GLORY. 1989. 117´. Color.
Dirección: Edward Zwick; Guión: Kevin Jarre, basado en los libros Lay this laurel, de Lincoln Kirstein, y One gallant rush, de Peter Burchard, así como en las cartas escritas por Robert Gould Shaw; Director de fotografía: Freddie Francis; Montaje: Steven Rosenblum; Diseño de producción: Norman Garwood; Música: James Horner; Dirección artística: Keith Pain (Supervisión); Producción: Freddie Fields, para TriStar Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Matthew Broderick (Coronel Robert Gould Shaw); Denzel Washington (Trip); Cary Elwes (Mayor Forbes); Morgan Freeman (Brigada John Rawlins); Jihmi Kennedy (Soldado Sharts); Andre Braugher (Cabo Thomas Searles); John Finn (Mulcahy); Bob Gunton (General Harker); Cliff De Young (Coronel Montgomery); Jay O. Sanders (General Strong); Donovan Leitch, John David Cullum, Alan North, Christian Baskous, RonReaco Lee, Peter Michael Goetz, Afemo Omilami.
Sinopsis: En plena Guerra de Secesión, el bando unionista decide crear un regimiento formado por soldados negros, y lo pone al mando de un joven oficial, Robert Gould Shaw, hijo de una poderosa familia abolicionista de Boston.
Edward Zwick edificó su sólida carrera como cineasta gracias a su segundo largometraje, Tiempos de gloria, obra de prestigio instantáneo que permanece como una de las más importantes que se hayan rodado sobre la Guerra de Secesión norteamericana. Director forjado, como tantos otros, en el mundo de la televisión, fueron sus éxitos en este medio los que catapultaron a Zwick hacia esta epopeya bélica sobre la igualdad racial cuyo nivel artístico no ha sido superado, según el criterio de muchos aficionados y especialistas, por ninguno de los films que ha dirigido el de Chicago hasta este momento.
Desde los primeros fotogramas, que ilustran una cruenta batalla entre los ejércitos yanqui y sudista, el espectador percibe que Tiempos de gloria ha nacido con vocación épica y el ánimo de ser una película importante que ensalce la igualdad de derechos y sirva, a la vez, como denuncia de los horrores de la guerra. De ambos desafíos sale triunfante la película, aunque en el primer aspecto le sobre pomposidad y, en el segundo, el elogio del valor guerrero de los soldados negros tiña el discurso antibelicista con el barniz de la ambigüedad. El punto de vista que se adopta es el de Robert Gould Shaw, un joven oficial unionista que recibe, en un momento en que el desenlace de la guerra civil norteamericana era muy incierto, el encargo de dirigir una compañía formada por soldados negros, idea lógica si tenemos en cuenta que el factor último de ese conflicto fue la tenaz resistencia de las clases dirigentes de los estados sureños a aceptar la abolición de la esclavitud, pero que los jerarcas del Norte no decidieron poner en práctica hasta que su posición bélica no llegó a un punto límite, en buena parte por las profundas reticencias que esa decisión despertaba en el propio bando antiesclavista. Liberal convencido, Gould, cuyas cartas desde el frente constituyen un valioso testimonio de aquella guerra y se citan en diferentes pasajes de la película, puso todo su empeño en la tarea y se implicó al máximo en lograr un éxito que muy pocos deseaban. Prueba de ello son las múltiples trabas que Gould tuvo que superar para conseguir armar, alimentar y vestir decentemente a sus soldados, o las descaradas evasivas que recibía cada vez que planteaba la entrada en combate de las tropas bajo su mando. Tiempos de gloria es, en buena parte, el relato de cómo el joven oficial nordista logra superar todas las adversidades gracias a su tenacidad y a los contactos en Washington de su muy influyente familia, y también de la manera en la que en esos hombres discriminados que luchan por su libertad va formándose una conciencia común: la de estar sirviendo a una causa cuyo valor está muy por encima del que puedan tener ellos mismos como individuos. Es el acertado desarrollo de los perfiles de los personajes principales lo que evita que este loable discurso quede algo hueco, pues Zwick es un director eficaz, dotado de cualidades para llevar al éxito proyectos de mucha envergadura, pero no un artista cuyo estilo personal le sirva de apoyo para sublimar las limitaciones del material que filma. El aliento épico existe, aunque a veces (y esas veces tienen casi siempre que ver con el personaje del díscolo soldado Trip) se perciba como algo forzado. La puesta en escena me parece brillante en las secuencias bélicas, rodadas con mucha energía, y por extensión en todas las escenas de masas, pero bastante más rutinaria cuando los personajes que aparecen en pantalla pueden contarse con los dedos de una mano, momentos solventados de una forma que delata los tics televisivos que aún arrastraba el director. Eso sí, donde no llega el talento de Zwick lo hacen el de Freddie Francis, cuyo trabajo de iluminación es excelente y se aleja de manera acusada del universo Hammer que le es tan propio, y el de James Horner, que puede dar aquí rienda suelta a sus tendencias grandilocuentes y factura una de sus bandas sonoras más destacadas.
No puedo dejar de mencionar el hecho de que la película presente la Guerra de Secesión norteamericana como un conflicto entre la justicia y la injusticia, en plena concordancia con el discurso liberal-hollywoodiense, hecho en este caso después de unos años de aplastante mayoría republicana y de una exhaltación militarista amplificada de forma notoria desde la propia Meca del cine, siempre tan paradójica. El discurso lo resume una frase de Abraham Lincoln: «Si la esclavitud no es una injusticia, entonces nada lo es». Por suerte, el guión no es tan superficial como para evitar mencionar las tendencias racistas latentes en el propio ejército del Norte, ni las contradicciones de unos hombres que no tienen otra forma de recuperar su dignidad que la de combatir el esclavismo a balazos. Queda un regusto amargo, porque cuando por fin ese regimiento obtuvo el beneplácito para entrar en combate, lo hizo en una misión suicida de una relevancia militar prácticamente nula, pero la historia está llena de ironías crueles de este tipo y sería indigno que la película hubiese reflejado el episodio de otra manera.
Respecto al trabajo del reparto, debo decir que el nivel de los actores negros es, en general, bastante superior al de sus colegas de raza blanca. Quiero poner el acento en Morgan Freeman, un actor capaz de otorgar dignidad a todos los personajes que interpreta, y que aquí da vida al verdadero líder de un regimiento cuya cohesión interna, sin él, sería notablemente menor. La voz y la presencia de Freeman le dan a John Rawlins toda la jerarquía que requiere. Por su parte, Denzel Washington, que obtuvo el primero de sus dos Oscars con su interpretación del soldado Trip, tiene fuego en su mirada y una presencia imponente, pero en ciertas escenas (pienso en la del castigo físico, en concreto) cae en la tentación de pasarse de vueltas. Matthew Broderick hace un trabajo esforzado, pero creo que el personaje le venía grande a un actor de sus características, y lo mismo ocurre con Cary Elwes, que da vida al amigo y mano derecha de Gould: considero que es mejor actor que Broderick, pero también que ha dado su mejor novel en la comedia. Andre Braugher se luce en la piel de un negro con maneras de hombre blanco que debe meterse en un lodo que sus compañeros conocen muy bien, pero que a él le es muy ajeno (un personaje doblemente fuera de lugar, pues), y lo mismo hace John Finn en el rol del rudo instructor irlandés del regimiento. No puedo decir lo mismo de Cliff DeYoung, un malvado lleno de estereotipos: podrían haberse mostrado las crueldades del ejército vencedor de un modo menos tópico.
Muy posiblemente, Tiempos de gloria siga siendo la obra más lograda de un director que, en mi opinión, ha ofrecido más paja que grano en su carrera. En todo caso, una película poderosa y bien rodada sobre un conflicto cuyas secuelas siguen resonando hoy día, no sólo en los Estados Unidos.