HOUR OF THE GUN. 1967. 100´. Color.
Dirección: John Sturges; Guión: Edward Anhalt; Dirección de fotografía: Lucien Ballard; Montaje: Ferris Webster; Música: Jerry Goldsmith; Dirección artística: Alfred C. Ybarra; Producción: John Sturges, para The Mirisch Corporation (EE.UU.).
Intérpretes: James Garner (Wyatt Earp); Jason Robards (Doc Holliday); Robert Ryan (Ike Clanton); Albert Salmi (Octavius Roy); Charles Aidman (Horace Sullivan); Steve Inhat (Andy Warshaw); Michael Tolan (Spence); William Windom, Lonny Chapman, Larry Gates, William Schallert, Austin Willis, Monte Markham, Richard Bull, Jon Voight.
Sinopsis: Crónica de los sucesos que ocurrieron después del célebre tiroteo en OK Corral y que afectaron a los principales implicados en el incidente.
Aunque siguió filmando obras estimables hasta el final de su carrera, es cierto que las películas que John Sturges realizó con posterioridad a La gran evasión no gozaron del mismo predicamento crítico y popular que sus trabajos más célebres, muchos de los cuales pertenecen al género norteamericano por excelencia, el western. Después de rodar una obra del género en clave de comedia, como fue La batalla de las colinas del whisky, Sturges regresó al enfrentamiento armado más famoso del viejo Oeste, el de OK Corral, que ya había inspirado una de sus obras maestras, Duelo de titanes, estrenada una década antes que La hora de las pistolas, una película que pasó bastante más desapercibida que su ilustre predecesora.
En esta ocasión, Sturges recrea lo que sucedió con posterioridad al duelo acaecido en OK Corral entre los Earp y los Clanton, y lo hace buscando el rigor histórico. La hora de las pistolas comienza justo donde terminan casi todos los westerns que narran uno de los episodios más conocidos del Salvaje Oeste, es decir, con el propio duelo. Esa primera escena es magnífica, con todos los ingredientes que caracterizan a los mejores westerns de la gran pantalla. Ahí se nota que John Sturges, rodeado de figuras importantes a ambos lados de la cámara, es, y lo es por méritos propios, uno de los cineastas de referencia en lo que a este género se refiere. Mucha tensión, los planos justos y precisos, las palabras estrictamente necesarias y, por fin, el estallido de violencia, rodado con una precisión absoluta. El problema es que esa secuencia inicial constituye la gloria y la condena del film, porque, si ya era complicado que el resto de la película rayase a la misma altura, el guión de Edward Anhalt no facilita demasiado la tarea. Algunos diálogos brillantes no ocultan que La hora de las pistolas se queda a medio camino entre los westerns de aliento épico de la era dorada del género, a la que Sturges brindó algunos de sus títulos más memorables, y el tono más crepuscular que teñía la obra de los jóvenes directores como Sam Peckinpah. Esa indefinición no contribuye a que la película recupere los altos vuelos de su inicio, convirtiéndose en un producto sólido y riguroso, pero no inspirado. A los secundarios no se les extrae demasiado jugo, lo cual es especialmente lamentable en lo que se refiere al principal villano de la función, Ike Clanton, por lo que donde mejor funciona el film es a la hora de dibujar el perfil de Wyatt Earp, un estricto cumplidor de la ley que, después de los atentados contra sus hermanos, va renunciando a ella en tanto suponga un obstáculo para sus ansias de venganza, y de Doc Holliday, el médico enfermo transformado en jugador y pistolero. En la relación entre ambos se encuentra lo mejor, en lo que respecta a la narrativa, de una película que es fiel a lo clásico en cuanto a su elogio de la amistad masculina. Poco a poco, sin embargo, el tono se va volviendo más amargo, y hay mucha más desesperanza que heroísmo en el postrero (y ficticio) encuentro entre Earp y Clanton, cuya recreación tampoco alcanza los niveles de calidad del duelo inicial.
Lo que sí está a la altura de las obras maestras de John Sturges es la elección de sus colaboradores. La de Lucien Ballard obedece, sin duda, al prestigio logrado gracias a sus trabajos en Duelo en la alta sierra o Nevada Smith, y a las órdenes de Sturges vuelve a hacer un trabajo de gran calidad, sobrio, con querencia por los tonos ocres y espíritu realista. Ferris Webster, que ya había participado en varias de las obras maestras del director, aporta su acreditada eficiencia, y quien se luce de verdad es Jerry Goldsmith, que nos regala un trabajo soberbio, que realza todavía más la magnífica secuencia del duelo, y mantiene el tono a lo largo del metraje.
James Garner, actor que debía mucha de su fama al western, interpreta a un Wyatt Earp hierático y de ideas fijas. Lo hace bastante bien, pero se ve superado por un gran Jason Robards, que extrae todo el jugo de ese rico personaje que es Doc Holliday y se adueña de la práctica totalidad de las escenas en las que participa, siendo uno de los puntos fuertes de una película que le abrió las puertas del western. Creo, como ya insinué antes, que se desaprovecha en parte el carisma de un villano tan espléndido como Robert Ryan. Es cierto que el personaje de Ike Clanton recibe un tratamiento más profundo (y respetuoso) que en Duelo de titanes, pero Ryan aún se hace acreedor de más cancha. En el correcto plantel de secundarios cabe resaltar la buena interpretación de Albert Salmi, así como la presencia de un cuasidebutante Jon Voight.
La hora de las pistolas es, sin duda, un buen western, al que le pesa, y espero que se entienda la paradoja, empezar de una forma tan excelente. Siendo, en conjunto, una película que roza el notable, no se halla entre los mejores trabajos de ninguno de sus principales artífices.