TODOS LO SABEN. 2018. 132´. Color.
Dirección: Asghar Farhadi; Guión: Asghar Farhadi; Dirección de fotografía: José Luis Alcaine; Montaje: Hayedeh Safiyari; Música: Javier Limón; Diseño de producción: María Clara Notari; Producción: Álvaro Longoria, Alexandre Mallet-Guy y Andrea Occhipìnti, para Morena Films-Lucky Red-Memento Films-Untitled Films-France 3 Cinéma-RAI Cinema (España-Francia-Italia).
Intérpretes: Penélope Cruz (Laura); Javier Bardem (Paco); Ricardo Darín (Alejandro); Eduard Fernández (Fernando); Bárbara Lennie (Bea); Inma Cuesta (Ana); Elvira Mínguez (Mariana); Ramón Barea (Antonio); Carla Campra (Irene); Sara Sálamo (Rocío); Roger Casamajor (Joan); José Angel Egido (Jorge); Sergio Castellanos (Felipe); Iván Chavero, Tomás del Estal, Inma Sancho, Paco Pastor Gómez, Jaime Lorente, Mari Carmen Sánchez.
Sinopsis: La desaparición de una adolescente durante una boda reaviva las rencillas familiares en un pequeño pueblo rural español.
Convertido en uno de los nombres señeros del cine iraní gracias a haber firmado una sucesión de filmes de alta calidad en pocos años, Ashgar Farhadi dio hace un par de años ese salto internacional que todo director ansía y que a él le alejó del yugo ideológico del régimen de los ayatolás, conocido entre otras cosas por su ardiente defensa de la libertad artística. Dicho salto llevó a Farhadi hasta España, lugar donde se sitúa geográficamente Todos lo saben, un drama rural en el que el cineasta persa regresa a uno de sus temas favoritos: la desmembración de un núcleo familiar en apariencia sólido. La película acaparó nominaciones, pero no premios, y la crítica coincidió en afirmar que el cambio de paisaje no oscureció a Farhadi, pero sí difuminó algunas de las grandes virtudes de su filmografía anterior.
Que el director iraní no es tonto lo confirma el hecho de que, pese a cambiar de continente, de idioma y de equipo técnico y artístico, se hizo acompañar por un profesional de su entera confianza, Hadeyeh Sariyari, en un aspecto tan fundamental como es el montaje. Muchos son los cineastas, y esto no excluye a algunos genios, cuyas mejores virtudes se han perdido y se pierden con el cambio de microcosmos, por lo que a Farhadi, ya de entrada, hay que reconocerle el don de la perspicacia. Otro aspecto a su favor es que, aunque su conocimiento de España no podía ser más que superficial, eso apenas se nota al ver la película, lo que por otra parte me permite sugerir que quizá los seres humanos somos, en esencia, bastante parecidos unos a otros. Entrando en materia, lo primero que vemos en la película es el interior de un viejo campanario, para inmediatamente toparnos con un elemento de tensión: un primer plano de unas manos, enfundadas en guantes, que recopilan recortes de prensa sobre una muchacha desaparecida. Después, da comienzo la historia en sí, con el regreso a su pueblo natal de una mujer, Laura, que acude, acompañada de sus dos hijos, a la boda de su hermana menor. Su marido permanece en Argentina, lugar al que ella emigró años atrás, por cuestiones laborales. He de decir que tanto la recreación del reencuentro, como la de la ceremonia (en la que Farhadi se permite introducir un chiste anticlerical que seguro que en Irán se quedó con las ganas de poder hacer), y desde luego las de la celebración, son de lo más verosímil y están entre lo mejor de la película. En mitad de la fiesta, el derrumbe: la hija adolescente de Laura desaparece, y lo que encuentra su madre sobre el catre donde dejó a la muchacha son esos recortes de periódico que veíamos al principio. Poco después llega, a través del teléfono móvil, la confirmación del secuestro, acompañada de la petición de rescate y de la amenaza de funestas represalias si se permite intervenir a la policía. A partir de aquí, se mezclan el drama familiar y el thriller de un modo en el que el primer género sale bastante más favorecido.
Voy a hablar otra vez de esa virtud tan nebulosa en el cine como puedan serlo los intangibles en el baloncesto: me refiero a la atmósfera. Todos lo saben la tiene. A Farhadi le ha salido un drama ibérico de lo más convincente, pero también un thriller bastante rutinario. El director engancha cuando habla, con precisión quirúrgica, del emponzoñamiento de las relaciones entre los personajes principales o, mejor dicho, del regreso de las viejas rencillas familiares, sentimentales y de clase en cuanto las pistas dejan claro que el secuestro es obra de alguien del entorno cercano a la víctima o, cuanto menos, de sus padres. En esa tela de araña en la que todos acaban por desconfiar de todos, Farhadi demuestra maestría; en cambio, no le acompañan dos aspectos esenciales: que el misterio se resuelve de un modo bastante rutinario, y que, coincidiendo con la aparición en escena del personaje de Alejandro, el marido de Laura llegado desde Argentina, el film va adquiriendo un tono folletinesco que se adueña del conjunto de forma progresiva.
La música se limita a unas pocas canciones, alguna de ellas de buen nivel, que acompañan la fiesta, pero en lo técnico destaco la buena planificación de Farhadi, con planos tan logrados como los de esas imágenes finales que muestran la soledad del héroe que se ha sacrificado por los demás y ese afán por que el espectador se familiarice, antes de que la tensión se desate, con los espacios físicos en los que se desarrolla el drama, y la maravillosa fotografía de José Luis Alcaine, un maestro en su disciplina.
En el aspecto interpretativo, creo que el lucimiento se reserva en exceso a la pareja protagonista y, por lo tanto, se desaprovecha en parte el gran talento de Eduard Fernández, Inma Cuesta e, incluso, Ricardo Darín. Considero mejor el trabajo de Javier Bardem, un actor de raza que siempre consigue extraer nobleza y complejidad de sus personajes, que el de una Penélope Cruz a la que no puede negársele el esfuerzo por comunicar la angustia que atenaza a Laura, pero a la que se le va la mano por la vía melodramática. Bárbara Lennie es una actriz de calidad a cuyo trabajo tampoco veo que se le extraiga todo el jugo posible, y en cambio sí brillan secundarios como Ramón Barea, excelente en el rol de patriarca venido a menos, José Ángel Egido y, sobre todo, una gran Elvira Mínguez. A las jóvenes Carla Campra y Sara Sálamo les faltan aún horas de vuelo, y Roger Casamajor se limita a cumplir con un papel carente de entidad.
En un terreno en el que muchos hubiesen naufragado, Asghar Farhadi nos brinda un film imperfecto, pero notable, lo que demuestra que la fama del director no es fruto de ese cierto papanatismo con el que una parte de la crítica suele saludar a los cineastas de orígenes exóticos, sino una consecuencia de su gran talento.