PECKINPAH SUITE. 2019. 65´. Color.
Dirección: Pedro González Bermúdez; Guión: Pedro González Bermúdez; Dirección de fotografía: Raúl Cadenas; Montaje: Pedro González Bermúdez; Música: Wild Honey, Remate; Producción: José Skaf y Guillermo Farré, para Turner Broadcasting System (España).
Intérpretes: Lupita Peckinpah, Sam Peckinpah, Joseph T. Swindlehurst, Virginia Shane, John Bailey, Tracy Raich, Jake Marston, Elliott Atkinson, Dan Kaul, Kathleen Kaul, Joe Thompson.
Sinopsis: Lupita, hija de Sam Peckinpah, viaja por primera vez al estado de Montana, en el que su padre se refugió a partir de 1978.
Continuando con su ya extenso currículum de documentales cinéfilos para el canal TCM, Pedro González Bermúdez regresó con Peckinpah Suite, peculiar acercamiento al universo del director de La cruz de hierro que incide mucho más en aspectos personales y familiares que en cuestiones estrictamente cinematográficas.
Quien quiera conocer al Sam Peckinpah cineasta, lo primero que debe hacer, por supuesto, es ver sus películas, en las que sin duda hallará incontables motivos de disfrute. Para un acercamiento más académico a su obra, puede recurrir a Pasión y poesía: la balada de Sam Peckinpah, notable documental que ya fue objeto de reseña en este blog. El film de González Bermúdez es otra cosa, pues su verdadera protagonista es Lupita, la hija del director, y más concretamente su viaje al lugar que sirvió de refugio a Peckinpah durante la última etapa de su intensa existencia. Harto de los tejemanejes de Hollywood y cada vez más hundido en el alcoholismo y la drogadicción, quien fuera conocido como Bloody Sam adquirió, a medias con su amigo Warren Oates, unos terrenos en una zona bastante agreste del estado de Montana, aunque acabó alojándose la mayor parte del tiempo en el hotel Murray de la pequeña ciudad de Livingston, en concreto en una habitación, la 322, que todavía conserva su apellido como reclamo para los visitantes. Me permito aclarar que me interesan mucho los aspectos biográficos de los artistas en tanto sean importantes para entender su obra. Lo demás, lo dejo para los biógrafos porque, en buena medida, pertenece al terreno del cotilleo y, en estos tiempos, puede servir de munición a la histeria revisionista, lo cual perjudica la ya muy depauperada salud mental planetaria. Incisos al margen, Peckinpah Suite deja un regusto agridulce, pues la figura del director brilla más por su ausencia que otra cosa. Primero, en la vida de la propia Lupita, que sufrió la tormentosa relación entre sus progenitores y perdió a su padre a los 12 años sin haber tenido tiempo de llegar a conocerle en profundidad, pero también en la propia localidad de Livingston, en la que los lugareños, salvo algunos jóvenes estudiantes de cine, apenas recuerdan a uno de sus habitantes más célebres. Esta sensación de vacío se acentúa en el propio hotel, donde no quedan empleados que conocieran personalmente a Peckinpah (los de ahora se limitan a repetir anécdotas heredadas para satisfacer a los curiosos), e incluso en su habitación, reformada por completo y en la que no se ha conservado ni uno solo de los agujeros de bala en las paredes que el director hizo en algunos de sus arrebatos paranoicos. Apenas un puñado de objetos, colocados en la recepción del hotel, constituyen todo el recuerdo que se conserva de Sam Peckinpah en Livingston. González Bermúdez, que por lo demás hace un trabajo visual impecable, salva en parte este aroma a decepción con el también agridulce relato de Lupita, con algunas declaraciones de archivo del propio director, procedentes de algunas entrevistas televisivas que concedió en sus últimos años de vida, y en especial con el testimonio de quien fue el mejor amigo de Peckinpah durante sus estancias en Montana, el abogado Joseph T. Swindlehurst. Ahí, y también en las imágenes tomadas en la cabaña que el director mandó construir en sus terrenos, y en la que también residió por temporadas, encontramos ese sabor a historia auténtica que se echa de menos en otros momentos de una película que también puede verse como un testimonio de lo difícil que es ser la hija de un genio y, por qué no decirlo, de la propia fugacidad de la existencia.