HANA-BI. 1997. 103´. Color.
Dirección: Takeshi Kitano; Guión: Takeshi Kitano; Dirección de fotografía: Hideo Yamamoto; Montaje: Yoshinori Ohta y Takeshi Kitano; Música: Joe Hisaishi; Dirección artística: Norihiro Isoda; Producción: Masayuki Mori, Takio Yoshida y Yasushi Tsuge, para Bandai Visual Company-Tokyo FM-TV Tokyo-Office Kitano (Japón).
Intérpretes: Takeshi Kitano (Yoshitaka Nishi); Kayoko Kishimoto (Esposa de Nishi); Ren Osugi (Horibe); Susumu Terajima (Nakamura); Tetsu Watanabe (Dueño del desguace); Hakuryo (Ejecutor de la Yakuza); Yasuei Yakushiji (Criminal); Taro Itsumi (Kudo); Ken´ichi Yajima (Doctor); Makoto Ashikawa, Yuko Daike, Tsumami Emadame, Hitoshi Nishizawa, Shoko Matsuda.
Sinopsis: Un policía se enfrenta a la enfermedad terminal de su esposa. Además, su compañero queda parapléjico después de un tiroteo.
La película que convirtió a Takeshi Kitano en una estrella internacional fue, sin duda, Hana-Bi, que ganó el León de Oro en el festival de Venecia después de haber arrasado en Japón. En España, Kitano pasó, en cuestión de meses, de ser conocido por sus apariciones en Humor amarillo a convertirse en uno de los hombres de moda para la cinefilia más inquieta, buena parte de la cual ignoraba aún su obra anterior, en la que ya encontramos, si bien de una forma quizá menos refinada en lo artístico, las constantes de este personalísimo autor. Sea como fuere, este drama encandiló a casi todos, con la sonora excepción, en lo que se refiere a estos lares, de un Fernando Trueba que, después de haber dirigido Two much, debió ser más comedido en sus comentarios sobre el film de Kitano.
Cualquiera que conozca, aunque sea de lejos, el cine de Takeshi Kitano, sabe que en las obras del japonés abundan los elementos autobiográficos, Al margen de que sus conocimientos sobre la Yakuza no son superficiales, es sabido que, allá por 1994, Kitano sufrió un accidente de moto que le dejó al borde de la muerte y, ya recuperado del coma, le provocó secuelas físicas (ese celebérrimo tic facial) y emocionales importantes. De ese período surgió también la pasión de Kitano por la pintura. Menciono todo esto porque es difícil entender Hana-Bi, una película más de sensaciones que de relato, y en la que los diálogos son reducidos a la mínima expresión, si se desconocen estos aspectos, cuyas huellas en el film son acusadas. Según creo, Hana-Bi es una obra que tiene como tema principal la depresión, y como protagonista a un duro policía (y aquí encontramos al Takeshi Kitano más reconocible por los cinéfilos antes del estreno de esta película) marcado por la tragedia: su hija falleció años atrás, y ni él ni su esposa, que padece una enfermedad terminal, han logrado superar esa pérdida. Sin hacer apenas uso de las palabras, Kitano muestra el vacío de quien puede ser muy bueno combatiendo a los criminales, pero que ante la dolencia incurable padecida por un ser querido ha de lidiar con la misma sensación de impotencia de todos los demás. Por si esto fuera poco, en una refriega con miembros del crimen organizado, Horube, el compañero de Nishi, el protagonista, recibe varios disparos y, a consecuencia de uno de ellos, queda postrado para siempre en una silla de ruedas. La respuesta de la esposa y la hija del herido a su desgracia es aumentarla, pues ambas le abandonan. Por todo ello, Nishi decide dejar la policía y dar un giro a su vida.
Kitano analiza diferentes formas de enfrentarse al derrumbe de los cimientos de la existencia desde ángulos que le son muy familiares: Horube encuentra en el arte la salvación frente a la soledad y el abandono; Nishi, en cambio, opta por reconducir las cosas a su manera. Hana-Bi es una película-cuadro que funciona a pinceladas, o a brochazos, y se comprende a partir de su conclusión, en la que la constante búsqueda de la poesía visual del director alcanza niveles magistrales. Si sabemos que el autor de los cuadros que aparecen en la pantalla es el propio Takeshi Kitano, todo está un poco más claro. En lo estrictamente narrativo, toda la subtrama relacionada con las relaciones de Nishi con la Yakuza es poco creíble, aunque nos permite ver el expeditivo modo en el que el director retrata la violencia y, de paso, contenta a los seguidores del Kitano más reconocible hasta la fecha. Donde destaca la película es en su vertiente lírica, donde se revela que su nueva pasión pictórica ha ensanchado el universo estético del director de manera evidente. Hana-Bi se impone por sus paisajes, por sus silencios, por el modo de retratar el último viaje de Nishi y su esposa, salpìcado por momentos de humor que nunca faltan en Kitano, por la bella música del gran Joe Hisaishi, por su cuidada fotografía y, repito, por ese final perfecto, que acredita que estamos ante uno de esos artistas dueños de la capacidad de ser, a la vez, poéticos y brutales.
Salta a la vista que, como actor, Kitano interpreta siempre al mismo personaje. Ya antes del accidente, sus esquemas interpretativos estaban muy claros; después, las propias secuelas contribuyeron a convertir el laconismo extremo en marca de fábrica. En general, el minimalismo impera en unas actuaciones marcadas por la escasez de diálogos: el elenco debe comunicar de otra manera, y algunos, como Kayoko Kishimoto, superan el reto con nota alta. Otro tanto le sucede a Ren Osugi, un actor todoterreno que aquí, desde la contención, logra que veamos el interior de un personaje en quien se ha cebado la desgracia. Susumu Terajima y Tetsu Watanabe, dos habituales de Kitano, cumplen bien. Y Hakuryo tiene aspecto de tipo despiadado, que es de lo que se trata.
Hana-bi es una gran película que, a través de imágenes de inusual belleza, describe lo que sucede cuando las desgracias no les ocurren a los demás. Una de las mejores películas de su director, sin duda, y también una obra difícil, aunque satisfactoria.