SOLACE. 2015. 99´. Color.
Dirección: Afonso Poyart; Guión: Sean Bailey y Ted Griffin; Dirección de fotografía: Brendan Galvin; Montaje: Lucas Gonzaga; Música: BT; Diseño de producción: Brad Ricker; Dirección artística: Cameron Beasley; Producción: Tripp Vinson, Claudia Bluemhuber, Thomas Augsberger, Beau Flynn y Matthias Emcke, para Eden Rock Media- Flynn Picture Company-Venture Forth-Supersensory-New Line Cinema (EE.UU.)
Intérpretes: Anthony Hopkins (John Clancy); Jeffrey Dean Morgan (Joe Merriwether); Abbie Cornish (Katherine Cowles); Colin Farrell (Charles Ambrose); Matt Gerald (Agente Sloman); José Pablo Cantillo (Agente Sawyer); Marley Shelton (Laura Merriwether); Xander Berkeley (Mr. Ellis); Kenny Johnson, Joshua Close, Sharon Lawrence, Janine Turner, Luisa Moraes, Adam Boyer.
Sinopsis: Dos agentes del FBI buscan a un asesino en serie. Para ayudarles a resolver el caso, sacan de su retiro a un ex-compañero que tiene poderes psíquicos.
Un largometraje le bastó al brasileño Afonso Poyart para dar el salto a Hollywood. A juzgar por la recepción crítica de Premonición (aquí, los traductores españoles estuvieron poco ingeniosos, porque existen varias películas con el mismo título), ese salto fue precipitado, porque hubo bastante consenso al juzgar que el film acaba dando menos de lo que promete, y que buena parte de la responsabilidad en este aspecto le correspondía al director. Coincido con eso.
Es justo reconocer que, a estas alturas, el thriller sobre asesinos en serie es un subgénero tan explotado que es difícil encontrar originalidad en una fórmula que dio sus mejores frutos en los años 90. El guión de Sean Bailey y Ted Griffin aporta algunos elementos interesantes al manido tema de la caza del asesino ritual, pero no creo que se exploten de un modo adecuado. Es llamativo que el criminal perseguido escoja formas de matar indoloras, y eso, aunque el esquema de que la investigación la lideren dos agentes federales de distinto sexo y de que se recurra a un especialista retirado del servicio para dar con el culpable está más visto que las sonrisas en los anuncios de compresas, otorga un cierto interés a la película, máxime cuando ese especialista es vidente y pronto descubrimos que el asesino también posee esa cualidad. Empezando por el final, y dejando claro que no creo en la idea de que existan personas con la capacidad de ver el futuro, salvo las que se vendan los ojos, resulta que, aceptada esa premisa, la película languidece cuando más podría crecer, es decir, cuando descubrimos la identidad del asesino. Lo que podría haber sido una inteligente conclusión, con apuntes nada desdeñables sobre la eutanasia y la piedad, se termina por resolver con un imposible tiroteo subterráneo en el que el siempre amenazante alambre de la verosimilitud se acaba rompiendo de manera estrepitosa. Y esto sucede, según creo, porque al director le sobran referencias, pero le faltan tablas. Da la impresión de que Afonso Poyart no sabe bien dónde va, ni en la estética, más de telefilm de qualité que de thriller rompedor, ni en la forma de desarrollar la narración, que agranda las incongruencias del libreto, en el que los personajes ven o dejan de ver el futuro de manera bastante arbitraria, y utiliza demasiado los guiños a El silencio de los corderos y Seven. Una lástima, porque la película no aburre y daba para más. Detalles como lo previsible que es el secreto del ya anciano John Clancy con respecto al fallecimiento de su hija me ratifican en la idea de que director y guionistas estuvieron mucho más diestros en la jugada que en el remate, siendo muy interesante la cuestión moral que se plantea. Mi opinión sobre el particular es que cada cual debe hacer con su propio sufrimiento lo que buenamente le plazca, una vez disponga de toda la información necesaria, algo que en el cine está muy bien, en especial si se utiliza a videntes, pero que en la vida real es bastante menos sencillo.
Algo he insinuado antes al respecto, pero insisto en que Afonso Poyart no aporta nada personal a la película. Una de las peores cosas que pueden decirse de un director es que cualquier otro podría igualar lo hecho por él en su trabajo, y que los más buenos lo mejorarían con creces. Eso es lo que ocurre aquí. Algún alarde técnico no justificado, unos cuantos efectos visuales por aquí y por allá, o el sobado recurso de la persecución automovilística no significan que uno posea estilo, sea capaz de tapar los agujeros del guión o, simplemente, pueda lograr que la película no se le escape de las manos. Tampoco la fotografía o la música aportan un extra; de hecho, este último aspecto más bien resta.
Al margen de algunas de las ideas mencionadas, lo mejor del film es su reparto, aunque creo que, de los dos actores que interpretan a los agentes del FBI, a Jeffrey Dean Morgan, un buen actor que debería escoger sus papeles con mejor criterio, no se le aprovecha todo lo que se podría, y a Abbie Cornish la he visto mejor trabajando a las órdenes de Martin McDonagh. Anthony Hopkins aporta su carisma y sus fantásticas dotes interpretativas, y su presencia en pantalla mejora la película. Colin Farrell sufre una paradoja: su actuación es brillante, pero su entrada en escena coincide con el inicio de la cuesta abajo de la película. Los secundarios, a excepción de un notable Xander Berkeley, no tienen mucho que decir, aunque es interesante reseñar la breve reaparición de la antigua estrella televisiva Janine Turner.
Interesante, pero fallida. No aburre y hace pensar, pero podría haber sido mucho mejor. Así es Solace. Afonso Poyart tiene aún mucho camino por recorrer si quiere convertirse algún día en un cineasta relevante.