KUNDUN. 1997. 134´. Color.
Dirección: Martin Scorsese; Guión: Melissa Mathison; Director de fotografía: Roger Deakins; Montaje: Thelma Schoonmaker; Música: Philip Glass; Diseño de producción: Dante Ferretti; Dirección artística: Alan R. Tomkins (Supervisión); Producción: Barbara De Fina, para De Fina/Cappa- Touchstone Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Tenzin Thuthob Tsarong (Dalai Lama adulto); Gyurme Tethong (Dalai Lama a los 12 años); Tulku Jamyang Kunga Tenzin (Dalai Lama a los 5 años); Tenzin Yeshi Paichang (Dalai Lama a los 2 años); Tencho Gyalpo (Madre); Tenzin Topjar (Lobsang niño); Tsewang Migyur Khangsar (Padre); Tenzin Lodoe (Takster); Sonam Phuntsok (Reting Rinpoche); Gyatso Lukhang (Chambelán); Robert Lin (Mao Tse-Tung); Losang Gyatso, Lobsang Santen, Jigme Tsarong, Ben Wang, Tenzin Trinley, Jamyang Tenzin, Henry Yuk, Ngawang Kaldan, Jurme Wangda.
Sinopsis: A finales de los años 30, un niño tibetano es considerado la reencarnación del Dalai Lama, por lo que la criatura y su familia son trasladadas a Lhasa, la capital del país, para que el joven inicie su formación como líder religioso.
Después del estreno de una de sus obras más universalmente aclamadas, Casino, Martin Scorsese dio un giro radical para volver sobre los pasos dados con La última tentación de Cristo, primero de sus films en los que el fenómeno religioso ocupa un lugar central. Kundun fue el segundo de ellos, y aquí el director neoyorquino plasmó sus inquietudes espirituales a partir de la narración de la vida del decimocuarto Dalai Lama, bajo cuyo mandato se produjo la invasión del Tíbet por parte de la República Popular China. El viraje no gustó a los fans de Scorsese ni consiguió el consenso crítico que necesitaba, por lo que la incursión del cineasta italoamericano en el budismo fue un fracaso económico sin paliativos.
Hay quienes consideran que Kundun no es mucho más que un lujoso publirreportaje del actual Dalai Lama. Aunque hay algo de eso, considero que semejante análisis es simplista y fruto de la pereza mental de quienes lo realizan. Por un lado, es lógico que un autor tan marcado por el hecho religioso como Martin Scorsese esté interesado en el budismo, por lo que era uno de los directores occidentales más adecuados para hacer esta película, sino el que más. Otra cosa es que el guión caiga en las dos trampas más habituales en las autobiografías: parcialidad y autocomplacencia. Esto hace que la primera parte de la película, en la que se narra la conversión del hombre nacido Jetsun Jamphel Ngawang Lobsang Yeshe Tenzin Gyatso en el decimocuarto Dalai Lama, título que le fue concedido en 1940, cuando contaba con apenas cinco años de edad, sea narrativamente premiosa, con poco más atractivo para el espectador no iniciado en este credo que el exotismo de todo el proceso. No es hasta que los comunistas se hacen con el gobierno chino y empiezan a dar cuerpo a sus pretensiones de anexionarse el Tíbet cuando la narración adquiere nervio y nos ofrece una visión distinta de un país idealizado por muchos en Occidente. Más allá de las zafias hipérboles características de la propaganda, que el maoísmo utilizó con profusión en este asunto, si decimos que el Tíbet independiente era una nación anclada en el Medievo que, como todas las sociedades teocráticas, ofrecía a los pobres más rezo y resignación que pan y progreso, no nos equivocamos demasiado. Con esto no justifico una invasión que la película, sin caer en el maniqueísmo extremo de presentar una Arcadia aplastada por la bota militar, lo que sería un insulto a la inteligencia del espectador con criterio que, por otra parte, Hollywood acostumbra a proferir cuando se pone comprometido, condena de manera abierta. A Scorsese, con todo, le interesa la vertiente espiritual del conjunto, la idea de hallar la paz mirando en el interior de uno mismo y la práctica de la no violencia. Mis reparos en este punto son de índole personal, porque, aunque coincido con Schopenhauer o Nietzsche en que el budismo es la menos nociva de las religiones mayoritarias, no oculto que mis ideas sobre la religión coinciden en la práctica con las expresadas por el líder comunista chino Mao Tse-Tung en una de las escenas más recordadas de la película. Esto, obviamente, me aleja del mensaje de un director siempre pródigo en inquietudes metafísicas.
Hasta aquí, mis reparos filosófico-literarios sobre Kundun, porque en lo puramente cinematográfico, a excepción de la mencionada lentitud de la primera parte del film, no tengo ninguno. Visualmente, Kundun es la obra de un talento fuera de serie. Si las escuelas de cine sirven para algo, es para explicar películas como esta desde el punto de vista técnico, porque en cada plano, en cada movimiento de cámara y en cada aspecto de la puesta en escena se unen el preciosismo y una perspectiva global sobre lo que se quiere contar sólo al alcance de los grandes maestros del cine, categoría a la que Martin Scorsese lleva perteneciendo desde los años 70. Quien encuentre paralelismos entre la huida del Dalai Lama hacia la frontera india con el vía crucis de Cristo camino del Gólgota no andará desencaminado, y sabrá valorar la fuerza de un artista obsesionado con la búsqueda de la trascendencia. La belleza de las imágenes conmueve a aquellos dotados de sensibilidad, y escenas como la del sueño sangriento del Dalai Lama se incluyen entre las más excelsas estéticamente de toda la filmografía de Scorsese. La escenografía de Dante Ferretti es, una vez más, complicada de mejorar, y el compositor Philip Glass brinda uno de sus mejores trabajos para el cine.
En pos de la autenticidad, y jugando en contra del atractivo comercial de la propuesta, Scorsese se decantó por un reparto formado por actores tibetanos, casi todos ellos no profesionales, siguiendo la estela de su admirado Rossellini. En cuanto a darle verosimilitud a la historia, la eficacia del resultado es incuestionable, pero justo es reconocer que las interpretaciones, empezando por la del actor que da vida al Dalai Lama adulto, Tenzin Tuthob Tsarong, no son nada del otro mundo. Únicamente los actores chinos, que aparecen en la última parte del metraje, reunían cierto bagaje previo, y la verdad es que se nota, porque las interpretaciones de Kim Chan como general, o de Robert Lin como el líder supremo del comunismo chino Mao Tse-Tung son de lo más solvente de un elenco más aplicado que brillante.
Parafraseando el conocido chiste de Los Soprano, me gusta Kundun, porque es una película valiente y visualmente fascinante, aunque no redonda. Le falta el empaque literario que sí tenía el anterior filme religioso de Scorsese, aquí sustituido por una versión demasiado oficial del budismo tibetano.