PRETTY PERSUASION. 2005. 104´. Color.
Dirección: Marcos Siega; Guión: Skander Halim; Director de fotografía: Ramsey Nickell; Montaje: Nicholas Erasmus; Música: Gilad Benamram; Diseño de producción: Paul Oberman; Producción: Matthew Weaver, Carl Levin, Marcos Siega y Todd Dagres, para Prospect Pictures-REN-Mar Studios (EE.UU).
Intérpretes: Evan Rachel Wood (Kimberly Joyce); Ron Livingston (Profesor Anderson); James Woods (Hank Joyce); Elisabeth Harnois (Brittany); Jane Krakowski (Emily Klein); Adi Schnall (Randa); Selma Blair (Grace Anderson); Stark Sands (Troy); Danny Comden (Roger Nicholl); Michael Hitchcock, Jaime King, Josh Zuckerman, Johnny Lewis, Mike Erwin.
Sinopsis: Una quinceañera especialmente perversa convence a dos de sus amigas para acusar de abuso sexual a un profesor de su instituto.
Aunque la carrera como director de Marcos Siega se ha desarrollado casi en exclusiva a caballo entre el videoclip y la televisión, el cineasta neoyorquino tuvo tiempo de firmar un largometraje que ha devenido en obra de culto y se ha ido revalorizando a medida que la dictadura de la corrección política ha ido emponzoñándolo todo con su rastro viscoso. Dulce persuasión oscila entre la comedia y el drama, aunque tiene más de lo primero, pero lo más llamativo de una propuesta que en su día no llegó a estrenarse en España es, sin duda, su regusto ácido.
El guión, firmado por otro especialista en el medio televisivo como Skander Halim, derrocha mala baba. Uno ya puede esperarse que, en un instituto para niños ricos de Beverly Hills, abunden los especímenes abominables, pero de la mente de Halim ha brotado uno que supera todas las expectativas: Kimberly Joyce, la protagonista de esta historia que describe a la perfección ese cúmulo de mentiras superpuestas al que solemos llamar realidad. Al inicio, vemos a esta bella e inteligente joven contoneándose en un casting con vistas a lograr su gran sueño, que no es otro que ser famosa. Ya en el instituto, en el que tampoco es una alumna especialmente popular, Kimberly ejerce de cicerone de Randa, una nueva compañera de origen árabe, y comparte confidencias con su mejor amiga, Brittany, que es a su vez novia de Troy, la ex-pareja de Kimberly. La joven protagonista se nos revela como una implacable manipuladora capaz de traspasar todos los límites para conseguir sus objetivos, algo así como una Lolita posmoderna que mezcla candor y lascivia con el único fin de convertirse en una celebridad. Si para eso debe, con la ayuda de sus dos amigas, hundir la reputación de un profesor con el que las tres están resentidas por distintos motivos, pues se hace.
La gracia, somo suele suceder, está en los detalles (ese demoledor retrato de la familia de Kimberly, formada por un padre racista y aficionado a la pornografía y los psicotrópicos, una madre ausente que ni recuerda cómo se escribe el nombre de su hija y una madrastra-trofeo a la que la joven humilla sin cesar), pero en especial en lo que éstos revelan: una sociedad decadente, en la que sólo prima la apariencia. Los jóvenes son descritos como una pléyade de criaturas superficiales obsesionada con el sexo y el éxito a cualquier precio, cuya forma de entender el mundo se construye haciendo acopio de ideas preconcebidas leídas en diagonal (véase el momentazo en el que Brittany asegura entender a su nueva compañera inmigrante por el hecho de que ella misma es…canadiense, o la hipócrita fiesta con coartada multicultural que organiza Kimberly). Los adultos pueden definirse como un conjunto de seres insustanciales empeñados en construir una sociedad en la que ninguno de ellos, tomados como individuos, encaja. De fondo, asoma una gran verdad incómoda: que alguien dotado de belleza, inteligencia y dinero puede conseguir lo que quiera con los demás, mucho menos listos de lo que se creen. Quienes no se lo den, ya pueden irse con cuidado. Más clarificador aún que el caso del profesor Anderson, acusado de abusos sexuales por tres alumnas (brillante, por cierto, el modo en el que, con cuatro pinceladas, se muestra la diferencia que en el sistema legal estadounidense existe entre tener un buen abogado y no tenerlo), resulta el de Emily Klein, la reportera lesbiana que pasa de activista a marioneta. Sin duda, el dúo Siega-Halim hace uso de una mala hostia muy bien empleada.
Las virtudes de la película tienen mucho que ver con su guión, porque el envoltorio no es mejor que el de un telefilme de sobremesa. De hecho, Dulce persuasión es un poco eso, la versión más cabrona posible de un telefilme. La puesta en escena es funcional, los apartados técnicos no pasan de discretos, pero la historia engancha porque la perversidad, vista en una pantalla, nunca dejará de molar.
Tenemos, además, a dos intérpretes que se salen: Evan Rachel Wood posee un gran talento, que la industria ha exprimido hasta hoy con cuentagotas, y aquí se luce con un personaje al que podríamos describir como una Lolita influencer con el alma del Patrick Bateman de American Psycho. El otro diamante del film es uno que nunca falla: James Woods, Cuando su rol, en este caso el de desatado empresario decadente, es un caramelo, el espectador sabe que Woods se va a salir. Ron Livingstone hace un buen trabajo, aunque inferior al del dúo mencionado, y lo mismo pude decirse de Elisabeth Harnois, una actriz que también ha desarrollado buena parte de su carrera en el mundo de la televisión. Adi Schnall, que hizo aquí su segunda y última aparición como actriz, es quizá quien más flojea en el reparto, donde también luce Jane Krakowski como periodista de pomposo discurso y comportamiento de títere.
Dulce persuasión es una agradable y subversiva propuesta, formalmente muy normalita pero con un nivel de inteligencia en la narrativa que no merece pasar desapercibido.