FAMILIA. 1996. 94´. Color.
Dirección: Fernando León de Aranoa; Guión: Fernando León de Aranoa; Dirección de fotografía: Alfredo Mayo; Montaje: Nacho Ruiz Capillas; Música: Canciones interpretadas por Stéphane Grappelli; Decorados: Soledad Seseña; Producción: Elías Querejeta, para Elías Querejeta Producciones Cinematográficas-Albares Production-MGN Films (España).
Intérpretes: Juan Luis Galiardo (Santiago); Amparo Muñoz (Carmen); Ágata Lys (Sole); Chete Lera (Ventura); Elena Anaya (Luna); Raquel Rodrigo (Rosa); Juan Querol (Carlos); Aníbal Carbonero (Nico); Béatrice Camurat (Alicia); André Falcon (Martín).
Sinopsis: Una familia se reúne para celebrar el aniversario del patriarca, aunque nada es lo que parece.
Familia no sólo fue el debut en la dirección de largometrajes de Fernando León de Aranoa, sino el film que de un plumazo le situó entre los jóvenes valores más a tener en cuenta en el cine español. Este original drama, aderezado con toques de comedia, aúna el costumbrismo con el absurdo y logró encandilar a la crítica, al tiempo que obtuvo una acogida popular muy importante para tratarse de una película concebida para minorías. Por todo ello, puede decirse que, en este caso, la ópera prima funcionó, de forma muy merecida, como plataforma de despegue de una carrera que ha alternado grandes momentos con obras mucho más prescindibles.
En principio, nada puede haber más típico que una reunión familiar en conmemoración del aniversario del patriarca. Esto es lo que sucede un buen día en la casa de Santiago, un hombre maduro de buena posición social. Sin embargo, no tardamos en descubrir que todo el tinglado es una tremenda pantomima, pues la família de Santiago no es más que una compañía de actores contratada para la ocasión por un individuo que, en realidad, está absolutamente solo. No conocemos el motivo de esa soledad, sólo la forma en la que ese peculiar cincuentón decide combatirla por un día. Las costuras saltan nada más empezar, cuando el hijo pequeño entrega un regalo claramente erróneo y el homenajeado se queja con amargura de que la criatura no se ajusta ni de lejos a sus deseos. A partir de ahí, asistimos al contraste entre las vivencias de una familia falsa, la que ha montado Santiago para no celebrar en soledad su aniversario, y una verdadera, la de la compañía de actores, cuyas relaciones cruzadas casan bastante mal con los papeles asignados a cada cual en la pantomima. En conjunto, predomina la tristeza, pues por un lado tenemos a un hombre que parece tenerlo todo, pero a nadie con quien compartirlo, y por el otro a unos actores que forman un núcleo cerrado y, en cierto modo, protector, aunque marcado por la precariedad y el deterioro de las relaciones entre los miembros adultos de la compañía. Es decir, que bajo la apariencia de una família tradicional, lo que en verdad tenemos es a una inexistente y a otra, no necesariamente biológica, bastante disfuncional. Fernando León, ante todo un guionista muy talentoso, añade a esta historia de poso amargo un buen número de digresiones humorísticas, algunas gozosamente absurdas y otras más en sintonía con lo que podría esperarse en una típica comedia de situación. En definitiva, un ejercicio de estilo en el que queda claro que la vida es puro teatro, y todos somos actores, en sentido calderoniano, en esta gigantesca tragicomedia.
El estilo de Fernando León como director se basa en la sencillez y el realismo a ultranza. Todo el trabajo técnico está supeditado a la historia, que transcurre en un solo escenario, una casa señorial de aspecto más bien decadente. Es cierto que la puesta en escena es básicamente teatral, sin que haya elementos visuales que sobresalgan de un conjunto tan funcional como previsible. No obstante , la fotografía, de Alfredo Mayo, es de calidad, y es de destacar el acertado uso que se hace de las canciones interpretadas por el gran Stèphane Grappelli, muchas de ellas junto al genio de la guitarra Django Reinhardt. Esta música contribuye en gran manera a atenuar los elementos más dramáticos de la acción y añadirle al conjunto una ligereza que se busca tanto como se necesita. El director sabe dosificar los distintos elementos y consigue que la narración avance sin acelerones ni tropiezos, resultando un acierto la aparición, a media película, de un nuevo personaje que evita el desgaste de la premisa y aporta un nuevo prisma dramático a la trama.
El reparto mezcla a iconos del cine español con jóvenes que iniciaban por entonces su trayectoria. Al frente, un notable Juan Luis Galiardo, de lo más creíble a la hora de comunicar la trsiteza de su personaje, pero también su retorcida naturaleza. El director recuperó para esta ópera prima a dos de las actrices más bellas del cine español del tardofranquismo y la Transición, Amparo Muñoz y Ágata Lys. Ambas mantenían una gran presencia en pantalla, más frágil la de la ex-miss Universo, y más enérgica la de la vallisoletana. A la hora de valorar sus respectivas interpretaciones, creo que el papel de Muñoz es mejor, pero el desempeño de Lys en el suyo alcanza cotas más altas. Chete Lera está tan correcto como acostumbra, y la que sale mejor parada, Galiardo al margen, es una debutante Elena Anaya, que ya apuntaba cualidades de gran actriz en su adolescencia. En cambio, Juan Querol muestra bastantes limitaciones. La veterana Raquel Rodrigo se despidió de la gran pantalla aportando buenos momentos, mientras que la francesa Béatrice Camurat no aprovecha del todo un personaje bastante jugoso.
Familia es un gran debut para un director que, con escasos medios, supo construir
una historia rica en elementos y matices, en la que coexisten sin desentonar lo
triste y lo amable, lo cotidiano y lo grotesco, servido todo con unos diálogos
inteligentes y una puesta en escena sencilla, pero efectiva a la hora de
explicar con ligereza que, en la vida, las más de las veces la disyuntiva
radica en estar solo… o mal acompañado.