LA VENGANZA DE DON MENDO. 1961. 83´. Color.
Dirección: Fernando Fernán Gómez; Guión: Fernando Fernán Gómez, basado en la comedia de Pedro Muñoz Seca; Dirección de fotografía: José F. Aguayo; Montaje: Rosa Salgado; Música: Rafael de Andrés; Diseño de producción: Rafael Richart; Producción: Fernando Carballo y José Luis González, para Cooperativa A.C.T.A. (España).
Intérpretes: Fernando Fernán Gómez (Don Mendo Salazar); Paloma Valdés (Magdalena); Juanjo Menéndez (Don Pero, Duque de Toro); Joaquín Roa (Don Nuño); Antonio Garisa (Rey Alfonso VII); Lina Canalejas (La reina); María Luisa Ponte (Doña Ramírez); Xan das Bolas (Alí); José Vivó (Marqués de Moncada); Paula Martel (Azofaifa); Naima Cherky, Lola Cardona, Francisco Camoiras, Fernando Sánchez Polack, Manuel Aguilera.
Sinopsis: Don Mendo, un noble castellano, es el amante de Magdalena, a quien su padre ha prometido en matrimonio al duque de Toro, valido del rey. Descubierto en los aposentos de la dama, Don Mendo finge ser un ladrón para no descubrir sus amoríos, pero, traicionado por Magdalena, es encarcelado y jura vengarse.
En su séptimo largometraje como director, Fernando Fernán-Gómez logró un importante éxito comercial gracias a La venganza de Don Mendo, adaptación de la comedia de ambiente medieval escrita por Pedro Muñoz Seca y estrenada en 1918. Siguiendo con la tendencia de llevar a la gran pantalla obras de señeros cómicos españoles, como ya hizo en su anterior film, Sólo para hombres, y con anterioridad en la notable El malvado Carabel, Fernán Gómez hizo gala de su socarrón sentido del humor para alumbrar una de sus mejores comedias, y tal vez la más disparatada de todas.
A Muñoz Seca se le pueden discutir muchas cosas, pero no sus dotes humorísticas. De ellas se aprovecha Fernando Fernán Gómez para enhebrar un film divertido desde el primer minuto hasta el último, en el que los objetos de choteo son muchos y variados, siendo el principal destino de los dardos lanzados las epopeyas caballerescas y las tragedias shakespearianas. La trama nos lleva hasta el siglo XII, durante el reinado de Alfonso VII de León. Allí, Don Mendo Salazar, Marqués de Cabra, un tipo con mucho tirón entre el sexo opuesto, goza de los favores de la bella Magdalena, hija del noble Don Nuño. Éste, que desconoce esas relaciones, concierta el matrimonio de su hija con Don Pero, Duque de Toro, hombre de alta posición y valido del rey Alfonso. Una noche, el amante es sorprendido por el novio en las estancias de la dama. Para salvaguardar el honor de Magdalena y librarla del escándalo, Don Mendo argumenta que su presencia en lugar tan íntimo no tenía otro objeto que el robo. Sin embargo, los afanes caballerescos de Don Mendo no hallan correspondencia en su amada, que acepta de buen grado su compromiso matrimonial e incluso sugiere que el castigo más justo para el intruso es morir emparedado. Gracias a su amigo, el Marqués de Moncada, Don Mendo consigue huir de tan oscuro destino, pero promete regresar para lavar tamaña afrenta. Lo hará, disfrazado de trovador, provocando el caos en una corte en la que la fidelidad conyugal es más difícil de encontrar que el Espíritu Santo.
En todo momento, La venganza de Don Mendo cultiva un humor absurdo, que se vale de los burlones versos del autor de la comedia y los sazona con una mezcla de lenguaje medieval y giros léxicos modernos para la época, para formar una inmensa caricatura de la propia caricatura. Hay para todos: el Cantar de Mío Cid, Abelardo y Eloísa (muy casquivana ella, con chiste incluido sobre el striptease), los usos de la nobleza castellana, los decorados de cartón-piedra tan comunes en las adaptaciones teatrales hechas en aquellos años, el galán trovador o las intrigas cortesanas son objeto de chanzas diversas en una obra que no sólo no intenta disimular su origen total, sino que lo exhibe hasta lo absurdo. Al final, los dardos cómicos apuntan hacia Romeo y Julieta, con uno de los derramamientos de sangre más surrealistas que servidor haya visto en el cine, y la descacharrante forma de hacer realidad ese famoso dicho de que muere hasta el apuntador. No es esa, ni de lejos, la única incursión en el humor visual: ahí quedan esos planos del Duque de Toro adornado, por aquellos caprichos del encuadre, con unas astas de lo más propias. En su segunda película en color, Fernán Gómez apuesta por un cromatismo chillón, que se apoya en el trabajo del que seguramente sea el mejor iluminador español de la época, José Fernández Aguayo, que ya había colaborado con Fernán Gómez en la malograda El mensaje y que el año anterior había puesto mucho de su saber hacer en una de las obras cumbre del cine español: Viridiana. Destacar que el propio vestuario y maquillaje de los intérpretes no busca sino subrayar lo absurdo del conjunto, y a fe que lo consigue.
Nos encontramos, además, con un plantel de actores en estado de gracia, encabezado por el propio Fernando Fernán Gómez, un gran cómico, pese a que la imagen que se tiene de él es muy otra, a quien siempre se le dieron muy bien los roles de hombre ridículo, Paloma Valdés, una de las grandes bellezas del cine español, está espléndida como joven dama que tiene más de Mesalina que de Eloísa, y Juanjo Menéndez hace una de sus mejores interpretaciones para el cine en el papel de Don Pero, un tipo que todo lo que tiene de poderoso lo tiene de cornudo. Joaquín Roa no desmerece a sus célebres acompañantes, y Antonio Garisa está, como de costumbre, impagable como el rey Alfonso. Paula Martel, que da vida a la mora Azofaifa, Lina Canalejas y, en especial, María Luisa Ponte, completan un elenco femenino fantástico.
La venganza de Don Mendo era graciosa cuando se estrenó en los teatros, y Fernando Fernán Gómez hizo que lo fuera aún más en el cine, Sigue siéndolo, vaya que sí.