PAPER MOON. 1973. 103´. B/N.
Dirección: Peter Bogdanovich; Guión: Alvin Sargent, basado en la novela de Joe David Brown; Director de fotografía: Laszlo Kovacs; Montaje: Verna Fields; Música: Miscelánea. Piezas de Tommy Dorsey, Bing Crosby, Paul Whiteman, Victor Young, etc.; Diseño de producción: Polly Platt; Producción: Peter Bogdanovich, para Saticoy Productions-The Directors Company (EE.UU).
Intérpretes: Ryan O´Neal (Moses Pray); Tatum O´Neal (Addie); Madeline Kahn (Trixie Delight); John Hillerman (Agente Hardin/Jess Hardin); P. J. Johnson (Imogene); Burton Gilliam (Floyd); Jessie Lee Fulton (Miss Ollie); Jim Harrell, Lily Walters, Randy Quaid, Noble Willingham, Ed Reed.
Sinopsis: Un vendedor de biblias de métodos poco éticos debe llevar a una niña huérfana hasta la casa de su tía, que se encuentra a varios estados de distancia.
Cineasta de tan fulgurante esplendor como pronunciada caída, al menos en lo que al respaldo crítico y popular de sus propuestas se refiere, Peter Bogdanovich conoció la cresta de la ola gracias a Luna de papel, comedia de aire retro que situó a su director entre los nombres más importantes de la generación que estaba asaltando Hollywood y, de rebote, afianzó un prestigio internacional que se vio refrendado por la Concha de Oro obtenida en el festival de San Sebastián. Luna de papel no es la película más popular de Bogdanovich, ni tampoco la mejor, pero se queda bastante cerca de ambas cosas, a mi entender.
Ya desde finales de los años 60, al cine estadounidense le dio por recrear la época de la Gran Depresión desde diferentes ángulos. Sin dejar de lado totalmente las consecuencias de la hecatombe económica que estalló en 1929, Bogdanovich se decantó por la vertiente más lúdica, lo cual fue, a todas luces, un acierto. Tomando como punto de partida una novela de Joe David Brown, adaptada para la gran pantalla por Alvin Sargent, el director neoyorquino aborda la muy heterodoxa relación paterno-filial que se establece entre un vendedor de biblias muy poco piadoso y una niña dotada de un ingenio muy poco común para su edad… y para cualquier otra. El único lazo entre ambos radica en el hecho de que el hombre sea uno de los diversos ex-amantes de la madre de la criatura, que con su temprano fallecimiento acaba de dejarla sola en el mundo. Les, une, sin embargo, algo tan fuerte como el azar, porque la poca familia que le queda a la niña vive en un estado que se encuentra dentro del itinerario habitual del vendedor de biblias, por lo que ese hombre, que ha asistido al funeral de quien fue su amante casi de pasada, ha de asumir la responsabilidad de llevar a la niña con su familiar más próximo, una tía que vive en Missouri. Dicho individuo, que no es más que un estafador de poca monta que lleva una vida nómada, no alberga otro propósito que sacarle algo de dinero a la situación y facturar a la niña hacia su lugar de destino, pero se encuentra con que la criatura es de todo menos angelical: fuma, no tiene pelos en la lengua y posee una inteligencia natural que hace que siempre vaya como mínimo un paso por delante de quien en teoría es la parte adulta del dúo. El vendedor de biblias no tarda en descubrir en ella a una discípula, porque sus cualidades para la estafa tampoco son nada infantiles, y la joven encuentra en ese vividor al padre que nunca tuvo. Introduce, eso sí, criterios de justicia social en los sablazos bíblicos, porque mientras el hombre, cuya presa favorita son las viudas, engaña a todo el mundo por igual, la niña regala el libro sagrado a quienes ya sufren bastante castigo sin necesidad de que les engañen, y en cambio sube los precios si a la víctima escogida le sobra el dinero. Estafa tras estafa, entre esos dos personajes, que al principio se soportan poco y mal, se va generando una relación provechosa para ambos en la que incluso hay lugar para un poco de cariño, pero todo cambia cuando se cruza en la vida del hombre una voluptuosa vedette de tres al cuarto. Como es lógico, la niña utilizará, con la ayuda de la joven criada de la cabaretera, todo su ingenio para hacer que el sexo desaparezca de esa ecuación tan perfecta que ha conseguido crear.
El gran mérito de Peter Bogdanovich, y no es algo de lo que muchos directores puedan presumir, es haber hecho una película con niño protagonista que no es en absoluto estomagante. El realizador mezcla elementos de las dos obras que le catapultaron a la fama: de su obra maestra, La última película, toma el modo, lírico y pausado, de retratar la América profunda en un espléndido blanco y negro, cortesía de Laszlo Kovacs; de su más reciente éxito, ¿Qué me pasa, doctor?, toma prestado el tono de comedia, aunque todo fluye con la misma gracia, pero a mucha menos velocidad, porque la película así lo requiere. Más Capra que Hawks, por decirlo de otro modo. La ambientación de época, lograda en parte gracias a la afición de la niña a escuchar a los grandes humoristas de la radio y a la utilización de conocidas melodías de los años 30, está muy bien conseguida, también por lo que se refiere al vestuario. La escena de la cafetería, en la que el hombre descubre que no podrá librarse de la niña tan fácilmente como creía, es una de las mejores de la película, aunque creo que el punto más alto se halla en la planificación y ejecución de la estratagema ideada para sacarse de encima a la vedette. Ahí nos encontramos, sin duda, con los mecanismos de la comedia perfectamente engrasados.
Ryan O´Neal, que repetía a las órdenes de Bogdanovich, asumió el reto de rodar junto a su hija Tatum, fruto de un matrimonio disuelto ya a finales de los 60. Creo que el Óscar a la mejor actriz secundaria obtenido por la pequeña es uno de esos desparrames que Hollywood se regala a sí mismo de vez en cuando, pero también es cierto que en distintas ocasiones le roba las escenas a su padre. Dicho esto, la mejor interpretación del film nos la brinda Madeline Kahn, magnífica comediante que también había brillado en ¿Qué me pasa, doctor? Las apariciones en pantalla de ese personaje que es un poco vedette, un poco cantante y un poco prostituta, elevan el nivel de la película una y otra vez. Otro que saca una nota alta es John Hillerman, en su doble papel de contrabandista y agente de la ley. La debutante P. J. Johnson no desentona, mientras que secundarios como Randy Quaid, Ed Reed, Burton Gilliam o Lila Walters aprovechan su pequeño espacio para lucirse.
El cine estadounidense dio, en los años 70, algunos de los mejores dramas de toda su historia, pero no tantas comedias memorables, si dejamos al margen a Woody Allen. Luna de papel es, qué duda cabe, una de esas comedias.