DOG EAT DOG. 2016. 93´. Color.
Dirección: Paul Schrader; Guión: Matthew Wilder, basado en la novela de Edward Bunker; Dirección de fotografía: Alexander Dynan; Montaje: Benjamin Rodríguez Jr.; Música: We Are Dark Angels; Diseño de producción: Grace Yun; Dirección artística: Dins W.W. Danielsen; Producción: David Hillary, Gary Hamilton, Brian Beckmann y Mark Earl Burman, para ADME Studios-Pure Dopamine-Arclight Films-Blue Budgie Films Limited (EE.UU.).
Intérpretes: Nicolas Cage (Troy); Willem Dafoe (Mad Dog); Christopher Matthew Cook (Diesel); Paul Schrader (El Griego); Omar J. Dorsey (Moon Man); Reynaldo Gallegos (Chepe); Louisa Krause (Zoe); Chelcie Melton (Sheila); Magi Ávila (Niñera); Jeff Hilliard, Ali Wasdovich, Louis Pérez, Melissa Bolona, Chelsea Mee, Nicky Whelan, James Seward.
Sinopsis: Tres ex-presidiarios, criminales de poca monta, reciben el encargo de secuestrar al bebé de un mafioso para obligar al gángster a pagar una deuda.
Paul Schrader es uno de esos cineastas cuyas películas son interesantes, incluso cuando la cagan. Eso fue lo que hizo, de acuerdo a la opinión mayoritaria, en Como perros salvajes, ejercicio de cine de gángsters contemporáneo que no logró la indulgencia general pese a que el propio director calificó el film como «un divertimento entre colegas» para subrayar la falta de pretensiones de una obra en la que Schrader renunció a la condición de guionista y se limitó a rodar material literario ajeno, en este caso basado en una novela de Edward Bunker, delincuente, escritor y figura célebre por haber interpretado al Señor Azul en Reservoir dogs, film que a su vez asumía diversos aspectos del particular microcosmos de Bunker. Volviendo a Dog eat dog, diré que me parece una película imperfecta, pero en absoluto mala.
Este thriller de espíritu pulp exige para su disfrute que el espectador se guarde sus complejos para el mundo exterior y se ponga en la piel del trío de perdedores que lo protagoniza. Hablamos de un grupo de hampones de tres al cuarto, que han dado con sus huesos en la cárcel en más de una ocasión y tienen más de desecho social que de verdaderos enemigos públicos, porque hasta para eso hay que valer. Al primero que conocemos, en una secuencia que sólo puedo calificar de brillante por su costumbrismo trash y su humor negro, es a Mad Dog, un politoxicómano sin blanca y de estomagante verborrea que comete un doble crimen sólo porque existe gente horrorosamente cursi que no entiende que el visionado de porno por internet es algo imprescindible para la supervivencia en estos tiempos. El líder del grupo, no obstante, es Troy, un tipo de buena familia que optó por el lado salvaje de la vida, sin demasiado éxito. A su lado siempre está Diesel, un forzudo que adora la acción tanto como el silencio. Los tres viven de pequeños golpes con los que sufragarse, mal que bien, sus muchos vicios, hasta que Troy recibe un encargo arriesgado, pero económicamente jugoso: deben secuestrar al hijo recién nacido de un mafioso que se niega a satisfacer la deuda que contrajo con otro pez gordo de los bajos fondos. Lo que vemos a continuación es cómo se prepara el cóctel de torpeza y mala suerte que hará que todo salga mal.
Ni de Edward Bunker ni de Matthew Wilder, encargado de la adaptación de la novela, podemos esperar el más mínimo asomo de sutileza. Schrader tampoco es cineasta de medias tintas, y aquí renuncia a su reconocida austeridad en la puesta en escena, fruto de su herencia calvinista, y opta por un estilo más acorde con el material adaptado: delirios psicotrópicos y ese colorismo decadente tan típico de las zonas menos glamourosas del mundo del crimen, esas en las que a los trajes de los gángsters se les adivinan los lamparones, las strippers se exhiben en la barra entre raya y raya y los negocios se hacen en los reservados de prostíbulos de medio pelo, pero con pretensiones. La ciudad retratada de esa manera es Cleveland, famosa por carecer de encanto, así que todo cuadra. El casi debutante Alexander Dynan hizo un buen trabajo, y Schrader optó por relajarse y disfrutar, lo que no es mala cosa. Es cierto que la película va de más a menos (empieza bastante alto, eso sí), y que el final no es todo lo satisfactorio que debiera, pero hablamos de un film vigoroso que no aburre, ni flaquea de manera ostensible.
El carácter de broma chusca entre colegas que tiene la película se extiende al reparto, encabezado por un buen Nicolas Cage, más contenido de lo que suele, en su segunda colaboración consecutiva con un Paul Schrader que se reserva para sí el papel de un matón local, que interpreta de forma efectiva. El mejor del elenco es un impagable Willem Dafoe, que hace que las escenas en las que aparece su personaje sean las mejores. Christopher Matthew Cook no es un gran actor, pero como su papel tampoco exige demasiado despliegue, pues da el pego. Buena interpretación de Reynaldo Gallegos, así como de Louisa Krause y Nicky Whelan, algo más que un bello rostro llegado de las antípodas.
Un entretenimiento desacomplejado y violento, que cumple con su objetivo y resulta satisfactorio para quienes participen de sus códigos. Sin ser una maravilla, sí es mejor película de lo que se ha dicho, sin duda alguna.