GISAENGCHUNG. 2019. 130´. Color.
Dirección: Bong Joon Ho; Guión: Han Jin-Won y Bong Joon Ho; Director de fotografía: Hong Kyung-Pyo; Montaje: Yang Jinmo; Música: Jung Jaeil; Diseño de producción: Lee Ha-Jun; Dirección artística: Lim Se-Jin y Mo So-Ra; Producción: Bong Joon Ho, Park Tae-Joon, Sin Ae-Kwak y Moon Yang-Kwon, para CJ Entertainment-Barunson E & A-TMS Entertainment (Corea del Sur).
Intérpretes: Song Kang -Ho (Ki Taek); Lee Sun-Kyun (Dong Ik); Cho Yeo-Jeong (Yeon Kyo); Choi Woo-Shik (Ki Woo); Park So-Dam (Ki Jung); Lee Jung-Eun (Moon Gwang); Chang Hyae-Jin (Chung Sook); Park Myeong-Hoon (Geun Se); Jung Ziso (Da Hye): Jung Hyeon-Jun (Da Song); Park Keun-Rok, Jeung Esuh, Lee Ji-Hye.
Sinopsis: Un joven, que vive en un semisótano de un barrio pobre de Seúl, recibe el encargo de enseñar inglés a una rica adolescente.
Ubicado desde hace tiempo en todas las listas de los directores más interesantes del presente siglo, el surcoreano Bong Joon Ho puede presumir de haber conseguido un éxito sin precedentes gracias a Parásitos, todo un fenómeno mundial que ha obtenido dos premios que muy rara vez suelen caer en las mismas manos: la Palma de Oro del festival de Cannes y el Óscar a la mejor película. Con esto ya queda todo dicho en cuanto a lo que ha significado esta negrísima parábola social para sus creadores. Me uno al coro de entusiastas: Parásitos es magnífica.
La película va de muchas cosas, entre ellas de cómo aprovechan los golpes de suerte quienes apenas tienen otra cosa a la que agarrarse. Ki Woo es un chico listo; de hecho, toda su familia es muy diestra en el difícil arte de la supervivencia, aunque ninguno de sus miembros tiene algo parecido a un trabajo estable. Viven en un semisótano suburbial, a través de cuya ventana ven la ciudad a ras de suelo y donde el espectáculo más habitual es contemplar cómo los borrachos orinan en la aledaña zona de recogida de basuras. Ki Woo y los suyos utilizan su ingenio, que no es poco, para rapiñar lo que pueden, ya sea comida o la conexión wi-fi de algún vecino con más posibles. He aquí que el joven tiene un amigo que se prepara para ser universitario y ha decidido partir al extranjero para completar sus estudios, dejando vacante el puesto de profesor particular de inglés de una joven adinerada. A petición de su amigo, Ki Woo decide presentarse al puesto, para lo cual deberá falsificar un título universitario. El paso del cuchitril al casoplón no sólo agudiza lo suficiente su inteligencia para conseguir el empleo vacante, sino para pensar que también los suyos podrían acceder a una vida mejor entre esas lujosas paredes. La familia Park, dueña de la vivienda, dispone de ama de llaves y chófer particular, y además su hijo menor, Da-Song, tiene alma de artista, pero también una hiperactividad que preocupa a su crédula madre. Primero, la hermana de Ki Woo, Ki Jung, es contratada como tutora artística del niño haciéndose pasar por una experta en ese campo. Poco a poco, y valiéndose de métodos muy retorcidos, los dos hermanos consiguen que sus padres sustituyan al chófer y a la ama de llaves de la familia Park. Ya dicen, sin embargo, que la alegría dura poco en casa del pobre aunque, en la versión de Bong Joon Ho, la manera más correcta de formular ese ejemplo de sabiduría popular sería más bien que al pobre le dura poco la alegría en casa del rico.
Los Park tienen tres perros. Menciono esto porque la moraleja de esta fábula moral sobre la diferencia de clases podría resumirse con otro dicho, ese que afirma que perro come a perro, de no ser porque las mascotas de los Park viven bastante mejor que las personas que les sirven. En la película hay una ácida crítica a la burguesía con ecos del cine de Luis Buñuel, rematada con ese desparrame de la familia okupa (realmente, es sólo la matriarca, en su condición de nueva ama de llaves, la que goza del privilegio de vivir siempre bajo el techo de los Park) que bebe directamente de la magistral parodia de la Última Cena que vimos en Viridiana. Después, la película, sin perder jamás su condición de parábola social, se adentra en terrenos más propios del thriller, para rematar con un espectáculo granguiñolesco que, debajo de sus varias capas de humor negro, esconde un poso de amargura, la que produce ver a los pobres devorándose entre sí por las sobras que dejan los ricos, esos seres a quienes la distinción y el buen gusto ya les brotan de la cuenta corriente y son capaces de distinguir fácilmente a los pobres por el mal olor que emana de sus cuerpos. No creo equivocarme cuando digo que el genio de Calanda estaría orgulloso del modo de atizar divirtiendo del que hace gala Bong Joon Ho. Es cierto que hay cosas que pasan porque tienen que pasar (véase el acceso a la vivienda de la antigua ama de llaves) más que por pura coherencia argumental, pero como ese hecho concreto da pie a un desenlace tan macabro como delicioso, sean perdonadas las trampas.
Esa virtud abstracta de los buenos cineastas que es la creación de atmósferas, la posee Bong Joon Ho en grado sumo. Parásitos hace reír cuando se lo propone, sumerge al espectador en la intriga cuando el desarrollo de la trama lleva a ello y hace pensar (mal, que es sin duda la mejor manera de acertar) siempre. Con unos movimientos de cámara elegantes y precisos, con momentos tan virtuosos como esa escena final en la que Ki Woo observa la casa de los Park desde el nevado montículo y se encuentra con el mensaje en código Morse que le envía su padre, el director surcoreano (que nos cuela una brillante parodia de los informativos del vecino norteño) deslumbra con una puesta en escena en la que el contraste entre la infravivienda que aloja a la familia de Ki Woo y ese chaletazo que podría servir de marco para una versión asiática del programa de Bertín Osborne es el eje angular que lo vertebra todo, como se puede comprobar en la magistral escena en la que esas interminables escaleras descendentes llevan a tres de los cuatro invasores de un lugar al otro bajo una fuerte tormenta, que sirve también como ejemplo de que tampoco la lluvia cae igual para ricos y pobres. La espléndida fotografía de Hong Kyung-Pyo hace el resto.
Parásitos no sería lo mismo sin el inspirado trabajo de su plantel de actores, de entre los que cuesta destacar a alguno por encima de los demás. Lo haré, sin embargo, en el caso de Chang Hya-Jin, formidable en el papel de la matriarca del clan protagonista, y también en el de Song Kang-Ho, que interpreta a su marido, un personaje que es incapaz de desprenderse de ese olor a pobre que tan bien capta el matrimonio Park. Dicho esto, reitero que el trabajo del resto de actores, empezando por los jóvenes (atención a Park So-Dam), en nada desmerece al de los nombrados de forma individual.
Sucede en distintas ocasiones que uno tiene la suerte de ver una película redonda. Parásitos pertenece, sin duda, a esa categoría.