THE GOOD LIAR. 2019. 108´. Color.
Dirección: Bill Condon; Guión: Jeffrey Hatcher, basado en la novela de Nicholas Searle; Dirección de fotografía: Tobias A. Schliessler; Montaje: Virginia Katz; Música: Carter Burwell; Diseño de producción: John Stevenson; Dirección artística: Vicki Stevenson (Supervisión); Producción: Greg Yolen y Bill Condon, para BRON Studios- Creative Wealth Media Finance-New Line Cinema (Reino Unido-EE.UU.-Alemania).
Intérpretes: Ian McKellen (Roy Courtnay); Helen Mirren (Betty McLeish); Russell Tovey (Stephen); Jim Carter (Vincent); Mark Lewis Jones (Bryn); Lucian Msamati (Beni); Johannes Haukur Johannesson (Vlad); Tunji Kasim, Laurie Davidson, Phil Dunster, Stella Stocker, Spike White, Aleksandar Jovanovic, Daniel Betts, Nell Williams, Michael Culkin.
Sinopsis: Dos ancianos se conocen a través de una web de contactos. En su primera cita, ambos mienten acerca de su identidad.
En La gran mentira, el neoyorquino Bill Condon se reencontró con Ian McKellen, protagonista de su mejor película hasta la fecha, Dioses y monstruos. Además, se sumó al proyecto esa gran dama de la interpretación que es Helen Mirren. El resultado fue, de acuerdo a la opinión mayoritaria, un film mejor en su planteamiento que en su conclusión, interesante pero sin llegar a colmar las expectativas despertadas. No sé si estoy mutando, pero vuelvo a estar de acuerdo con el criterio profesional más extendido.
Como ya es norma de la casa, Bill Condon adapta una novela de éxito, en este caso escrita por Nicholas Searle, uno de esos escritores que sabe lo que es llegar y besar el santo en cuanto a aceptación popular. También siguiendo la costumbre, Condon realiza una adaptación pulcra y muy cuidadosa con los aspectos estéticos, pero carente de gancho. Los créditos iniciales son muy sugerentes, introducen al público en la trama y, de rebote, confirman que Internet continúa siendo el container del amor, con independencia de la edad de sus usuarios. En este caso, se trata de dos ancianos de clase acomodada del Londres pre-Brexit, que en su primer encuentro no tardan en confesar que los nombres con los que se han dado a conocer en la página de contactos no son los auténticos. Será la primera mentira de muchas: después de separarse, la cámara sigue al hombre, para descubrirnos que es un timador de altos vuelos. Queda claro, por tanto, que su principal interés respecto a la viuda con la que se acaba de citar consiste, fundamentalmente, en desplumarla. Sus sucesivos encuentros no hacen más que confirmar esta suposición, si bien hay que decir que el film es previsible en cuanto a plantear que la mujer no es ni de lejos la víctima desvalida que el estafador espera. No obstante, el tinglado argumental funciona bastante bien hasta que se revela el origen del conflicto entre ambos personajes, que se remonta a la la Alemania nazi. Llegada a este punto, la película es poco verosímil, empezando por el hecho de que dos alemanes sean capaces de hablar inglés sin acento. No se trata de la primera intriga cinematográfica lastrada por un giro narrativo tirando a flojo, pero lo cierto es que, al final, La gran mentira cae presa de una tendencia a lo artificioso que ya aparece con anterioridad al viaje a Berlín de los protagonistas, y que en el último cuarto de hora de proyección acaba adueñándose del conjunto, lastrando parte de los logros anteriores. En su clímax, la película no deja de ser interesante, pero sí coherente. Y Bill Condon no es Hitchcock, quizá el gran embaucador, dicho en un sentido positivo, del séptimo arte. Aquí, el director ofrece una puesta en escena pulida, que destaca por un respeto reverencial por el trabajo de su pareja protagonista, visible tanto en sus primeros planos como, sobre todo, en el modo de hacer que en sus escenas conjuntas no haya un solo elemento exterior susceptible de desviar la atención de los espectadores. Esto es positivo mientras el guión acompaña, pero se queda corto cuando no lo hace, por muy preciosista que sea la visión de la Inglaterra más pudiente. Ayuda a que la película no caiga al vacío la notable compenetración que muestra Bill Condon con sus principales colaboradores, cuyo trabajo es bastante inspirado: lo es el de Virginia Katz, por ejemplo a la hora de editar una de las mejores escenas del film, cuando prospera el intento de estafa, con coartada rusa, a los dos encorbatados primos cegados por la codicia. Lo es el de Tobias A. Schliessler por su forma de iluminar momentos como el de la primera cena entre los protagonistas, y lo es en general la música de Carter Burwell, que hace que la película se haga más sugerente. Eso sí, y en esto es donde la labor del director necesitaría de una mayor dosis de energía, los flashbacks, que para más inri están ahí para explicar aspectos claves de la trama, flojean, y no poco.
El solo hecho de que Ian McKellen y Helen Mirren se hayan reunido por fin en una pantalla de cine ya constituye una buena noticia. Su trabajo genera las mayores expectativas y, esta vez sí, la película no decepciona en este sentido, pues McKellen y Mirren no son sólo la razón de ser de La gran mentira, sino también la mayor de sus cualidades. Ambos han interpretado mejores papeles, pero están soberbios igualmente. A su lado, el joven Russell Tovey, que no es torpe en su oficio y que aquí interpreta a un nieto tocapelotas, que ya sospechamos que va a ser algo más que eso, queda eclipsado. Por su parte, Jim Carter demuestra, una vez más, que de clase y buen hacer no anda escaso.
La gran mentira es una película cuya segunda mitad se carga bastante a la primera, pero que aun así merece la pena, en especial por disfrutar del trabajo de Ian McKellen y Helen Mirren, dos de los mejores actores del planeta.