AMERICAN SNIPER. 2014. 132´. Color.
Dirección: Clint Eastwood; Guión: Jason Hall, basado en el libro de Chris Kyle, Scott McEwen y Jim DeFelice; Dirección de fotografía: Tom Stern; Montaje: Joel Cox y Gary D. Roach; Música: Joseph DeBeasi; Diseño de producción: James J. Murakami y Charisse Cárdenas; Dirección artística: Harry E. Otto, Rachid Quiat y Dean Wolcott; Producción: Andrew Lazar, Robert Lorenz, Peter Morgan, Clint Eastwood y Bradley Cooper, para Malpaso Productions-RatPac Dune Entertainment-Mad Chance-22 & Indiana Productions-Village Roadshow Pictures-Warner Bros. (EE.UU).
Intérpretes: Bradley Cooper (Chris Kyle); Sienna Miller (Taya Kyle); Luke Grimes (Marc Lee); Sammy Sheik (Mustafa); Jake McDorman (Gordo); Cory Hardrict (Dandridge); Kyle Gallner (Winston); Sam Jaeger (Teniente Martin); Navid Negahban, Ben Reed, Elise Robertson, Troy Vincent, Keir O´Donnell, Leonard Roberts, Rey Gallegos, Kevin Lacz, Eric Ladin, Tim Griffin, Mido Hamada.
Sinopsis: Chris, un texano que practica el rodeo, se enrola en el ejército de los Estados Unidos, convirtiéndose en un tirador de élite durante la segunda campaña de Irak.
Después de rodar un largometraje, en principio ajeno a su universo, como Jersey Boys, Clint Eastwood regresó a las pantallas con una película mucho más coherente con su trayectoria como cineasta, la adaptación cinematográfica de la autobiografía de Chris Kyle, el soldado estadounidense con más víctimas enemigas reconocidas en combate. El libro ya había sido un éxito de ventas en los Estados Unidos, e idéntico destino tuvo la película, la más taquillera en términos absolutos de su director en su país natal. La fuerte carga ideológica de esta obra hizo que su acogida crítica fuese más dispar, en especial fuera de Norteamérica, donde la política exterior estadounidense es vista con mayor perspectiva, y por tanto con un sentido crítico más acusado. Sea como fuere, El francotirador trasciende la consideración de panfleto patriotero por sus innegables cualidades artísticas.
Se hace evidente para cualquier espectador de la película que, para Clint Eastwood, Chris Kyle fue un héroe nacional, calificación que, a mi parecer, le queda muy grande al personaje. No entraré a valorar si la de Kyle fue una vida merecedora de ser filmada, porque la respuesta del público a la película saca bastante a esta divagación del terreno de lo opinable, pero que el director californiano escogiera a este tirador de élite como modelo para homenajear a los soldados estadounidenses que combaten en otros países, o que se limite a filmar la autobiografía de Kyle sin aportar prácticamente nada de cosecha propia, al margen de su tremendo buen hacer como cineasta, no hace otra cosa que confirmar la veracidad de esa frase que dice que si matas a mucha gente en la guerra eres un héroe, y si lo haces fuera de ella, un vulgar asesino. Todo se justifica, y así lo refleja Jason Hall en su escrupuloso pero superficial libreto, en la frase que el padre de Chris Kyle suelta a su familia en un almuerzo dominical: «En la vida hay lobos, corderos, y quienes han de proteger a estos de aquéllos: los perros pastores». Convertido en un casi treintañero más bien fracasado, y herido en su profundo fervor patriótico ante las imágenes de los atentados contra las embajadas estadounidenses de Kenia y Tanzania en 1998, Kyle se alistó en el ejército y, aprovechando sus grandes cualidades para el manejo de las armas de fuego, quiso convertirse, y lo hizo con indiscutible éxito, en el mejor perro pastor posible. En este punto, no obstante, quiero detenerme en el extremo simplismo del leit-motiv de la película, y por extensión de la forma de entender la vida de las personas como los Kyle, lo que desemboca en el simplismo filosófico de la propia obra: en verdad, todos somos lobos frente a unos y corderos frente a otros, diferenciándonos únicamente el número de personas frente a las que somos una u otra cosa. En consecuencia, la labor de los perros pastores, que por definición posee el mérito de lo arriesgado de la misma, tiene más o menos valor de acuerdo a la causa que defiende, pues hay que ser muy ingenuo, o hacérselo, para no darse cuenta de que, las más de las veces, lo que hacen en la práctica los perros pastores es ser siervos del poder, es decir, proteger a los lobos de los corderos, y no al revés. Chris Kyle, que no se olvide, cosechó todos sus éxitos militares en una guerra de invasión, que pudo estar más o menos justificada, pero opino que sólo este hecho ya resta mucho valor a un hombre que, como tantos, cree que su país es el mejor del mundo porque nunca ha visitado otro, y que destacó en la guerra precisamente por la razón por la que más debe criticarse al terrorismo islámico: la incapacidad para ver a las víctimas de sus acciones como a seres humanos. Por todo lo dicho, existe un trasfondo muy poco moral en el hecho de creer que Chris Kyle fuera un héroe, y pienso que Clint Eastwood desperdicia una valiosísima bala al pasar de largo por la macabra ironía que supone el hecho de que no fueron las bombas ni las balas del islamismo radical las que acabaron con la vida del protagonista de la película, sino los certeros disparos de un veterano de guerra estadounidense.
Cerrado el capítulo ideológico-moral, hay que decir que, en su recreación de las acciones de los militares invasores en Irak (no, no se me escapa que, en buena parte, son nuestros hijos de puta, lo admitamos o no), la película es magnífica, pues logra, sin recurrir a mareantes movimientos de cámara ni a ese efectismo barato tan en boga hoy en día, que el espectador se ponga en la piel de esos hombres fuertes y armados hasta las cejas que, sin embargo, están en un constante peligro de muerte por la hostilidad asesina de gran parte de los nativos del país que ocupan y por el propio desconocimiento del terreno del que hacen gala sus mandos, lo que convierte cada esquina en un muy conseguido proyecto de trampa mortal. El problema es que, al margen de algún acierto puntual en el prólogo, que nos muestra la vida de Chris Kyle previa a su alistamiento en el ejército, cuando El francotirador sale de Irak hace poco más que sumar lugares comunes y disminuir el interés del espectador en lo que está viendo, en curioso paralelismo con la mentalidad de esos veteranos que, habiendo sobrevivido a su particular temporada en el infierno, encuentran la vida civil insoportablemente tediosa y padecen enormes problemas de readaptación. Incluso la fotografía, arcillosa en las secuencias iraquíes (rodadas en Marruecos), se vuelve mucho más rutinaria en el periplo civil de Chris Kyle, carencia que también se extiende al montaje y que me lleva a pensar que Clint Eastwood reservó casi toda su inspiración para las escenas bélicas, muchas veces acompañadas por poderosos y marciales tambores, siendo las restantes mucho más planas.
Como protagonista absoluto de la función, Bradley Cooper nos ofrece otra de esas interpretaciones suyas en las que uno ve mucho más esfuerzo que verdadero talento. Sienna Miller apenas es capaz de sobreponerse al hecho de que su personaje sea un indigesto cóctel de tópicos (soy consciente de que casi todo el mundo es así, y es muy probable que Taya Kyle no sea una excepción, pero en pantalla aburre) y el trabajo de los secundarios es eficaz, aunque no susceptible de despertar grandes entusiasmos. Luke Grimes y Kyle Gallner me parecen de lo mejor, pero a sus personajes, como a toda la película, les falta hondura fuera del campo de batalla.
El francotirador quedará, en la carrera de Clint Eastwood, más como un éxito comercial que artístico, porque sólo en las escenas puramente castrenses, que por suerte son bastantes, el ya por entonces octogenario director está a la altura de sus mejores momentos detrás de la cámara.