BLACKKKLANSMAN. 2018. 133´. Color.
Dirección: Spike Lee; Guión: Charlie Wachtel, David Rabinowitz, Kevin Willmoth y Spike Lee, basado en la novela de Ron Stallworth; Director de fotografía: Chayse Irvin; Montaje: Barry Alexander Brown; Música: Terence Blanchard; Diseño de producción: Curt Beech; Dirección artística: Marci Mudd; Producción: Jason Blum, Shaun Redick, Sean McKittrick, Raymond Mansfield, Jordan Peele y Spike Lee, para Focus Features-Legendary Pictures-QC Entertainment-Monkeypaw Productions-Blumhouse Productions-40 Acres & A Mule Filmworks-Universal Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: John David Washington (Ron Stallworth); Adam Driver (Flip Zimmerman); Laura Harrier (Patrice); Ryan Eggold (Walter); Jasper Paakkonen (Felix Kendrickson); Robert John Burke (Jefe Bridges); Michael Buscemi (Jimmy Creek); Topher Grace (David Duke); Paul Walter Hauser (Ivanhoe); Ashlie Atkinson (Connie Kendrickson); Frederick Weller (Landers); Harry Belafonte (Jerome Turner); Isiah Whitlock, Jr., Ken Garito, Corey Hawkins, Damaris Lewis, Nicholas Turturro, Paul Diomede, Victor Colicchio, Ryan Preimesberger, Alec Baldwin.
Sinopsis: En los años 70, el primer policía de raza negra en Colorado Springs decide investigar las actividades del Ku Klux Klan. Su labor es tan exitosa que consigue infiltrarse en la organización.
Infiltrado en el KKKlan fue saludada, en especial en los Estados Unidos, como el regreso triunfal de Spìke Lee tras unos años bastante flojos en cuanto a la calidad de sus largometrajes se refiere. La fuerte polarización política en el país del dólar jugó a favor de un film, basado en hechos reales, en el que se dan cita las mejores virtudes y los peores defectos de su director.
Lo mejor de algunas historias reales es que no lo parecen. Es lo que ocurre con la de Ron Stallworth, un policía negro que, en la convulsa Norteamérica de los 70, logró investigar con éxito a la organización supremacista blanca por excelencia, el Ku Klux Klan. Después de contactar por vía telefónica con portavoces locales de la organización con el pretexto de que estaba interesado en afiliarse a ella, Stallworth consiguió infiltrarse en la rama local del Klan de Colorado Springs, recurriendo a un compañero blanco para que le suplantara en las reuniones presenciales. La estratagema tuvo tanto éxito que Stallworth recibió su carnet de afiliado al Ku Klux Klan, entabló contacto con el líder nacional del grupo, David Duke, e impidió algunas acciones violentas de corte supremacista que pretendían llevar a cabo los miembros más radicales del Klan. Podría parecer increíble, aunque en el mundo del extremismo político, pocas cosas lo son. Como le sucede cuando está inspirado, la narrativa de Spike Lee es ágil y poderosa, consiguiendo que su extenso relato gane progresivamente en interés. Como película policíaca, Infiltrado en el Kkklan es francamente buena. Como film político, mucho menos. No sólo es que uno piense que la opresión sobre los demás, sea por cuestiones de raza, sexo o jerarquía, sólo exige un requisito indispensable, que no es otro que el poder ejercerla, y que sólo unas pocas almas beatíficas renuncian a ese exquisito manjar cuando lo tienen al alcance, o que encuentre demasiadas similitudes entre el discurso de los Panteras Negras y el del Ku Klux Klan, sino que el tono panfletario del director es tan notorio, y tan exento de sutileza,, que acaba por desvirtuar el mensaje que tanto se esfuerza en transmitir. Un ejemplo: el personaje de Ron Stallworth, tal y como nos lo presenta Lee (a partir de algo tan subjetivo como una autobiografía), podrá ser real, pero es tan inmaculado que no lo parece. No me refiero, que conste, a la trama, porque está claro que entre los supremacistas de extrema derecha, y entre los fanáticos de todo signo, las neuronas van tan escasas que no sólo lo que se explica en la película se asume como verosímil, sino que uno aún se tragaría cosas peores. Me refiero al perfil del personaje protagonista. Por otra parte, en un film que sobrepasa con largueza las dos horas de duración, el director debería haberse ahorrado ese narcisista videoclip de nulo interés narrativo que tiene lugar en la discoteca. Lo que más sobra, con todo, es ese panfleto anti-Trump del epílogo. Si se hace una película que transcurre en los años 70, se hace y punto. Que el actual presidente de los Estados Unidos es un patán ególatra de ultraderecha es público y notorio, pero ese sería tema para otra película. Porque el cine político lo carga el diablo. Como bien sabe Spike Lee, que ya se encarga de recordarnos que la primera obra maestra de la historia del cine (el pecado original, tantas veces repetido al servicio de tantas causas, y casi siempre con buenas intenciones) es un panfleto a favor del Ku Klux Klan.
Por supuesto, Spike Lee es un muy buen director de cine, y a lo largo de la película se encarga muchas veces de demostrarlo. Técnicamente, la película es la más lograda del director desde Plan oculto, y escenas como la de ese montaje paralelo entre la proyección de la obra maestra antes mencionada y la crónica de un linchamiento descrita por alguien que lo contempló en directo, dejan ver que a Lee podrá vencerle el exceso de ímpetu, pero no la falta de calidad. La recreación de los años 70, así como la fotografía, son también de alto nivel. En cambio, la banda sonora compuesta para la ocasión por mi admirado Terence Blanchard no me parece demasiado inspirada.
Anoto también entre las carencias de la película la interpretación de Ron Stallworth que hace John David Washington. Los elogios recibidos por este actor ocasional me parecen desmesurados y propios de gentes incapaces de distinguir entre interpretación y personaje. Aprobado, a secas. Le supera con creces un Adam Driver que en este papel aúna su languidez habitual con una mayor dosis de virilidad de la que acostumbran a tener sus personajes. La interpretación de Laura Harrier me dice más bien poco, como las de Topher Grace o Paul Walter Hauser. En cambio, la extraña pareja que forman Jasper Paakkonen y Ashlie Atkinson hace un trabajo realmente destacable, lo mismo que Ryan Eggold, Robert John Burke y Michael Buscemi. Ah, y Harry Belafonte derrochando presencia escénica. Ahí hay nivel.
Infiltrado en el Kkklan es un ejemplo de cómo un cineasta puede cargarse una de sus mejores películas por su excesivo empeño en plantear su discurso a martillazos y su abierta desconfianza en la inteligencia de su público. Una gran ocasión perdida.