ABOUT SCHMIDT. 2002. 124´. Color.
Dirección: Alexander Payne; Guión: Jim Taylor y Alexander Payne, basado en la novela de Louis Begley; Dirección de fotografía: James Glennon; Montaje: Kevin Tent; Música: Rolfe Kent; Dirección artística: Tim Kirkpatrick y Pat Tagliaferro; Diseño de producción: Jane Ann Stewart; Producción: Harry Gittes y Michael Besman, para New Line Cinema (EE.UU.).
Intérpretes: Jack Nicholson (Warren Schmidt); Hope Davis (Jeannie Schmidt); June Squibb (Helen Schmidt); Dermot Mulroney (Randall); Kathy Bates (Roberta); Len Cariou (Ray); Howard Hesseman (Larry); Connie Ray (Vicki); Harry Groener, Mark Venhuizen, Cheryl Hamada, Matt Winston, Melissa Hanna.
Sinopsis: Un agente de seguros recién jubilado pierde a su esposa y decide ir hasta Denver para visitar a su hija, que en breve contraerá matrimonio.
Si Election supuso un gran espaldarazo para la carrera de Alexander Payne, A propósito de Schmidt fue la cinta que le llevó al selecto club de directores importantes del cine estadounidense. En esta película aparecen casi todos los signos distintivos de Payne como autor, un estilo propio que emerge pese a que el guión adapta una novela de Louis Begley. Las críticas y el favor de las taquillas acompañaron a esta singular comedia dramática, que tiene bastante más de lo segundo que de lo primero.
En esencia, A propósito de Schmidt es el drama de un hombre que, en el otoño de su vida, descubre que su existencia, en apariencia feliz, carece de sentido. Es lo que ocurre con la gran mayoría de las vidas, sean o no conscientes de ello sus protagonistas, pero en el caso de Warren Schmidt se da la circunstancia de que, quien no le conociera, le creería en paz e incluso le consideraría digno de envidia… y que en realidad nadie le conoce, ni siquiera la persona con la que lleva casado más de cuarenta años. Para muchos hombres que han estado trabajando sin pausa desde la adolescencia hasta la jubilación, ésta constituye una especie de muerte en vida, un nuevo comienzo a una edad imposible que, entre otras cosas, permite a su protagonista ver con cierta claridad cómo será el mundo cuando deje de formar parte de él. Y lo que ve Warren Schmidt es aterrador: con su esposa, que fallece de forma repentina, le unía la pura inercia, más que un amor verdadero, aunque no tarda mucho en añorarla de forma sincera; en la empresa en la que trabajó durante más de cuarenta años parecen desenvolverse muy bien sin él, y su hija, que vive lejos y está a punto de casarse con un patán importante, es poco más que una extraña consanguínea. Impedir ese matrimonio se convierte para Warren en algo primordial, sobre todo cuando descubre que, muchos años atrás, su mujer le engañó con su mejor amigo. Con ello, el recién jubilado asimila que en su lugar de residencia no le queda nada, y por ello decide lanzarse a la carretera con la intención de evitar que su hija cometa el mayor error de su vida. Finalmente, Warren hallará un sentido a su existencia gracias a un niño africano al que decidió apadrinar días después de jubilarse. El anciano envía, junto a su contribución económica mensual al sustento del muchacho, unas cartas de índole personal en las que pasa de ofrecer una versión idealizada de sí mismo a ir dejando cada vez más espacio a la honestidad. Es ahí donde vemos lo que se cuece en la mente de ese hombre envejecido y desorientado.
¿Comedia? De las más tristes que recuerdo, pero sí, porque Payne añade gotas de humor por doquier, en especial cuando el protagonista llega a Denver y alterna con la familia de su futuro yerno, formada por el susodicho, un ser noble pero con menos luces que el ojete de un reno; su madre, una especie de gurú con un apetito sexual nada acorde con su edad y físico; su padre, un sujeto castrado por su esposa al que sólo le queda su fina oratoria, y su hermano, un treintañero al que parece que le dio un aire al nacer y no se ha recuperado del todo. Las escenas de la cama de agua y el jacuzzi son muy divertidas, pero aquí también Payne mete el puyazo al espectador, porque Warren trata hasta el último momento de evitar el enlace, pero al final desiste de hacerlo (su discurso tras la boda es un inconmensurable ejercicio de hipocresía) por dos razones muy tristes: porque comprende que sus esfuerzos resultarán inútiles, y porque el principal motivo de su resistencia (que su única hija merece compartir su vida con alguien mejor que el patán de Randall) es más amor de padre que pura realidad.
En la puesta en escena, esta película destaca por una característica que, en multitud de films, sería un defecto: que no sobresale por nada. A propósito de Schmidt es una obra sobre la mediocridad, así que Payne adecúa la estética al discurso: Warren Schmidt son millones de personas, y por eso la escenografía o el vestuario podrían ser los de cualquier hogar de clase media de la Norteamérica central: grises, y con más pretensiones que verdadero buen gusto. Payne hace cine cuidándose de que no lo parezca, lo cual aquí es una virtud. Que hay olfato, lo demuestra el hecho de que el aspecto técnico que más brilla sea el montaje.
Y con Alexander Payne llegó el momento en el que Jack Nicholson lo bordó en una comedia sin echarlo todo a perder con su propensión al histrionismo. De acuerdo en que se trata de una comedia que no es tal, pero una vez más se demuestra que, si está bien dirigido, Nicholson ofrece un nivel que pocos actores son capaces de alcanzar, Véase su plano final, si son necesarias mayores comprobaciones. Hope Davis, una actriz que por entonces vivía una buena racha en el cine y que ha terminado dedicándose casi en exclusiva a la televisión, hace una buena interpretación, pero lejos del gran protagonista de la película. Quienes sí se acercan a esas alturas son una adorable June Squibb y, sobre todo, una brillantísima Kathy Bates, aunque Dermot Mulroney tampoco desentona.
Gran película, tragicómica y con poso amargo, como la vida misma. Aquí están la vejez, los viajes como medio de reencontrarse con uno mismo o el choque entre los planes y la realidad, temas muy propios de un Alexander Payne que nunca estuvo más inspirado.