WINCHESTER´73. 1950. 92´. B/N.
Dirección: Anthony Mann; Guión: Robert L. Richards y Borden Chase, basado en una historia de Stuart N. Lake; Dirección de fotografía: William H. Daniels; Montaje: Edward Curtiss; Música: Walter Scharf; Dirección artística: Bernard Herzbrun y Nathan Juran; Producción: Aaron Rosenberg, para Universal Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: James Stewart (Lin McAdam); Shelley Winters (Lola Manners); Stephen McNally (Dutch Henry Brown); Dan Duryea (Waco Johnny Dean); Millard Mitchell (High Spade); Charles Drake (Steve Miller); John McIntire (Joe Lamont); Will Geer (Wyatt Earp); Jay C. Flippen (Sargento Wilkes); Rock Hudson (Toro Joven); John Alexander (Jack Riker); Steve Brodie, James Millican, Abner Biberman, Tony Curtis, James Best, Ray Teal.
Sinopsis: En Dodge City se organiza un concurso cuyo premio es un rifle Winchester 73, el más preciso fabricado hasta la fecha. Un forastero, Lin McAdam, resulta vencedor, pero ve cómo el forajido al que persigue le roba el arma y huye con ella.
La primera colaboración entre Anthony Mann y James Stewart fue, a decir de muchos, una de las mejores. El director transitaba raudo el sendero que iba a llevarle desde la serie B al firmamento de Hollywood, y en este punto del camino se cruzó con una gran estrella como Stewart, en un encuentro que resultó ser muy positivo para ambos en lo artístico, y que primeramente se tradujo en Winchester 73, western clásico fundamental para todos los amantes del género, y para los cinéfilos de cualquier condición.
Pocas cosas faltan en este guión coescrito por Robert L. Richards y todo un clásico del cine del Oeste como Borden Chase, pues en él se dan cita, sin atropellos, los grandes símbolos del género: el héroe que busca venganza, la cabaretera de buen corazón, los pieles rojas, la caballería yanqui, un mito como Wyatt Earp y, desde luego, los forajidos que deben sufrir su justo castigo. Aquí, eso sí, su perseguidor no es un pistolero solitario cuya vida depende de ser capaz de desenfundar su revólver más deprisa que sus enemigos, sino un tipo honesto y de maneras civilizadas, que cabalga en compañía de un amigo inseparable y cuya venganza tiene su origen en cuestiones de índole muy íntima. Una vez concluida la secuencia-eje del film, que se desarrolla en Dodge City y culmina con la victoria de Lin McAdam en el concurso de tiro y con la sustracción del premio, un codiciado rifle Winchester 73, precisamente a manos del malhechor cuya pista le ha llevado hasta esa mítica población, en la película se alternan de manera muy sabia las distintas fases de la persecución que se establece entre Lin McAdam y Dutch Henry Brown, con la propia historia del rifle, que va pasando por distintas manos hasta acabar en las de su legítimo propietario.
Mann factura un vibrante western, en el que se suceden las escenas de calidad sin desfallecer ni por un instante, ni descuidar el perfil psicológico y humano de unos personajes que se sitúan un punto más allá del arquetipo. En su concepción, y también en su presupuesto, Winchester 73 puede pertenecer a la serie B, pero tiene aliento de obra mayor. No sé si Mann pretendía hacer una obra de arte, porque su estilo era más de profesional altamente cualificado en la línea de Ford, Hawks o Walsh, pero lo cierto es que la planificación y resolución de las escenas, la bella fotografía en blanco y negro, la sencilla complejidad de la historia y el aire épico de las siluetas de los jinetes marcadas en el horizonte llevan al espectador a encontrarse con todo aquello que ha hecho del western el género que encarna la mitología norteamericana por excelencia. Quizá la cuestión india, como era habitual en la época, sea tratada con ligereza, pero pocos defectos más encuentro en un film de trazo fino, en el que no hay lugar para la ambigüedad moral (épica obliga) y sí para que la abundancia de escenas de acción no suponga descuido de la parte literaria. Quizá por cuestiones presupuestarias, se recurre a temas de archivo en la parte musical, a excepción de los créditos iniciales, obra de Walter Scharf, pero el resultado está muy conseguido, ofreciendo el aliento épico necesario.
James Stewart vuelve a brillar como héroe con una misión a cumplir y regido por unos sólidos valores morales, que hacen que su sed de venganza no se traduzca en un proceso de mimetización con el objeto de su búsqueda. Este legendario actor siempre supo, y no sólo al western me refiero, lograr que sus personajes pudieran ser de una sola pieza, pero no de una sola capa, dotarles de una rica simplicidad que, en parte por su labor, se palpa aquí en toda la película. Shelley Winters, actriz de mucho talento, da vida a un personaje que tiene varios puntos en común con el que interpreta Claire Trevor en La diligencia, y lo hace con una mezcla de fortaleza y vulnerabilidad que otorga a esa mujer maltratada pero noble una dimensión simbólica, en la medida en la que encarna a quienes, siendo despreciados por su condición social, poseen nobleza interior. Dan Duryea, actor de grandes momentos en el cine negro, mejora el film en cuanto su personaje entra en escena con su indudable buen hacer. Stephen McNally incorpora con buenas maneras a un villano de manual, quizá falto en el libreto de una mayor complejidad, y Millard Mitchell está muy correcto como compañero inseparable del protagonista. Mención especial para el trabajo de un secundario de lujo como Jay C. Flippen, aquí en el rol de veterano sargento de caballería. Will Geer interpreta a un Wyatt Earp a quien el film nos presenta como un ya maduro y bonachón guardián de la ley. Dejo para el final la presencia en el reparto de dos jóvenes muy en alza: Rock Hudson, como improbable jefe indio, y Tony Curtis.
Western imprescindible, de los que los amantes del género jamás se cansan de ver. Si los años 50 fueron la década del western, se debe a películas como Winchester 73.