EL MALVADO CARABEL. 1956. 81´. B/N.
Dirección: Fernando Fernán Gómez; Guión: Manuel Suárez Caso y Fernando Fernán Gómez, basado en una novela de Wenceslao Fernández Flórez; Dirección de fotografía: Ricardo Torres; Montaje: Rosa Salgado; Música: Salvador Ruiz de Luna; Decorados: Eduardo Torre de la Fuente; Producción: Eduardo Manzanos, para C.E.A.-Unión Films (España).
Intérpretes: Fernando Fernán Gómez (Amaro Carabel); María Luz Galicia (Silvia); Rafael López Somoza (Gregorio); Julia Caba Alba (Tía Alodia); Manuel Alexandre (Solá, el estomatólogo); Joaquín Roa (Cardoso); Charito García Ortega (Sra. de las modelos); Xan das Bolas (Bedel); Carmen Sánchez, Fernando R. Molina, Julio Goróstegui, Aníbal Vela, José María Gavilán, Ángel Álvarez, Antonio García Quijada, Lis Rogi.
Sinopsis: Carabel, un hombre cualquiera, pierde en un mismo día la novia y el empleo. Viendo que los malos son los que prosperan, decide probar con la delincuencia.
El segundo largometraje dirigido en solitario por Fernando Fernán Gómez, y primero que obtuvo una cierta repercusión, fue El malvado Carabel, adaptación de una novela de Wenceslao Fernández Flórez que ya había sido llevada al cine por Edgar Neville poco antes de que España se convirtiera en un campo de batalla. La película es considerada hoy como un preludio de varias de las obras mayores que firmó Fernán Gómez en los años siguientes.
Con la predisposición que demuestra gran parte de la especie humana para la maldad, no hay duda de que el retrato de un hombre que quiere ser malo y se da poca traza en la tarea tiene muchos números para ser divertido. Y así sucede, porque Amaro Carabel, protagonista de esta historia, es un ser entrañable de puro vulgar, una de esas personas a las que todo el mundo toma por gilipollas por el simple motivo de que sólo busca llevar una vida razonablemente feliz sin hacer daño a nadie. Pero un escaso sueldo y un largo noviazgo, aderezado con una futura suegra machacona, aprietan mucho, y Carabel hace algo que ningún otro empleado de la inmobiliaria para la que trabaja se ha atrevido a hacer jamás: pedir un aumento de sueldo. Los jefes de la empresa optan, como dictan los cánones del buen patrón, por ignorar la demanda de un asalariado tan modélico como inofensivo, y claro, la novia empieza a perder la paciencia al comprobar que va a casarse con un tieso y un pusilánime, y empieza a dejarse querer por un estomagante estomatólogo, sujeto con mayor decisión y, qué duda cabe, mayores posibles que el sufrido Carabel, que, para colmo, comete un traspiés con un cliente de la inmobiliaria por esa costumbre suya de ser honrado, y se encuentra de patitas en la calle. Su prometida, dadas las circunstancias, decide romper el noviazgo y a Carabel le asalta una gran verdad: que, en este mundo de locos, la maldad suele ser un ingrediente imprescindible para triunfar en la vida. No obstante, hasta para ser malo hay que valer.
En esta película aflora el costumbrismo crítico, a veces tierno, a veces próximo al absurdo, pero siempre socarrón, que impregna la práctica totalidad de las mejores obras del Fernán Gómez director. Es verdad que el film va de más a menos, y que su epílogo es bastante tópico, algo en lo que seguramente tuvo que ver la siempre pía censura franquista, pero también es cierto que la primera parte de la película, y por extensión todo lo que en ella tiene que ver con el periplo laboral de Amaro Carabel, es divertidísima. La manera en la que los jefes despachan la petición de aumento de sueldo, y sobre todo la secuencia en la que tiene lugar esa jornada deportiva, que acaba en el despido del protagonista por irse de la lengua, hacen brotar la carcajada, al tiempo que describen con precisión de cirujano lo que fue, lo que es y lo que será trabajar en España. En esos jefes que estimulan la sana práctica del deporte mientras jalean, o más bien vigilan, a sus empleados desde un descapotable hay más verdad que en millares de panfletos sobre la lucha obrera y, desde luego, muchísima más diversión. Tampoco tiene desperdicio la crónica de las hazañas delictivas de Carabel, siendo la del intento de robo del collar de perlas sencillamente antológica. He aquí un precedente de otro ladrón de pacotilla (no olvidemos que empezaban a estar muy en boga las películas de atracos perfectos) que siempre me ha hecho reír: el interpretado por Woody Allen en Toma el dinero y corre. Fernán Gómez, que tuvo que ajustarse a un presupuesto limitado que, de manera involuntaria, casa bien con el espíritu de la película, filma con gracia y oficio, recreándose en las estampas de ese gris Madrid de la posguerra en el que sobrevivir sin perder del todo la dignidad ya era todo un arte. Más cercano a las maneras de hacer de Berlanga que a la crítica militante de Bardem, por citar a los dos cineastas más importantes de su generación, y de casi todas las otras, Fernán Gómez aprovecha el agudo ingenio del material literario en que se basa para hablar de todo un país a través de un personaje, y de hacerlo además de forma divertida y haciendo gala de un notable conocimiento del medio, que explotaría del todo poco tiempo después con la magnífica La vida por delante.
Fernando Fernán Gómez ofrece una excelente interpretación de un don nadie que, al verse en la lona, opta por convertirse en un delincuente tan voluntarioso como torpe. María Luz Galicia, actriz de brevísima carrera, no acaba de dar la talla como eterna novia frustrada, y quien lo borda es la veterana Julia Caba Alba como tía del protagonista que explota sus poderes hipnóticos. Rafael López Somoza viene a representar la voz de la experiencia, y Manuel Alexandre ya había iniciado su camino para ser uno de los grandes nombres del cine español en el apartado interpretativo, y bien que se nota. A destacar la intervención de Carmen Sánchez como cargante proyecto de suegra.
De no ser por el final, estaríamos hablando de una de las mejores películas dirigidas por alguien que ha firmado algunas de las obras maestras de nuestro cine, así que lo que procede es recomendar de forma inequívoca esta aguda mezcla de ternura y mala uva que es El malvado Carabel.