto, en el plano estético, es un logrado intento por sumergir al espectador en la obra de Van Gogh, aspecto al que también contribuye muy positivamente la notable banda sonora compuesta por Clint Mansell.
Siempre he creído que las películas de animación son uno de los grandes argumentos que pueden invocarse para recomendar que el visionado de las películas sea siempre en versión original. En ellas, los actores no tienen rostro, pero sí voz, y los buenos intérpretes pueden decir mucho con ella. Dentro del elevado tono general, resalta el trabajo de la joven Saoirse Ronan, un valor en alza con maneras de gran actriz a la que me da que el cine contemporáneo se le va a quedar pequeño. Ronan consigue mostrarnos a una Marguerite Gachet a la vez angelical y desengañada, que siempre creyó en la valía artística de ese peculiar extranjero. No se queda corto el trabajo de Jerome Flynn poniendo voz al padre de Marguerite, un médico que, como pintor frustrado que es, comprende la verdadera dimensión de Van Gogh como artista y, pese a admirarle, acaba siendo el causante indirecto de su suicidio. Douglas Booth, otro joven actor del que cabe esperar buenas cosas en el futuro, raya a buen nivel como hilo conductor de la película, y tampoco se queda corta la labor de Eleanor Tomlinson como la joven posadera que alojó a Van Gogh y hace lo mismo con el ocasional cartero. Chris O´Dowd, como padre comprensivo, John Sessions, cuyo rol también tiene un punto de figura paterna, Helen McCrory y el polaco Robert Gulaczyk como Vincent completan un reparto de campanillas, por mucho que en él no se incluyan estrellas.
Gran película, muy recomendable para quienes posean una mínima sensibilidad artística. Más que una sucesión de cuadros filmados, Loving Vincentes una clase magistral sobre Van Gogh, su vida y su época.