… AND JUSTICE FOR ALL. 1979.117´. Color.
Dirección: Norman Jewison; Guión: Valerie Curtin y Barry Levinson; Dirección de fotografía: Victor J. Kemper; Montaje: John F. Burnett; Música: Dave Grusin; Dirección artistica: Peter Samish; Diseño de producción: Richard MacDonald; Producción: Norman Jewison y Patrick Palmer, para Columbia Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Al Pacino (Arthur Kirkland); Jack Warden (Juez Rayford); John Forsythe (Juez Fleming); Lee Strasberg (Abuelo); Jeffrey Tambor (Jay Porter); Christine Lahti (Gail Packer); Sam Levene (Arnie); Robert Christian (Ralph Agee); Thomas Waites (Jeff McCullaugh); Larry Bryggman (Warren Fresnell); Craig T. Nelson (Fiscal Bowers); Dominic Chianese (Carl); Victor Arnold, Vincent Beck, Michael Gorrin, Baxter Harris, Teri Wootten.
Sinopsis: Un abogado idealista debe defender a un juez al que detesta, que ha sido acusado de violación.
Norman Jewison reverdeció no muy antiguos laureles con Justicia para todos, drama judicial muy de su época que ha quedado como la última obra importante del director canadiense hasta que, justo dos décadas después, estrenó Huracán Carter. Lo cierto es que las dos películas anteriores de Jewison, Rollerball y F.I.S.T. fueron éxitos discretos, aunque la primera de ellas se ha ganado con justicia el calificativo de obra de culto. Con Justicia para todos, Jewison regresó de manera efímera a las grandes ligas, logrando dos nominaciones a los Óscar con un film que, desde el punto de vista político, navegaba a contracorriente en unos Estados Unidos a punto de hacer inquilino de la Casa Blanca a Ronald Reagan.
La película, basada en un guión escrito por Valerie Curtin y su entonces pareja, el futuro director de éxito Barry Levinson, describe el sistema judicial estadounidense, o más bien sus disfunciones, desde un punto de vista abiertamente liberal, en el que se pone en primer plano una problemática que dista mucho de ser exclusivamente norteamericana y que no puede decirse que haya mejorado desde que se estrenó este film de denuncia: la falta de equidad, por no decir la perversión original, de un sistema que protege a quienes conocen sus recovecos y saben moverse en el laberinto legal, y en cambio acostumbra a ser inmisericorde con quienes, como moscas en una telaraña, quedan atrapados en él. La obra comienza con la voz de unos niños recitando las últimas palabras del juramento a la bandera de los Estados Unidos, mientras en pantalla vemos imágenes de la sede de un palacio de justicia. Los artífices de la película tienen una tesis, y vuelcan todas sus energías en demostrarla. Dicha tesis es que, de esas palabras recitadas por voces infantiles («juro lealtad a la bandera de los Estados Unidos de América y a la república que representa: una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos»), las últimas cuatro son una gigantesca mentira. La mencionada tesis se articula a través de la figura de Arthur Kirkland, un abogado idealista que cree en la justicia y se preocupa por sus clientes, quienes, como él, vienen de la clase baja. Cualquiera que tenga unas mínimas mociones de lo que es el Derecho sabe que la ley y la justicia no sólo no son la misma cosa, sino que muchas veces ni siquiera se llevan bien, pero Kirkland es de esos letrados excepcionales que creen que los débiles merecen ser tratados con respeto. En defensa de sus clientes, entre los que se encuentran un transexual de raza negra, un empresario mujeriego y un joven que se enfrenta a la cárcel por haber sido confundido con otra persona de su mismo nombre, Arthur se enfrenta a fiscales, a jueces y a comités deontológicos que están más para lavar las vergüenzas del sistema sin salpicar a nadie con poder, que para alejar la corrupción de las sedes judiciales. He aquí que, cuando el más estricto de los jueces con los que Kirkland debe lidiar a diario es acusado de violación, el hombre no tiene otra idea que encargar su defensa a ese abogado díscolo.
¿Justicia para todos es maniquea? Mucho, pero está lejos de ser idiota, o de tratar a su público como si lo fuera. Esos poderosos que se creen por encima del bien y del mal, y acaban por estarlo gracias a la podredumbre del sistema, esos desgraciados a quienes se les jode la vida por delitos menores, o ni eso, esos fiscales ansiosos de notoriedad o esos jueces tocados del ala existen en realidad, en los Estados Unidos, en España y en Singapur. Sólo se necesita no mirar hacia otro lado para verlos. El romance entre Kirkland y Gail Packer, que forma parte del comité de ética, no aporta demasiado al conjunto, que está filmado a mi entender de un modo demasiado televisivo, pero a pesar de estos defectos, la película funciona realmente bien, por la fuerza de su historia (de sus historias, para ser más precisos, porque se tiene la habilidad de no centrarlo todo en el caso del juez fascistoide acusado de violación, optándose por ofrecer un fresco más completo de un sistema fallido) y porque Jewison, a diferencia de otros compañeros de generación como Pollack o Pakula, dirige con brío y sabe que las denuncias entran mejor si por el camino el espectador no se te amodorra. Otro acierto es que el clímax de la película, que no es otro que el episodio del juzgador juzgado, no ocupa demasiado metraje. Aplaudo también los diversos momentos humorísticos, en especial porque la película se encarga de mostrar que esas disfunciones del sistema dejan de tener gracia cuando le afectan a uno directamente. Las únicas risas sinceras son las que sueltan Arthur y dos de sus colegas en el lavabo de caballeros, al descubrir que Míster Látigo (sé que, para quienes hayan visto la película, este es un chiste malo, pero a día de hoy los chistes malos tienen no poco valor) está acusado de violación. En su tramo final, el film se deja de sonrisas, y también de sutilezas, para acabar siendo un drama puro en el que los aspectos técnicos están resueltos de forma rutinaria y apenas cabe destacar en ellos la pegadiza banda sonora de Dave Grusin.
Creo que Al Pacino es uno de los mejores actores que han visto mis ojos, y que su interpretación a las órdenes de Jewison es espléndida, pero no perfecta, porque en dos escenas, precisamente en las dos en las que su personaje revienta, superado por las circunstancias (hablo del desenlace del cliente transexual y del juicio con el que concluye la película), Pacino cae en la sobreactuación después de haber ofrecido momentos gloriosos, como su declaración ante el comité de ética o las escenas que comparte con uno de sus maestros, el gran Lee Strasberg, que da vida al abuelo (padre, en realidad) del protagonista, un hombre en la etapa final de su vida y aquejado de demencia senil. Jack Warden hace una gran interpretación en el rol de juez con tendencias suicidas, y lo mismo cabe decir de John Forsythe, cuyas escenas junto a Pacino, en especial la que tiene lugar en el invernadero, son eléctricas. Christine Lahti es una buena actriz, aquí desaprovechada en parte a causa de un papel poco desarrollado. Craig T. Nelson me parece pasado de vueltas, y quien lo borda es Jeffrey Tambor, que hace uno de sus mejores papeles en la gran pantalla en la piel del socio de Kirkland, un abogado que no ha perdido la conciencia y que, por ello, lo que pierde es el oremus. Ah, y muy bien Dominic Chianese.
Me gustaría decir que Justicia para todos ha envejecido mal, porque eso significaría que la justicia ha mejorado en estos años, pero hoy la película es más actual que cuando se rodó, Con sus errores, era muy buena entonces, y sigue siéndolo ahora.