SCHINDLER´S LIST. 1993. 195´. B/N-Color.
Dirección: Steven Spielberg; Guión: Steven Zaillian, basado en la novela de Thomas Keneally Schindler´s ark; Dirección de fotografía: Janusz Kaminski; Montaje: Michael Kahn; Música: John Williams; Diseño de producción: Allan Starski; Producción: Gerald R. Molen, Branko Lustig y Steven Spielberg, para Amblin Entertainment-Universal Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Liam Neeson (Oskar Schindler); Ben Kingsley (Itzhak Stern); Ralph Fiennes (Amon Goeth); Caroline Goodall (Emilie Schindler); Jonathan Sagalle (Poldek Pfeiffenberg); Embetz Davitz (Helen Hirsch); Malgoscha Gebel (Wiktoria Klonowska); Shmulik Levy (Wilek Chilowicz); Mark Ivanir (Marcel Goldberg); Béatrice Macola (Ingrid); Andrzej Sewerin (Julian Scherner); Friedrich Von Thun (Rolf Czurda); Krzysztof Luft (Herman Toffel); Harry Nehring, Norbert Weisser, Adi Nitzan, Michael Schneider, Miri Fabian, Anna Mucha, Albert Misak, Michael Gordon, Aldona Grochal, Jacek Wojcicki, Beata Paluch, Piotr Polk, Ezra Dagan, Beata Deskur.
Sinopsis: Un empresario alemán, aficionado a la buena vida, decide crear una empresa en Cracovia empleando a trabajadores judíos. Con el tiempo, y a medida que comprende que el destino de los judíos son los campos de exterminio, se implica en la salvación de sus empleados.
Hasta La lista de Schindler, en la filmografía de Steven Spielberg, un cineasta que se había mostrado casi infalible a la hora de cautivar al gran público, sobre todo al juvenil, faltaba un título de prestigio indiscutido que le situara en las cotas artísticas que años atrás habían alcanzado compañeros de generación como Scorsese, Coppola o Cimino. Ese cénit en su carrera lo logró Spielberg, después de haberse quedado a medio camino en El color púrpura, gracias a este conmovedor drama sobre el Holocausto que adaptaba una novela de Thomas Keneally. Más allá de acaparar los Oscars más importantes, este film supone la cúspide en la trayectoria de su director, y no suele faltar en las listas que enumeran las mejores películas de la historia.
El gran mérito de Spielberg consiste en haber superado el vértigo que debió de provocarle la puesta en escena de un proyecto trascendental para él, como artista y como judío. En esencia, la película es un homenaje del director a su pueblo, que durante la Segunda Guerra Mundial sufrió el mayor genocidio que la Historia haya conocido. No obstante, el más relevante protagonismo recae en un empresario alemán que pasó de beneficiarse del trabajo de cientos de judíos del gueto de Cracovia a dedicar su patrimonio a la salvación de esas mismas personas. En toda la película, Schindler es el único personaje que sufre una transformación visible: el egoísta, bon vivant, mujeriego y charlatán hombre de negocios, con carnet del partido nazi y excelentes relaciones con los jerarcas del régimen hitleriano en Cracovia, que empleaba a los judíos sólo porque le salían más baratos, pasó a ser algo tan extraño como un hombre justo en medio de la barbarie cuando comprendió que esas personas iban a ser asesinadas de la forma más cruel sólo por su pertenencia a una determinada raza. Por tanto, el film habla de un millar de judíos que pudieron escapar del destino que sufrieron más de seis millones de miembros de esta etnia, y del hombre que los salvó de ser gaseados en Auschwitz. Spielberg decide centrarse en una ráfaga de luz en medio de un océano de oscuridad, pero dedica buena parte del metraje a mostrar el horror que se vivió en el centro de Europa durante la época más funesta que se recuerda. Además de a Schindler, concede el protagonismo a Itzhak Stern, mano derecha del empresario en sus negocios y representación de las víctimas judías, y a Amon Goeth, un oficial de las SS que responde al perfil del psicópata clásico.
Spielberg intentó ser lo más realista posible. Para ello, optó por rodar la película en los escenarios en los que acaecieron los hechos recreados, algo que no siempre consiguió, y apostó por un tono cercano al documental, con mucha cámara en mano, y por un blanco y negro salpicado por algunos apuntes en color de enorme carga simbólica. Considero que pocas veces una decisión estética ha estado mejor justificada, porque la historia que se cuenta en La lista de Schindler es la de un pueblo enfrentado al mal absoluto, y esa niña con el abrigo rojo es el detonante para que el personaje principal decida implicarse para evitar la masacre. Uno de los aspectos que, a mi entender, elevan a esta película a un estatus superior es la sabia utilización del montaje paralelo, que muchas veces subraya (y eso es saber hacer gran cine) que las mismas acciones, hechas por diferentes personas, son capaces de generar reacciones y consecuencias opuestas. Durante tres horas, Spielberg hace la película más realista (incluso vence, por una vez, su sempiterna mojigatería respecto al sexo), más conmovedora y más técnicamente perfecta de su carrera, aunque en los minutos finales aparece su característica propensión al sentimentalismo. Esta vez, la grandeza de lo anterior convierte este hecho en un pecado venial. Escenas memorables, las hay a puñados: me quedo con la reacción de las madres cuando pasan de la alegría por haber evitado las cámaras de gas al desgarro absoluto cuando ven que sus hijos están siendo enviados al exterminio, con la sesión de tiro al judío de Goeth desde su terraza (en efecto, el nazismo es la exaltación de la maldad por la maldad), con esas ejecuciones nocturnas que apenas se muestran a quienes permanecen ocultos en el gueto después de su evacuación forzosa, o con el afán de Schindler por lograr que los vagones en los que se hacinan los judíos camino de los campos de concentración sean regados mientras Goeth, risueño, le comenta que lo verdaderamente cruel es darles esperanzas. A todo esto hay que sumarle que John Williams firma una de las mejores bandas sonoras de su impresionante carrera. En general, no soy partidario de que se utilice el cine en beneficio de una causa política, pero aquí haré una excepción, por dos motivos: porque Spielberg consigue lo que se ha propuesto por medio de una técnica cinematográfica exquisita, y porque, esta vez, la causa lo vale, no sólo por dar visibilidad a un genocidio, sino porque se ensalza algo tan tristemente inusual como el paso de la indiferencia a la acción frente a una injusticia que no admite demasiados matices. No hablamos, pues de política, sino de algunos valores que la trascienden. Y que, tristemente, son muy excepcionales. Esto, creo, la película lo deja muy claro.
El enésimo acierto de Spielberg fue recurrir a buenos actores, huyendo de las superestrellas. Liam Neeson, cuya trayectoria en Hollywood había sido bastante irregular hasta la fecha, ejecuta un trabajo excelente en la piel del personaje más rico del formidable guión escrito por Steven Zaillian. Ralph Fiennes es un perfecto sádico con uniforme, pero aun así, del trío protagonista me quedo con Ben Kingsley porque es quien transmite más con menos. Me cuesta recordar alguna película en la que cualquiera de los tres haya estado mejor, dicho sea de paso. Del resto, es muy de alabar la interpretación de Embeth Davitz, dentro de un nivel en general muy alto en los secundarios, muchos de ellos polacos.
Obra maestra. Mis felicitaciones a Steven Spielberg por dar lo mejor de sí mismo cuando tocaba.