PHONE BOOTH. 2002. 82´. Color.
Dirección : Joel Schumacher; Guión: Larry Cohen; Director de fotografía: Matthew Libatique; Montaje: Mark Stevens; Música: Harry Gregson-Williams; Diseño de producción: Andrew Laws; Dirección artística: Martin Whist; Producción: Gil Netter y Davis Zucker, para 20th Century Fox (EE.UU.).
Intérpretes: Colin Farrell (Stu Shepard); Kiefer Sutherland (El hombre que llama); Forest Whitaker (Capitán Ramey); Radha Mitchell (Kelly Shepard); Katie Holmes (Pam); Paula Jai Parker (Felicia); Arian Ash, Tia Texada, John Enos III, Richard T. Jones, Keith Nobbs, Dell Yount, James MacDonald.
Sinopsis: Un agente artístico telefonea a una de sus representadas desde una cabina. Cuando cuelga, llama un hombre que parece conocerle a fondo y amenaza con matarle.
En la irregular carrera de Joel Schumacher, director eminentemente visual que ha filmado obras de gran calidad, películas interesantes, mediocridades y bodrios infames dependiendo de la calidad de los guiones que le llegaban, los primeros años del milenio supusieron su etapa más prolífica. Poco después de estrenar la olvidable 9 días, Schumacher regresó a la palestra con una de sus películas mejor consideradas por la crítica, Última llamada, un vibrante thriller cuya acción transcurre prácticamente en tiempo real y que también gozó del beneplácito de la taquilla internacional.
Última llamada está escrita por Larry Cohen, un acreditado guionista que también ha dirigido algunas películas de calidad y que, aunque llevaba algunos años en el dique seco, siempre tuvo buena mano para el suspense y el terror y aquí vuelve a demostrarlo. El film se inicia con unas efectistas imágenes de algunas de las calles más cinematográficas de la ciudad de Nueva York, mientras una voz en off (aspecto que más tarde se hará fundamental en la película) nos advierte de que, en plena expansión de los teléfonos móviles, las emblemáticas cabinas estaban condenadas a desaparecer. Acto seguido, seguimos a Stuart Shepard, el protagonista de la última llamada que tendrá lugar en una concreta cabina de Manhattan: un agente artístico de traje caro y aspecto cuidado que habla sin parar con sus clientes al tiempo que es seguido por un becario que hace las veces de perro faldero. Ambos se separan y el representante acude a la cabina de marras para telefonear a una de sus clientas, con la que parece tener una relación que va más allá de lo profesional. Hasta aquí, todo normal: un pudiente charlatán más en mitad de Manhattan, que se quita de encima de mala manera a un repartidor de pizza que intenta entregarle un pedido. El teléfono vuelve a sonar, y quien está al otro lado no es, como esperaba el publicista, su clienta favorita, sino un desconocido que sabe muchas cosas de su interlocutor y parece decidido a vengar alguna afrenta recibida en el pasado. Mientras un grupo de prostitutas intenta que Stu deje libre la cabina, el hombre comprende que está a punto de vivir una pesadilla de la que, tal vez, no salga con vida.
Cuando hablamos de películas cuya acción discurre en tiempo real, la mente suele volar hasta el film que marcó escuela en este terreno: Solo ante el peligro. Así es como se encuentra el protagonista de Última llamada, porque su vida depende de la voluntad de un francotirador que le apunta desde una de las muchas ventanas que pueden verse desde la cabina. Stu no tiene más remedio que obedecer a quien le extorsiona si no quiere ser asesinado allí mismo, y ni siquiera la policía, que ha aparecido en el lugar en cuanto el francotirador, que ha confesado a Stu que él sería ya su tercera víctima, decidió que las prostitutas y su chulo dejaran de suponer una molestia, puede en un principio ayudarle. Lo cierto es que el guión incorpora algunos elementos poco verosímiles, y otros (empezando por la propia premisa en la que se sustenta la película) que carecen de una motivación lógica, pero lo bueno es que, durante el visionado del film, ni te enteras. Así de frenético es el ritmo que Schumacher imprime a la película. El desigual duelo entre quien controla los hilos y quien, en cuestión de minutos, ha pasado de creerse un tipo importante a convertirse en un pelele, se nos muestra a tal velocidad que casi parece que estemos viendo un cortometraje. Cierto es que, a excepción del capitán de policía Ramey, el resto de personajes secundarios carecen de entidad, pero también que ese duelo entre el aterrorizado protagonista y el oculto francotirador es de muchos quilates. Schumacher, que de mover la cámara y de crear tensión sabe bastante, aprovecha de maravilla las posibilidades del diminuto espacio que ocupa una cabina telefónica, hasta el punto de que lo que sucede fuera de ella tiene siempre menos interés e, incluso en lo visual, luce menos. Otro aspecto esencial es el montaje, que funciona a ritmo de descarga de metralleta sin resultar mareante, lo que es todo un logro. Cohen escribe algunos diálogos que añaden entidad al conjunto, pero es evidente que los aspectos técnicos son fundamentales para que la película convenza al espectador de la forma en que lo hace.
El duelo actoral es de categoría: Colin Farrell ofrece la mejor interpretación que le recuerdo, y hay que valorar de forma muy positiva su capacidad para mostrar el Dragon Khan emocional en que se mueve su personaje. A la otra estrella del reparto casi no llegamos a verla en pantalla, pero poco importa, porque en la voz de Kiefer Sutherland ya vemos la inteligencia, el desequilibrio mental y hasta el sentido del humor de quien lo controla todo desde el otro lado del teléfono. No es que el honrado policía al que da vida Forest Whitaker esté igual de bien trabajado que los personajes anteriormente mencionados, pero un actor de su calibre siempre mejora aquello que toca. Los principales roles femeninos, encarnados por Radha Mitchell, Katie Holmes y Paula Jai Parker, ni dan para mucho, ni están interpretados de una manera que vaya más allá de la mera correción.
Última llamada es una película pelín tramposa, pero que se ve con deleite y no da un segundo de respiro al espectador. Un notable thriller, en suma, que también contiene un discurso moral sobre quiénes somos cuando nos creemos alguien, y quiénes somos en realidad.