JOHN G. AVILDSEN: KING OF THE UNDERDOGS. 2017. 78´. Color.
Dirección: Derek Wayme Johnson; Guión: Derek Wayne Johnson; Dirección de fotografía: Anthony G. Avildsen; Montaje: Derek Wayne Johnson; Música: Greg Sims; Producción: Emmett James, Chris May, Derek Wayne Johnson y Tom Garrett, para AJ16 Entertainment (EE.UU.).
Intérpretes: John G. Avildsen, Sylvester Stallone, Ralph Macchio, Carl Weathers, Bill Conti, Talia Shire, Burt Young, Martin Scorsese, Burt Reynolds, Tamlyn Tomita, Jack Lemmon, Morgan Freeman, Stephen Dorff, Martin Kove, Kevin Connolly, Stephen Baldwin, Yuji Okumoto, Lloyd Kaufman, Jerry Weintraub, Mike Medavoy, Frank Serpico, Melissa Avildsen.
Sinopsis: Documental que reivindica la figura del director John G. Avildsen.
Cuatro años después de su anterior largometraje como director, Derek Wayne Johnson volvió a ponerse tras las cámaras, pero esta vez para dirigir un documental cuyo objetivo es homenajear a John G. Avildsen, un cineasta poco recordado en la actualidad que dirigió dos bombazos del calibre de Rocky y Karate Kid.
Estamos ante un panegírico en toda regla, y eso tiene sus riesgos. Derek Wayne Johnson rechaza toda pretensión de objetividad y se lanza a filmar desde la perspectiva del fan acérrimo, actitud que, paradójicamente, puede resultar exagerada para quienes sí son conocedores de la carrera de John G. Avildsen como director de cine, porque incluso si se acepta que este cineasta merece más reconocimiento por su trayectoria cinematográfica del que ha recibido, asociar su nombre a los de Frank Capra o David Lean (esto lo hace uno de los entrevistados, pero esa frase debió ser, lisa y llanamente, eliminada del montaje final), es ir a Sevilla y acabar en Málaga. Avildsen, que era hijo de un hombre que fue la encarnación del sueño americano que, en sus ratos libres, era muy aficionado a rodar películas caseras, y de una mujer que también sentía inclinación hacia el mundo del espectáculo, participó en la explosión de creatividad que vivió el cine en los años 60 y 70, pues fue en plena beatlemanía cuando ese joven de Illinois decidió abandonar su carrera de publicista y dedicarse de lleno al séptimo arte. Empezó a rodar películas independientes de escaso presupuesto, una de las cuales constituyó el debut profesional de un estudiante italoamericano llamado Martin Scorsese, hasta que triunfó con otro film pequeño que caló en el público; Joe, ciudadano americano. Ahí empezó a generarse la fama de Avildsen como cineasta de los perdedores que pelean por sobreponerse a la adversidad, característica que Derek Wayne Johnson convierte en el eje de su película. A partir de ahí, la obra de Avildsen, notable director de actores, es harto irregular, con películas mediocres y otras muy destacadas como Salvar al tigre, por la que Jack Lemmon ganó el Oscar. El biografiado logró esa estatuilla, y con ella alcanzar la cúspide de su carrera, gracias a un entonces desconocido Sylvester Stallone. Rocky, un éxito tan inesperado como apabullante, catapultó la carrera de su protagonista, pero no tanto la de su director, que rechazó filmar Fiebre del sábado noche y encadenó fracasos artísticos y de público hasta regresar a lo más alto gracias a uno de las películas adolescentes más célebres de los 80: Karate kid.
La verdad es que John G. Avildsen, que falleció poco antes de estrenarse este documental, fue un director aplicado y solvente en lo técnico que, como tantos otros, dio lo mejor de sí cuando los guiones ajenos le acompañaron. Nunca fue un cineasta personal, y la película de Derek Wayne Johnson, que sigue el tradicional esquema cronológico e incluye numerosas declaraciones de archivo del homenajeado, comete el mismo error que achaca a los escépticos porque, más allá de la descripción de los orígenes personales y cinematográficos de Avildsen y de loar su buen ojo para descubrir nuevos talentos o su capacidad para sacar lo mejor de los actores, el grueso del metraje está dedicado a los dos grandes éxitos del director, pasando de puntillas por un par de films rodados después de Karate Kid, y mejores que éste, pero que no tuvieron ni de lejos el mismo tirón popular. Al margen de esto, la práctica totalidad de los testimonios escogidos, con la excepción parcial que suponen las declaraciones de Burt Reynolds, son laudatorios, lo cual, y más en un mundo de lenguas viperinas como es el del cine, resulta incluso extraño.
En definitiva, mejores intenciones que resultados, por la sencilla razón de que Derek Wayne Johnson se pasa de vueltas en su afán homenajeador. Que, por ejemplo, fuera una lástima para Avildsen que no le permitieran dirigir Serpico, no debería ser obstáculo para que alguien reconociera que el trabajo de Sidney Lumet fue magnífico. Señor Johnson, una cosa es una merecida reivindicación, y otra distinta es modificar la realidad cuando ésta no se adapta a muestras pretensiones.