LA CELESTINA. 1996. 95´. Color.
Dirección: Gerardo Vera; Guión: Rafael Azcona, basado en la novela Tragicomedia de Calisto y Melibea, de Fernando de Rojas, adaptada por Gerardo Vera y Rafael Azcona. Diálogos adicionales de Francisco Rico; Dirección de fotografía: José Luis López Linares; Montaje: Pedro del Rey; Música: Miscelánea. Piezas de Joaquín Rodrigo, Luis de Narváez, Fernando Sor, Lluís del Milà, etc., interpretadas por Narciso Yepes y Jordi Savall; Diseño de producción: Ana Alvargonzález; Producción: Andrés Vicente Gómez, para Sogetel-Lolafilms-Sogepaq (España).
Intérpretes: Penélope Cruz (Melibea); Juan Diego Botto (Calisto); Terele Pávez (Celestina); Maribel Verdú (Areúsa); Nancho Novo (Sempronio); Jordi Mollà (Pármeno); Candela Peña (Elicia); Lluís Homar (Pleberio); Nathalie Seseña (Lucrecia); Ana Lizaran, Ángel de Andrés López, Carlos Fuentes, Ana Risueño, Sergio Villanueva, Joaquín Notario.
Sinopsis: Calisto, un joven de ascendencia noble, está enamorado de Melibea. Impaciente por colmar su deseo, acude a Celestina, una antigua prostituta con fama de dominar las artes relativas a hechizos y conjuros.
Corría el año olímpico cuando el escenógrafo Gerardo Vera dio el salto a la realización de largometrajes. Cuatro años después de su ópera prima, la discreta Una mujer bajo la lluvia, Vera se hizo cargo de una nueva adaptación cinematográfica de La Celestina, una de las obras más importantes de la literatura clásica española. El proyecto, que se estrenó casi al mismo tiempo que la exitosa adaptación de Lope de Vega que hizo Pilar Miró en El perro del hortelano, no satisfizo a crítica y audiencias, que lo encontraron fallido e inferior, no sólo al film mencionado, sino también, y de manera manifiesta, a la versión dirigida un cuarto de siglo antes por César Fernández Ardavín. Coincido en parte con el criterio mayoritario: esta Celestina podría haber sido mejor, pero tiene bastantes cosas salvables.
La adaptación corrió a cargo del tótem de los guionistas españoles, Rafael Azcona, y eso se nota para bien, porque el escritor riojano supo ser respetuoso con el texto original, introducir algunos elementos que lo aproximaran a las entendederas del público contemporáneo y,. al tiempo, captar el espíritu de un texto muy rompedor en su momento, y al que el paso de los siglos ha tratado muy bien. La tragicomedia (que tiene más de lo primero que de lo segundo) de Calisto y Melibea tuvo mucho de punto de ruptura con la tradición del amor cortés y trovadoresco, introduciendo una visión mucho más realista del romance en la juventud, en la que destacaba una incisiva descripción de las diferencias de clase. Azcona, siempre muy proclive a la desmitificación, subraya que ese amor ideal de Calisto hacia Melibea tiene mucho más de calentura extrema, causada por la edad y la falta de una salida adecuada a la acumulación de esperma del sufrido protagonista, que de otra cosa. La actitud desdeñosa hacia él de su amada (falsa, porque la muchacha sufre de calenturas no menos importantes que las de su pretendiente) es la que provoca que Calisto salga de sus limpísimos aposentos y, siguiendo el consejo de uno de sus criados, confíe el éxito de sus amores a las malas artes de la puta vieja Celestina, que además de regentar un burdel es famosa por su habilidad con pócimas y ungüentos. Será precisamente el éxito de la misión encomendada lo que acabe provocando la tragedia de los protagonistas, pero eso ya lo saben ustedes, mis cultivados lectores. Lo que es importante recalcar aquí es que el trabajo literario es uno de los puntos fuertes de la película, también a la hora de enfatizar que eso del amor puro está muy bien sobre el papel, pero que en el devenir del mundo, y de quienes gozamos y penamos en él, el sexo y la codicia tienen bastante más que ver. Otra cosa es el escaso brío que el director es capaz de insuflar a una historia que, en sus manos, languidece por momentos, cosa impropia en una trama muy entretenida de por sí. Suelo insistir en el tema del ritmo narrativo, porque en mi opinión es primordial en el cine, y lo cierto es que a Gerardo Vera le cuesta mantenerlo, en especial una vez se ha producido el primer encuentro de los jóvenes amantes. No parece que desde detrás de las cámaras se tenga del todo claro cuáles son las virtudes a enfatizar y cuáles los defectos a ocultar; lo digo porque no es en los encuentros en solitario entre Calisto y Melibea donde se encuentra lo mejor de esta Celestina, antes al contrario, y eso provoca bajones en la tensión dramática de la propuesta.
En la parte puramente técnica, la película es satisfactoria. Se nota que Gerardo Vera conoce bien la obra, se ha documentado sobre los usos y costumbres de la época y domina muy bien las cuestiones estéticas de un film: los decorados son magníficos (aunque, puestos a encontrar un defecto en este apartado, he de decir que el esplendor de los palacios resulta mucho más creíble que la sordidez de unos burdeles que, haciéndose una composición de lugar y época, me da que son menos sórdidos de lo que deberían, lo que rompe un pelín con el espíritu realista del conjunto), el vestuario no le va a la zaga, y la iluminación, a cargo de José Luis López Linares, es de notable calidad. La música, aunque subrayada en exceso en algunos momentos, es una de las grandes bazas de esta adaptación, porque recupera piezas de compositores básicos de la música española, ya sean del siglo XX, como Rodrigo o Bacarisse, o de épocas anteriores, y lo hace a través de la mirada de maestros como Narciso Yepes o Jordi Savall. Música que es un goce para los oídos, por decirlo con claridad, aunque en ocasiones llegue a distraer al espectador melómano de lo que acontece en la pantalla.
En el reparto se resumen las grandezas y las miserias de esta adaptación, que no brilla precisamente por la dirección de actores y deja a los intérpretes a merced de su calidad y de su comprensión del texto que están recitando. El principal problema es que quienes conforman la pareja protagonista, Penélope Cruz y Juan Diego Botto, parecen rivalizar en cuanto a cuál de ellos es capaz de llevar a cabo una peor interpretación. Gana este duelo por todo lo bajo el actor, aunque por escaso margen. Cierto es que los personajes de Calisto y Melibea poseen idéntica sabiduría a la que el gracejo popular otorga a los amantes de Teruel, pero es que la labor de ambos actores es mala, sin paliativos. Esta circunstancia aún resalta más la excelente interpretación de una Terele Pávez ideal para un personaje, el de vieja alcahueta, que le permite mostrar su visceral forma de entender el arte de la interpretación. Maribel Verdú demuestra, otra vez, que la sensualidad (algo que, como el duende, se tiene o no se tiene) no ha de estar reñida con el saber actuar, y tanto Nancho Novo como Candela Peña salen bien parados del reto que suponen sus personajes, aunque no tanto como un inspirado Jordi Mollà. Carlos Fuentes, en cambio, hace un trabajo más bien flojo, nada que ver con el desempeño de dos personajes importantes de la escena como Lluís Homar y Anna Lizaran.
Irregular, pues la falta de energía en la dirección y las por momentos sonrojantes interpretaciones de Penélope Cruz y Juan Diego Botto lastran un conjunto con aspectos más que reivindicables. Interesante, en todo caso, porque toda adaptación de La Celestina lo es, y porque en la faceta técnica y en la literaria sí abundan los elementos que están a la altura exigible.