DIRTY ROTTEN SCOUNDRELS. 1988. 110´. Color.
Dirección: Frank Oz; Guión: Dale Launer, Stanley Shapiro y Paul Henning; Dirección de fotografía: Michael Ballhaus; Montaje: Stephen A. Rotter y William Scharf; Música: Miles Goodman; Dirección artística: Damien Lanfranchi y Steve Spence; Diseño de producción: Roy Walker; Producción: Bernard Williams, para Orion Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Michael Caine (Lawrence Jamieson); Steve Martin (Freddy Benson); Glenne Headly (Janet Colgate); Anton Rodgers (Inspector André); Barbara Harris (Fanny Eubanks); Ian McDiarmid (Arthur); Dana Ivey (Mrs. Reed); Meagen Fay, Frances Conroy, Nicole Calfan, Aina Wallé, Cheryl Pay, Nathalie Auffret, Louis Zorich.
Sinopsis: Un galán maduro, que vive de estafar a mujeres ricas en la Costa Azul, ve peligrar su negocio con la llegada al lugar de un playboy estadounidense.
Tras el éxito de su más que digno remake de La tienda de los horrores, Frank Oz le tomó el gusto a rodar nuevas versiones de películas de los 60 e insistió con Un par de seductores, comedia que recreaba la que dos décadas atrás interpretaron David Niven y Marlon Brando. Esta cuarta experiencia de Oz en la dirección de largometrajes, que suponía su primera incursión en la comedia sofisticada, no llamó en exceso la atención de la crítica, pero gustó a las plateas y, pasados los años, mantiene un cierto predicamento entre la cinefilia.
Si, ya en su tiempo, Un par de seductores, con sus aires distinguidos, su localización europea, su lujoso envoltorio y su humor blanco para ilustrar las andanzas de dos estafadores de altos vuelos, ya fue vista como una obra concebida y realizada a la antigua usanza, hoy queda como uno de los últimos ejemplos de comedia chic en un género progresivamente invadido por la zafiedad como sistema para camuflar la falta de ideas realmente divertidas. Más que actualizar la película, lo que Oz parece buscar es rehacerla manteniendo el espíritu de la original. Y, aunque el film tiene menos gracia de la que pretende, lo cierto es que el director recreó a la perfección la atmósfera estilosa y opulenta que cualquier espectador asocia a la Costa Azul. Ese idílico lugar es el hábitat natural de Lawrence Jamieson, un atildado inglés que, con la connivencia del jefe de policía de la localidad en que reside, se dedica a sablear a mujeres con más dinero que cerebro. Su próspero medio de vida, que consiste en presentarse a las damas de alcurnia como un miembro sin blanca de la realeza de algún país exótico, se ve amenazado por la aparición de Freddy Benson, un estadounidense pelín hortera que llega con el objetivo de vivir a todo tren a costa de las mujeres y al que Jamieson busca sacarse de encima cuanto antes porque sabe que su negocio no admite la libre competencia. Ocurre, sin embargo, que el yanqui es tenaz, y el galán británico no halla la forma de librarse de él. En vista de ello, y ante la llegada de la joven heredera de una conocida empresa de higiene personal, los dos estafadores deciden jugarse la permanencia en su particular Paraíso de acuerdo a su habilidad para desplumar a esa mujer.
Se diría que Oz juega demasiado la carta de la alta comedia, y que en el tramo final no logra evitar lo previsible. Sin embargo, en los distintos métodos que emplea el galán británico para intentar deshacerse de su competidor se dan cita algunos momentos muy divertidos, en especial en la fase en la que el sistema elegido por Jamieson para mantener la exclusividad de las estafas a ricachonas es, precisamente, adiestrar al aspirante a playboy, quien, como suele ser habitual en los estadounidenses, desconoce el significado de la palabra clase. Cualidad que, por cierto, Oz logra insuflar a su película, ayudado por lo idílico de las localizaciones y por el trabajo de un profesional del nivel del fallecido Michael Ballhaus. En ocasiones, sobre todo en la parte final, ese afán por buscar el buen gusto a toda costa se traduce en falta de chispa, pero se agradece el clasicismo, a pesar de todo. Eso sí, la música de Miles Goodman es simplemente correcta, lo que es algo decepcionante para alguien con ese nombre.
Si hablamos de los dos actores protagonistas, podríamos decir que Un par de seductores simboliza la lucha del bien contra el mal. El bien lo representa un Michael Caine sencillamente perfecto. El actor londinense explicó que aceptó participar en la película por uno de los motivos más nobles que pueden existir, como es pasar unas vacaciones pagadas en la Costa Azul, pero lo cierto es que él es lo mejor de una película que le permite lucir su sentido de la ironía, su vis cómica y su habilidad para los acentos. Frente a tamaño despliegue, Steve Martin opone uno de sus habituales y estomagantes ejercicios de sobreactuación que convierten en un quiero y no puedo sus intentos de no desentonar frente al británico. Se diría que en la escena en la que Benson, convenientemente adiestrado por Jamieson, se hace pasar por un retrasado mental, es donde Martin se encuentra en su salsa. Glenne Headly, una buena actriz desaprovechada durante la mayor parte de su carrera, hace un trabajo más que digno, aunque se ve perjudicada por el hecho de que la revelación de la verdadera identidad de su personaje sea demasiado obvia. Cabe resaltar la buena labor de dos secundarios como Ian McDiarmid y Anton Rodgers, así como la breve aparición de Barbara Harris.
Un par de seductores sería una gran comedia de haber preferido lo sarcástico a lo blanco, de haber escogido mejor a su coprotagonista… o de haberse rodado en esta década con un Michael Caine rejuvenecido y acompañado, por ejemplo, de Matthew McConaughey. Se queda en buena, lo que no es ninguna deshonra.