RIDE BEYOND VENGEANCE. 1966. 98´. Color.
Dirección: Bernard McEveety; Guión: Andrew J. Fenady, basado en la novela de Al Dewlen Night of the tiger; Director de fotografía: Lester Shorr; Montaje: Otho Lovering; Música: Richard Markowitz; Dirección artística: Stan Jolley; Producción: Andrew J. Fenady, para Goodson, Todman, Sentinel, Fenady Productions-Columbia Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Chuck Connors (Jonas Trapp); Kathryn Hays (Jessie); Michael Rennie (Brooks Durham); Claude Akins (Coates); Bill Bixby (Johnsy Boy); Paul Fix (Hanley); Marissa Mathes (María); Gloria Grahame (Bonnie Shelley); Gary Merrill (Dub Stokes), Arthur O´Connell (Narrador); Joan Blondell (Mrs. Lavender); Ruth Warrick (Tía Gussie); James McArthur, Frank Gorshin, Robert Q. Lewis, Harry Harvey, William Bryant, Jamie Farr.
Sinopsis: Un cazador de búfalos regresa a su hogar convertido en un hombre rico después de once años de trabajo. Sin embargo, poco antes de llegar es despojado de sus pertenencias y marcado a fuego como si fuera un ladrón de reses.
El experto realizador televisivo Bernard McEveety dirigió un par de westerns para la gran pantalla en los años 60. El segundo de ellos, por orden cronológico, fue Noche de violencia, estrenado cuando el cine del Oeste empezaba a verse en su país de origen como un género pasado de moda que, en cambio, gozaba de excelente salud en Europa. Lo cierto es que el film pasó bastante desapercibido en su estreno, y McEveety regresó al medio en el que había desarrollado gran parte de su carrera.
El tema central de Noche de violencia no es otro que la venganza, aunque la película presenta la peculiaridad de que su protagonista está lejos de ser un pistolero que resuelve los conflictos a balazos. De hecho, cuando ese hombre ultrajado regresa a la pequeña localidad texana en la que creció, después de haber sido desposeído de los cuantiosos frutos de once años de trabajo, la violencia se desata más por el efecto que la llegada del expoliado cazador de búfalos genera entre los responsables de su desgracia que por el propio afán de revancha del agraviado… que, por supuesto, existe, y más cuando descubre que ha sido dado por muerto y que su todavía esposa está a punto de casarse con el más pudiente de los hombres que, no contentos con tratarle como a un criminal, le arrebataron hasta el último penique que guardaba en sus alforjas. Jonas Trapp, el personaje principal de la película, está pues muy lejos de ser el vengador de mirada gélida, verbo escaso y veloz con el revólver que el western europeo exprimió hasta lo caricaturesco. La excusa para contar su historia es la presencia en el pueblo, muchos años después de que acaecieran los hechos, de un joven estudiante de Sociología que trabaja como encargado del censo y que, conversando con el anciano dueño de un bar, alude a lo mucho que se repiten en el pueblo algunos nombres de pila no demasiado frecuentes en el resto del país. Al escuchar esto, el tabernero le explica que todo gira alrededor de la llamada noche de las represalias (o noche del Tigre para los residentes de origen mexicano), el momento en el que Jonas Trapp pudo consumar su atípica venganza. El resto de la película consiste en la descripción de los hechos que dieron lugar a ese momento tan recordado, y de lo que en él sucedió.
Estamos ante un western fundamentalmente de interior, cuyos mayores hándicaps pueden ser la falta de espectacularidad y una cierta indefinición en el trazo de los personajes (los vaivenes emocionales de Jessie, por ejemplo, son difíciles de entender). El aliento épico es fundamental en el western, y aquí escasea, por mucho que la historia sea buena y el desarrollo de la película, entretenido para el espectador. Todo, desde la dirección hasta el montaje, es muy correcto, pero falto de personalidad. Uno tiene la impresión de que McEveety y sus colaboradores creen seguir estando en el hábitat natural de casi todos ellos, la pequeña pantalla, y de que, por esta razón, al film le falta garra. El guión es bueno, aunque quizá se quede un tanto a medio camino entre el western clásico y el revisionismo de los estereotipos del género que, poco a poco, se estaba imponiendo en Hollywood. En todo caso, la escena en la que la buena fortuna de Jonas se esfuma por obra y gracia de un puñado de codiciosos sujetos es francamente buena, y lo que sucede en el clímax no decepcionará a ningún buen aficionado al western. La música podría ser mejor, eso hay que decirlo.
En el reparto se da la circunstancia de que los papeles de mayor peso están interpretados por actores que, al igual que los principales artífices de la película, desarrollaron la mayor parte de su carrera en la televisión. Por otro lado, hay un buen número de cameos ofrecidos por actores que gozaron de prestigio en la gran pantalla y llevaban años ganándose el pan en producciones televisivas. Chuck Connors aporta su imponente presencia y mayores dotes expresivas de las usuales en los vengadores de rostro pétreo. Kathryn Hays, belleza y una ambigüedad no siempre necesaria. Los malvados, en especial Michael Rennie y ese clásico del western que es Claude Akins, están a buen nivel y, por muy episódicas que sean, las intervenciones de intérpretes de la calidad y el carisma de Arthur O´Connell, Joan Blondell, Ruth Warrick o Gloria Grahame siempre son de agradecer. James McArthur, en cambio, flojea.
Buen western, al que no le hubiera venido mal una dosis de rupturismo, pero que posee los suficientes valores como para no merecer el olvido.