KIMI NO SUIZOU WO TABETAI. 2018. 106´. Color.
Dirección: Shinichiro Ushijima; Guión: Shinichiro Ushijima, basado en la novela de Yoru Sumino; Dirección de fotografía: Mayuko Koike; Montaje: Yumi Jinguji; Música: Hiroko Sebu; Dirección artística: Yukako Ogawa; Producción: Keiji Mita, para Aniplex-Tohan Company-ABC Animation-Studio VOLN (Japón).
Intérpretes: Mahiro Takasugi (Voz de Haruki Shiga); Lynn (Voz de Sakura Yamauchi); Yukiyo Fujii (Voz de Kyoko); Yuma Uchida (Voz de Takahiro); Jun Fukushima (Voz de Gamu-Kun); Shinichiro Miki, Atsuko Tanaka, Emi Wakui.
Sinopsis: Dos compañeros de instituto, un chico introvertido y una muchacha que padece una enfermedad mortal, se hacen amigos inseparables.
El debut como director de Shinichiro Ushijima, cuyo currículum anterior se limitaba a su intervención en algunas series manga muy conocidas por los aficionados al género, pero mucho menos por el público en general, se produjo con la adaptación de una exitosa novela para adolescentes de Yoru Sumino, Quiero comerme tu páncreas. Detrás de ese llamativo título se oculta un drama juvenil cargado de romanticismo, bien recibido por la crítica y el público allí donde se ha estrenado. Un servidor comparte con matices esos parabienes.
Cuando en una historia se mezclan adolescencia y muerte, está claro que lo que se busca es tocar la fibra del espectador. La ópera prima de Ushijima incurre, en mi opinión, en el defecto de no medir bien la distancia sentimental con la audiencia. Durante buena parte del metraje, en el que se narra la amistad entre un muchacho solitario y una vitalista joven que padece una dolencia incurable, la película es fría, en parte como reflejo de la contención emocional característica de la sociedad japonesa. Por el contrario, en el último tercio del film la tendencia se invierte y se cae en un exceso de sentimentalismo que no acaba de funcionar. La escena en la que Sakura, la joven enferma, se fuga del hospital junto a su inseparable amigo para ver los fuegos artificiales desde una perspectiva privilegiada es la que marca ese giro, que por otra parte sólo era cuestión de tiempo dado el argumento. Se agradece contemplar una obra para adolescentes que no sea un insulto a la inteligencia, pero hay que decir que la narración termina por caer en varios de los tópicos que pudieran esperarse. Por un lado, el motivo de que una joven tan simpática y popular se fije en un joven huraño y volcado en sus libros cuesta verlo más allá de una atracción física que la película sólo plantea en escenas puntuales… y resuelve con cierta mojigatería, pues los compañeros de instituto de los protagonistas ejercen casi como censores morales y el interés por subrayar la pureza de las relaciones entre ambos queda subrayado en exceso. En cambio, en la conclusión se ofrece una explicación irracional sobre este punto, que no deja de ser decisivo porque es el que justifica la propia película, que es difícil de admitir por quienes ya hayan pasado la edad del pavo.
Por otra parte, la perspectiva humanista que desprende la película podrá estar muy bien, pero en mi opinión se queda coja. Es evidente lo que aprende el chico solitario de ese torbellino adolescente que podría decirse que le adopta como compañero inseparable, pues lo que Sakuro le brinda es el deseo de abrirse al mundo, algo que según la película es altamente beneficioso para quien lo hace, y a juicio de un servidor no tanto, y los medios para hacerlo. Lo que ya es más difícil de ver es qué aprende la chica de él, al margen de que, en compañía de un chico tan introvertido, el secreto de su enfermedad, que sólo conoce su familia más próxima, esté bien guardado. Al fin y al cabo, lo que hace durante toda la película el protagonista masculino es cumplir los deseos de la chica (bueno, casi todos), lo que es tan comprensible como ajeno al aprendizaje mutuo.
Cabe mencionar que tampoco es que la animación, muy tradicionalista, sea nada del otro mundo. Uno echa a faltar en las imágenes ese punto de inspiración, e incluso en ocasiones de pericia técnica, que suelen tener los films de animación japoneses. Cierto es que Ushijima es un director primerizo; lo que sucede es que se le nota. Y la música está concebida para el público local y adolescente, por lo que tampoco es capaz de llevar por sí misma a la película a las cotas que podría haber llegado a conseguir. Aunque hay escenas notables, como la del juego de verdad o reto en el hotel, o aquella en la que Sakuro planta cara a una pareja de niñatos con evidente inclinación al vandalismo, el conjunto sufre continuos altibajos y el ritmo no es todo lo consistente que debiera.
En el reparto, es de destacar el trabajo de una de las voces jóvenes más populares de Japón, la de la actriz Lynn, que consigue transmitir todo el entusiasmo adolescente de Sakuro. Mahiro Takasugi tiene una misión más sencilla, pues su personaje apenas trasciende la introversión que le caracteriza, y la cumple sin especial lucimiento. Yukiyo Fujii hace una buena labor dando voz a la temperamental Kyoko, la mejor amiga de Sakuro.
En definitiva, una obra más interesante que plenamente satisfactoria que, eso sí, no deja de estar muy por encima de los habituales productos hechos para adolescentes, por mucho que en su parte final se dejen ver algunos tics hollywoodienses. Shinichiro Ushijima aprueba, pero debe mejorar.