GUESS WHO´S COMING TO DINNER. 1967. 108´. Color.
Dirección: Stanley Kramer; Guión: William Rose; Dirección de fotografía: Sam Leavitt; Montaje: Robert C. Jones; Música: Frank DeVol; Diseño de producción: Robert Clatworthy; Producción: Stanley Kramer, para Columbia Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Spencer Tracy (Matt Drayton); Sidney Poitier (John Wade Prentice); Katharine Hepburn (Christina Drayton); Katharine Houghton (Joey Drayton); Cecil Kellaway (Monseñor Ryan); Beah Richards (Sra. Prentice); Roy E. Glenn, Sr. (Sr. Prentice); Isabel Sanford (Tillie); Virginia Christine (Hilary); Alexandra Hay, Barbara Randolph, D´Urville Martin, Tom Heaton, Grace Gaynor, Skip Martin, Jacqueline Fontaine.
Sinopsis: Una joven acude a visitar a sus padres para presentarles a su novio, un médico de raza negra.
Adivina quién viene esta noche es, casi con total seguridad, la última gran película dirigida por Stanley Kramer, célebre productor que en los años 50 se pasó a la realización, y lo hizo con singular fortuna. Tras la poderosa, aunque excesiva, El barco de los locos, Kramer abordó el tema del racismo en la sociedad estadounidense en pleno apogeo de la lucha por los derechos civiles, y triunfó por todo lo alto. La película ganó dos Óscars y se ha ganado una reputación de clásico imperecedero con la que sólo puede competir, dentro de la filmografía de su autor, Vencedores o vencidos, la obra maestra de un cineasta de incuestionable ideología progresista y muy buen conocedor del poder del cine como espectáculo de masas.
Alguien dijo una vez, dando prueba de gran sabiduría, que a un liberal de verdad se le distingue porque en la vida tolera todo aquello que dice tolerar. De eso, de la diferencia entre las ideas abstractas acerca de un tema candente y su plasmación en la realidad, y también de la urgencia de que en los Estados Unidos de América se aceptara la igualdad entre las distintas razas, va Adivina quién viene esta noche, film en el que Kramer se acerca a uno de esos grandes temas que tanto le atraían desde una perspectiva más ligera que en otras de sus obras. Quizá por ello, esta película sobre el amor interracial haya envejecido tan bien. Como suele suceder en el cine de Stanley Kramer, la puesta en escena es bastante teatral, aunque el director tiene aquí la suerte de apoyarse en un guión magnífico, escrito por William Rose. A través de él, vemos el impacto que genera en una madura pareja de intelectuales progresistas (él, director de un periódico liberal; ella, responsable de una galería de arte) la noticia de que su hija veinteañera se ha enamorado, de manera tan profunda como repentina, de un eminente médico que tiene catorce años más que ella y que, además, no pertenece a su misma raza. Matt y Christina, que tales son los nombres de los progenitores de la apasionada muchacha, no son unos hipócritas, pero aun así no ven claro eso de que su hija se haya enamorado de un negro y quiera casarse con él, porque saben que gran parte de la sociedad rechaza esa clase de relaciones. El libreto es fantástico en cuanto a la caracterización de personajes, pero también, y sobre todo, en subrayar la importancia de las convenciones sociales en nuestros comportamientos y actitudes. William Rose sabe que lo que piensen de nosotros nos importa mucho incluso a quienes nos importa poco, y su guión es magistral a la hora de tratar esta cuestión. Matt y Christina Drayton, superado el pasmo inicial, asumen la situación desde una perspectiva práctica (en el caso de él) o romántica (por lo que respecta a la esposa), pero siempre civilizada. Son otros personajes quienes, con sus actitudes, ponen en aviso a los enamorados respecto a lo que se van a encontrar en el mundo real: Hilary, la mano derecha de Christina en la galería, es incapaz de ocultar su repugnancia ante esa unión interracial, mientras que a Tillie, la asistenta negra de los Drayton, le escandaliza que alguien de su raza se posicione en el mismo escalón que los blancos. Mientras, los padres del novio asumen respecto al romance de su hijo una postura muy similar a la de sus anfitriones, y un viejo sacerdote amigo de estos asume con regocijo el signo de normalización que supone lo que sucede en casa de los Drayton. Se le puede achacar a la película que al final asuma una postura complaciente típica del liberalismo hollywoodiense de mansión con piscina, pero en general, Adivina quién viene esta noche es excelente en lo literario.
Como ya se ha señalado con anterioridad, a la labor de dirección de Stanley Kramer quizá le falte desasirse un poco del envoltorio claramente teatral del film, que fluye de forma grácil también por su acertado montaje, pero al que le falta un tratamiento más rompedor en la filmación de los diálogos entre los personajes y de las posibilidades dramáticas de los espacios cerrados. Kramer, como artista inteligente que era, se supo rodear muy bien: Sam Leavitt, que no en vano era el cameraman favorito de Otto Preminger, firma un trabajo a la altura de los mejores que hizo en color, y la música de Frank DeVol, compositor de cabecera de otro cineasta de prestigio como el muy admirado en este blog Robert Aldrich, demuestra por qué este músico vivía sus mejores años en lo profesional.
Adivina quién viene esta noche fue la última aparición en pantalla de uno de los mejores actores del cine norteamericano de todos los tiempos, Spencer Tracy, y también es una de sus más brillantes interpretaciones. Quien quiera saber cómo se consigue grandeza desde la sencillez dando vida a un personaje, que estudie bien la labor de Tracy en esta película, y que vea muchas veces ese conmovedor discurso final que es a la vez un glorioso testamento. Le acompaña la mujer con quien formó una de las más míticas parejas de Hollywood, Katharine Hepburn, magnífica, pero que tal vez se exceda un tanto en mostrar su faceta más sensible, rasgo que hago extensivo a otra actriz cuya labor en este film fue muy elogiada, Beah Richards. Sidney Poitier hace una interpretación imponente que quizá se vea un tanto eclipsada entre la magnificencia de los veteranos, y la debutante Katharine Houghton, sobrina de Hepburn en la vida real e intérprete cuya carrera cinematográfica no fue nunca la máxima prioridad de su vida, aguanta bien el tipo como joven enamorada. Muchos elogios merece el desempeño de otro veterano, Cecil Kellaway, en la piel de un entrañable, e improbable, sacerdote. Por último, convincente Roy E. Glenn, y fantástica Isabel Sanford en un personaje que ilustra a la perfección esa frase en la que Pío Baroja dijo que la naturaleza no sólo hace al esclavo, sino que le da el espíritu de la esclavitud.
Una joya, esta película a la que su guión, su sobresaliente reparto y su, por desgracia, todavía muy actual temática, otorgan justamente la calificación de clásico del cine.